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Geriátrico Divino



Jamás pensó que eso le ocurriría. Ni en sus peores pesadillas imaginó que todo terminaría. Miles de años gobernando, siendo el baluarte de la lucha, la fe y la esperanza, y ahora no había vuelta atrás. Ya no recordaba cuando fue la última vez que recibió una solicitud, olvidó por completo la sensación de ser nombrado millones de veces en un solo día, las disputas que se tejían en su nombre, parecía que vivía sólo de episodios. Buscó en el ropero su mejor traje, el mismo con que lideraría la batalla final, el Apocalipsis. Dejó una nota en ese cielo olvidado y emprendió su camino a un lugar que hasta ese entonces era desconocido para él.

La sensación que producía mirar hacia abajo era la misma que sintió cuando sus hijos eran torturados y masacrados por llevar su mensaje, la misma que lo lanzó al piso al ver a sus seguidores asesinándose en su nombre. Esa sensación que experimentó cuando el hijo de sus entrañas era crucificado por una buena causa, la que hizo que llevara sus gruesas y toscas manos a la cabeza cuando se debatía en universidades y plazas si realmente él existía. Debajo de sus pies, un mundo feliz, que celebraba una “libertad” merecida, que ya no tenía temor de sus palabras y que vivía una vida desenfreno al conseguir ese ansiado líquido viscoso escarlata dador de eternidad que los ponía a un paso de ser “Dioses”. Las Iglesias se transformaron en museos, los sacerdotes en una especie extraña y las monjas piadosas en mendigas de un amor no correspondido por aquel que sería el esposo de miles y que parecía morir en esa tierra tan extraña como inconforme. Las puertas del geriátrico divino se abrieron, cabizbajo entró para estar en ese lugar para  siempre.

-Guarde todos sus poderes y títulos en esta caja- le dijo sonriente la enfermera guía.

-¿Es necesario?- contestó él.

-Política del geriátrico para evitar una catastrófica batalla entre sus miembros.

Respiró hondo y poco a poco como aquel que no quiere deprenderse de su vida entregó todo. Ahora sentía lo que era ser como aquellos que una vez (según él) creó del polvo.

-Nombre.

-¿Acaso  no me conoce?

-Política del geriátrico.

-Dios.

-Lo siento, su nombre personal, recuerde que los poderes y títulos quedaron en la caja.

-¿Yahvé?- dijo algo frustrado.

-Con eso basta, firme aquí para que conozca las instalaciones donde por siempre vivirá.

Esas palabras retumbaron en su cabeza como aquellos rayos y centellas que enviaba de vez en cuando para mostrar su poder. Desde que sabía, creyó que estaría sentado en un trono celestial rodeado de ángeles y querubines que cantarían al compas del arpa o la cítara las notas más sublimes que un ser pueda escuchar. Comenzaba a sentir que las cosas transcurrían muy rápidas. Desde aquella vez que en un hermoso jardín donde convergían poderosos ríos y los mejores frutos, donde animales de todo tipo se gloriaban de estar. Ese momento cuando sacó a su pueblo esclavizado y mostró ser superior a su colega de Egipto, y ese instante cuando su hijo agonizaba en una cruz por el bien de un pueblo y su dominio como Dios, todo marchó a velocidades astronómicas para él. Ahora sólo escuchaba el “blablabla” de una enfermera que le mostraba su nueva morada que debía compartir con seres que expulsó, venció y lanzó al olvido, uno como ellos, sin distinciones ni respetos. A lo lejos  pudo reconocer ese viejo que jugaba con dos piedras. Zeus lo miró fijamente por varios segundos, luego se levantó y corrió hasta la sala común para contar a sus pares lo que había visto.

-¡Lo vi!- Dijo Zeus luego de empujar la puerta con mucha fuerza.

-¿A quién?- preguntó intrigada Minerva, la guía de la sabiduría y las artes según los romanos.

-¡Al tirano! –respondió mientras miraba a los lados el que una vez fue gobernante de los cielos.

-¿Estás seguro? – Habló luego de años de silencio Tezcatlipoez, que daba providencia y regía lo invisible para los aztecas.

-Cerciórese  cada uno, debo vengar la humillante derrota que me condujo a este lugar.

No hizo falta, la enfermera lo presentó con sus nuevos “compañeros”. Viejas rencillas florecieron en las miradas punzantes que cada uno le regalaba. La historia jamás contada era vista por todos desde distintos ángulos. Pacha Mama recordó el sacrificio que tuvieron que hacer lo suyos para poder amoldarse a los lineamientos que conquistadores de tiempos lejanos impusieron en su cuerpo, en sus venas, en su aire. Ra de Egipto, no dejaba de mirarlo. “El Dios de Israel” fue lo que alcanzó a decir, antes de que su cuidadora lo llevara a jugar al lugar donde era el ser supremo. El hindú Rama no tenía nada en su contra, nunca batallaron, y algunos conflictos no fueron tan complejos, fue el primero en invitarlo a comer.

