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Soledad Silente


Estaba cansada de ser siempre el plato de segunda mesa. De estar tras las cortinas ocultando su verdadero sentir, de sólo recibir migajas de un amor que parecía no correspondido. Fue entonces que decidió actuar. Soledad no dejaría pasar por nada del mundo la oportunidad que se le presentaba.

Conocía  José desde que era un niño, tenían la misma edad. Convivían en un mundo dificultoso para él, pero no tanto para ella. A sus brazos llegaba su amado cada vez que las circunstancias de la vida lo hacían llorar, cuando su corazón terminaba roto por un mal amor pasajero y cuando en la oscuridad de la noche celebraba los pequeños triunfos que el destino le tenía. Soledad era muda, eso no le restaba a su existencia, al contrario, el ser silenciosa le permitía recibir confianza como pocas. Ella se había enamorado también y aunque a este mundo debía venir sólo a cumplir el papel de “pañuelo de lágrimas” intentaría luchar por el hombre que amaba.

El amor parecía sonreírle a José, luego de una larga espera comenzaba de nuevo el proceso de pasos que se debían realizar cuando una persona conoce a otra. Primero saludarse, hablar de un tema, preguntar sobre su historia, entender sus perspectivas de vida, luego saber si hay atracción y por último los besos que sellarán la relación. Las etapas iban avanzando de manera rápida, aunque él era precavido, situaciones ocurridas le hacían pensar hasta siete veces antes de dar el siguiente salto.

Muchas veces le huía a Soledad, sentía terror de estar a su lado, de sentirla, olfatearla, de quererla. Era la única que lo recibía con los brazos abiertos luego de una difícil derrota, lo curaba y sanaba. Él, la echaba a un lado cuando se sentía mejor, marchando así de nuevo por los caminos del amor haciendo que el círculo fuera repetitivo, incluso cansón. Habían transcurrido dos años desde su última caída y por primera vez desde que era niño se sentía enamorado nuevamente de ella, pero no podía decirlo, no podía exteriorizarlo. José sabía que enamorarse de Soledad Silente sería manchar el honor de su familia. Enamorarse de una mujer muda, estéril y asocial, lo llevaría a ser la burla por años del pueblo andino olvidado. Era mejor que todo permaneciera en silencio.

Soledad estaba ideando el plan perfecto, era ahora o nunca, y parecía que estaba dando resultado. José dejaba de escribirle a su futura novia, hablar por teléfono o enviarle fotografías mientras la chica se encontraba de viajes. Prefería la compañía de aquella que nunca lo traicionó y en complicidad lo acompañaba en las locuras que sólo dos seres compenetrados pudieran entender. En su afán por cumplir sus sueños ella lo ayudó, en sus dudas sobre la vida lo aconsejó y en las euforias que pequeños instantes dan a una persona, Soledad lo abrazó.

José se debatía en un huracán de emociones encontradas. Seguir los lineamientos de la vida, convivir junto a una persona que tenía el 50% de hacerlo sufrir. O acobijado en Soledad seguir su rumbo y navegar por los mares de la imaginación. Esa mujer que firmaba Silente y lo enseñó a amarse por sí mismo, valorarse y motivarse en momentos difíciles no le pedía nada, pero él sabía que ella esperaba su amor. No a cuentas gotas como siempre se lo dio sino por completo, era la única que sabía todos sus secretos, el color de ropa interior, las penas que ahogaba en alcohol y los planes que a futuro quería lograr.

El momento que todos esperaban había llegado. José quedó a verse con la chica en un café de la ciudad. Soledad prometió quedarse en el hogar, pero no se contuvo. Salió por la ventana y tomó un bus que la llevaría al mismo lugar donde se reunirían los futuros novios –Si ella no lo impedía- Se sentó cerca de él, tenía la ventaja de no ser reconocida fácilmente en lugares públicos. Fue entonces que la vio, la mujer de carne y hueso con quien competía por un amor que no sabía si sería para toda la vida. La chica parecía ser interesante, reconocía que la belleza estaba de su lado y que en su caminar dejaba destellos de inteligencia. La sonrisa con la que su amado recibió a la mujer le hizo saber que todo estaba perdido. A su lado un hombre se sentó, ella se levantó y marchó, no quería saber nada de ese encuentro.

