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Coleccionista de Monedas


Los días eran un tren lento de recuerdos. Para él que un día anterior había cumplido sus 90 años, muy pocas cosas seguían teniendo sentido. Esa mañana reviso entre tantas cajas que lo acompañaban en silencio y no conseguía lo que buscaba. La memoria hacía estragos, el cuerpo se burlaba de sus pasos y el cansancio siempre lo hacía desistir, pero esa vez no sería igual. Al final escondido en el armario, un cofre con monedas era lo que buscaba, eso notaron los cuadros de la casa al ver que llenos de telarañas sus dientes de nuevo aparecían.

Desde muy niño Alonso sintió gusto por las monedas, sentía que en ella se guardaban retazos de la historia. Le gustaba pensar que entre sus fríos cuerpos, las manos de miles de personas habían pasado para acariciarlas, golpearlas, ultrajarlas, amarlas. Decía a sus amigos que eran capaz de comunicar a personas de distintos lugares sin siquiera conocerse. Y parecía que tenía razón. Lo cierto fue que desde el día que nació, su vida estuvo ligada a esas fichas sin que nadie lo advirtiera.

Protegida por un envoltorio apreció esa moneda de 1922, ese año cuando nació. Entre el miedo y la confusión de sus padres, y teniendo de fondo un país atormentado por las peores plagas. El niño no lloró, la partera dio el anuncio de que algo andaba mal. Su padre había perdido a tres hijos al nacer, ya no sabía qué hacer. Creyendo que el niño no había conocido este mundo le puso una moneda en su diminuta y delicada mano, fue entonces que lloró. Las lágrimas de uno, era la alegría para otros. “Te llamarás Alonso” dijo el descendiente de padres españoles. El calendario católico aseguraba que ese 31 de Octubre era día del santo del que llevaría su nombre hasta su muerte.


Escondida estaba una muy pequeña del año 1936. Al acariciarla con sus dedos de anciano, toda la habitación se convirtió en una sala donde proyectaban las etapas de su vida. Él era el protagonista, el director, productor, el único asistente, el señor de los aplausos.  Nunca imagino que sus monedas tuviera el poder de regalarle momentos mágicos entre esa cruda realidad que vivía.

Para su madre seguía siendo un niño, su padre no pensaba lo mismo. Lo puso a trabajar como cartero. La bicicleta de la familia era el vehículo para llevar de un lado a otro esas cartas escritas con amor, pasión, dolor o dudas. El primer día no fue nada fácil recordaba. Y las imágenes que atravesaban su cuarto le recordaron ese día que sería el primer eslabón de una cadena de amor.

Al terminar, guardó el “carrete” y sacó otra moneda, de esa no se olvidaba, ni los achaques, ni la vejez, ni el dolor hicieron que no recordara aquella vez. De todos modos decidió poner la cinta y ver otra de sus escenas. El grabado impregnado en el metal hizo chispas con sus dedos y de nuevo la habitación se llenó de imágenes caminantes.

Diciembre, de 1945. La compañía de correos organizó un festejo para sus trabajadores. Alonso fue solo ese día al evento. No pasó mucho tiempo hasta que sus ojos se posaron sobre una hermosa y tímida mujer que a lo lejos conversaba con otras de su sexo. Él quería ir tras de ella y entablar conversación, pero el miedo a ser rechazado parecía ser más fuerte que el deseo de bailar una pieza con ella. Luego de algunas copas decidió acercarse. Mientras más se acercaba a la imagen de perfección que sus ojos desde un inicio divisaron más gotas de sudor corrían por su cara. Alonso recordaba ese momento entre sonrisas, y algunas lágrimas que salieron sin pedirle permiso. Intentó mirar por la ventana y divisar los edificios que escondían su cielo. Tomó fuerzas y siguió viendo la escena.

-Señorita, quisiera hacer una apuesta con usted- le dijo Alonso mientras se quitaba el sombrero.
-Eso depende caballero- le dijo con dudas. A ella le fascinaban las apuestas, era muy competitiva.
-¿Ves esta moneda?-ella asintió con su cabeza- Si sale cara bailamos una pieza, si sale escudo yo cumplo una penitencia. ¿Le parece?