Caminó por la plaza de la ciudad, una estatua de Bolívar miraba a los lejos, mientras sostenía la espada de la libertad, esa misma que necesitaba para lanzarse a los cielos a buscar su destino, que parecía ser el mismo que el de todas sus hermanas. Las de su clase quedaban sorprendidas al verla sola, era ir contra las reglas. Todas detrás de sus amores caminaban esperando recibir las migajas del amor. Ella no quiso ser parte de eso y corrió por el medio del lugar. Las palomas expandieron sus alas y comenzaron a volar, unas se escondían en los árboles, otras pasearon por la ciudad.

Llegó al pueblo andino olvidado y dejó una carta escrita con la sangre de un corazón partido. Tomó sus maletas y marchó del lugar, sabiendo que recibiría un cruel castigo por la falta. Un beso húmedo quedó estampado en el espejo de baño de José.  Cara a cara con su inquisidor expuso sus motivos, que no bastaron para ser expulsada y recibir su condena. “Tomarás cuerpo humano y vivirás en carne propia lo que es estar atada a situaciones sin sentido” dijo la voz que la juzgaba. Agachó la cabeza, y cuando el mazo golpeó el estrado todo se oscureció.

Un José de casi 40 años, aún soltero y sin hijos marchaba por la ciudad a tomar el bus que lo dejaría en el pueblo andino olvidado. Corría como una fiera, no existía otro medio de transporte para su hogar. Al llegar a la parada de buses no había nadie, sólo una chica que con los brazos cruzados parecía pasar un escalofrío.

-¿Vas al pueblo andino olvidado?-Dijo José al ver a la joven algo asustada.
-Sí, parece que a esta hora ya no hay bus para allá- contestó la joven.

A José esa voz le parecía conocida, pero le era imposible saber de dónde. Le era extraño porque nunca trataba con personas menores que él. Sentía que era una voz de la niñez.

-¿Cómo te llamas?-preguntó José para abrir una conversación.
-Me llamo Soledad Silente- le dijo ella sonriendo.
-Te parecerá extraño, pero siento que ya te he conocido.
-Siento lo mismo.

Seis meses después se desataba el chisme más grande en la historia del pueblo andino olvidado cuando José Cervantes se casaba con la “niña” Soledad Silente. El alboroto fue tal que todo se hizo en privado, y muy raro. No fue ningún familiar de la novia, un amigo del recién esposo terminó llevándola al altar.
Soledad miró a los cielos y sonrió con ironía. Su plan dio resultado casi un cuarto de Siglo después. Olvidó todo lo malo que vivió por el camino y celebró estar unida de nuevo al que siempre fue el amor de su vida, del que pensó sería un amor no correspondido.

“El amor jamás se pierde, si no es correspondido,
Retornará, suavizará y purificará el corazón.”

Washington Irving

Comentarios

  1. Hola David como siempre tus relatos maravillosos, pero es formato del blog no me gusta nada y perdona que sea sincero , tus escritos valen mucho más que su presentación, al ser blanco el fondo parece que estas leyendo un periódico y los colorines de los lados demasiado chillones, he abierto una comunidad para que podamos escribir sin ningún tipo de censura, si te apetece allí tienes tu espacio de libertad y sigue escribiendo tan bien como lo haces, un saludo

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  2. Hola Andrés, muchas gracias. Tu opinión me es muy importante por ser un lector asiduo a mis lecturas. Lo cambié porque había recibido algunas críticas de mi diseño anterior. Parece que me quedaré con el otro. Esta semana lo acomodo, saludos y abrazos.

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  3. Un saludo sincero para ti en nombre de la Cigarra Azul y a modo personal por tu premio reciente, te deseo que continúes escribiendo con profundidad como hasta hoy, recordando siempre que hacerlo ya es un reto para nuestra pluma, la época que nos ha tocado vivir atesora en su seno, los arboles que nos habitan.

    sinceramente.

    Jorge García.

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    1. Mil gracias por tan emotivas palabras Jorge. Saludos y abrazos.

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