La joven soltó una carcajada, era lo mejor que le había pasado hasta ese momento en la celebración, la cual sentía muy aburrida.

-Acepto, lance la moneda- le dijo ella.

Con un susto en su corazón, como aquella vez que casi se caía de su bicicleta, Alonso lanzó la moneda. De un lado a otro, la fuerza de su mano la hicieron llegar hasta lo más alto, aunque la gravedad era más fuerte y con molestia la lanzó al suelo. Los cuatro ojos observaron la decisión. Dos rieron, dos agacharon su mirar. “Salió escudo joven” dijo ella mientras mordía sus labios
.
-Sí señorita ¿Qué quiere que haga?-dijo Alonso algo desilusionado.
-No me moleste más… y sáqueme a bailar.

Con fuerza apretaba su mano. Así fueron pasando por la habitación muchas escenas a través de sus monedas. Cuando el dictador de su nación cayó y tuvo que esconderse entre montañas para no ser perseguido. La vez que se casaron en secreto. Aquella de 1973 que recibió del vendedor de café, ese mismo día ambos recibían su jubilación luego de casi 40 años al servicio de la empresa. Carla se llamaba su amante. Y decidieron vivir sus últimos momentos de vida viajando por el mundo. “Es una buena manera de gastarnos el dinero de nuestra vejez” le dijo ella una vez. Él como siempre, aceptaba todo lo que decía su mujer, no toleraba verla triste o molesta.

Colombia, Perú, China, España, Una lira italiana y cinco centavos estadounidenses se escondían entre unos reales y algunos centavos argentinos.  Dos viejos que llenos de amor conocieron un mundo más grande lo que imaginaban pero siempre abierto para recibir a aquellos que se aman de verdad, como Carla y Alonso.
Quizás la moneda más triste que tocó esa tarde fue la de 1999. La moneda de cambio que le dio el taxi para subir a su apartamento y conseguir a la que fue su única mujer muerta en el baño. Como pudo tomó fuerzas y llamó una ambulancia. “Sufrió un infarto fulminante señor” le dijo el médico. A ella, que consideraba la mujer más saludable, la más fuerte, amable y cariñosa la tenía a un lado con un color de piel que no era común para él. Sin moverse, sin hablarle y sin despedirse Carla fallecía sin conocer el nuevo milenio, uno de sus grandes deseos era pasar la navidad en Panamá. Y Alonso cumplió sus sueños.

Junto a él, llevó las cenizas de su mujer. Ella quería ser cremada y ser lanzada al mar. Luego de que los fuegos artificiales inundaran el cielo panameño, Alonso dejó que su mujer conociera el nuevo milenio y luego lanzó entre lágrimas y llantos las cenizas de Carla. Lanzó la moneda al cofre, las imágenes se interrumpieron bruscamente. Tocó sus bolsillos y una moneda brillante, de un bolívar estaba en sus manos. La tocó con fuerza y una figura apareció. Una hermosa mujer que pedía bailar con él una pieza de baile, Carla. Al compás de una música imaginaria Alonso danzó junto a ella. Sonriendo, feliz, enamorado de nuevo. Cuando la canción culminó, ella le pidió marchar “Ya es hora mi amor”. Alonso lanzó sus monedas al piso y junto a ella caminó por caminos desconocidos para él. Debía acostumbrarse a esa nueva vida, pero no le preocupaba junto a Carla todo sería felicidad.

Una enfermera que llevaba la comida a los cuartos del ancianato lo consiguió en el piso. El forense dio el veredicto “Causas naturales”. Fue enterrado junto a sus monedas, esas que le permitieron imaginar y llenarse de magia el último día de su vida.  


Comentarios

  1. Un relato muy agradable David. Parece que el dinero si que da la felicidad, si se utiliza en la forma correcta. Muy bueno!

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  2. Que relato más bello David,felicidades...!!! tu pluma si que cumple lo que promete,saluditos amigo..!!! :)

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    Respuestas
    1. Compañera me alegra que te haya gustado. Muchas gracias por pasarte a los suburbios. Gracias por todo el apoyo.
      Abrazos y besos.

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  3. Una idea muy original y poética para este relato.

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  4. Me encantó la historia, David. Besos

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