Todas las deidades divinas que estaban en ese lugar seguían vivas en los pensamientos, imaginaciones y vivencias de los humanos que los recordaban. Era ese cordón que les regalaba aliento de vida, una que muchos aseguraban haber creado, transformado y mejorado. Miles ya habían desaparecido, sólo pocos seguían imaginando ese mundo que por mucho tiempo les tocó gobernar, mejorar o recordar. Se dieron cuenta con el tiempo que los del “polvo”  eran las mascarillas de oxígeno que les permitía pregonar entre algunas paredes sus poderíos y virtudes.  Apolo danzaba al compás de las gardenias, jacintos, orquídeas y girasoles del jardín mientras el viento llevaba sus cantos  a Amaterasu la diosa japonesa que permitía que algunos rayos de sol traspasaran el vidrio donde Pacha Mama tejías algunas cobijas de Rosas que combinaban con las amapolas azules que llevaba en su tiara Mari, la reina de la naturaleza vasca. Anu la diosa celta de la fertilidad intentaba animar a Odín el Dios nórdico principal que parecía desaparecer por falta de oxígeno terrestre. Así pasaba el día para todos, con calma, paciencia, y determinación. La llegada del Dios cristiano hizo que todos quisieran cambiar de parecer, querían amargarle la estadía, pero Minerva se negó a semejante desfachatez. “Nuestros seguidores nos ponen y nos quitan del trono, lo prefirieron a él, no es su culpa. Creo que con sólo estar aquí basta para que pague todo lo que nos pasó. Los humanos siempre van en buscas de cualquier Dios que se les pasa por el camino” Dijo esto mientras escribía versos celestiales inspirados por las notas musicales de Apolo. Zeus, Ra y Chía la diosa Chibcha no compartían la misma opinión.

-Todos te ven como el culpable de sus desgracias. Muchos llegaron a este lugar porque sus seguidores terminaron llegando a ti.-Le dijo Rama, el más virtuoso como rey y esposo.

-No es mi culpa, todos sabemos que así se maneja esto.-contestó Yahvé con sus brazos apoyados en sus rodillas.

-Yo creo que deben hacer las paces por el bien de todos los que habitamos este lugar.

-Lo haría, pero todos me miran con desprecio. Tú lo harías si te hubiera tocado pasar lo que ellos vivieron. En muchas ocasiones mis seguidores hicieron añicos el mundo en mi nombre. Más de la mitad de los conflictos religiosos que en mi nombre se llevaron a cabo no fueron aprobados por mí. Intenté decírselos, pero nadie me escuchaba. El ser humano sólo me buscaba cuando necesitaba, y se escudaba en mis enseñanzas cuando le convenía. Utilizaban mi nombre para blasfemar mi creación. Yo era su Dios, pero ellos debían valerse por sí mismos, y nunca fue así. Ya lo entiendo todo, llegaban a mí para ser eternos, ahora que consiguieron la manera se olvidan de mí. ¡Qué amor el de mi pueblo!

-A ambos nos pasa lo mismo. Creo que deberías hablar con Minerva, ella es la única que permite que la fiesta vaya en paz. Es sabia, como todos… pero tiene esa capacidad de persuadir que es única. Si no fuera por ella este lugar sería un caos.

-¿Le queda mucho tiempo de vida?

-Es la que más oxígeno almacenado tiene, con gentileza regaló a Odín un poco. Siempre será recordada, millones de madres la recuerdan poniendo a su hijas su nombre…Minerva. Habla con ella en la cena.

-Eso haré.

La mesa estaba servida cuando todos llegaron, un nuevo puesto fue incluido para el nuevo huésped. Todos tomaron asiento. Minerva fue la última en llegar y dio inicio a un brindis en honor a Yahvé. Con renuencia todos brindaron y se dispusieron a comer. Con tensa calma la digestión espera hacer su parte, pero aún faltaban algunos por terminar el plato. Él pidió a la diosa de la sabiduría unos minutos a solas, ella se los concedió.

En la sala algunos se preparaban para atacar a su enemigo. En silencio y sin ser descubiertos lograron apostarse cerca de donde ambos hablaban. Afrodita quien se acaba de despertar sirvió de distracción cuando caminó cerca de ellos desnuda. Minerva sólo alcanzó a decir “El mismo libreto de siempre”. Hicieron un círculo y pedían la cabeza del Dios de Israel. Era una batalla perdida, sin sentido, sin poder ni fuerzas. Algunos que seguían cuerdos de la cabeza sólo se limitaban a observar desde lejos y reírse de las ocurrencias de Zeus, Ra, Chía y Afrodita.

Una enfermera a lo lejos gritó

-Señor Yahvé lo buscan.

-¿Quién?

-Dice que es su hijo, su nombre es Jesús.

-¡Mi niño!

-Por lo menos tiene hijos que se acuerdan de él- En sarcasmo dijo Ra.

Jesús había llegado preocupado sin entender lo que pasaba. La enfermera le explicó que su padre llegó solo, y era su deber abrirle. Ambos se abrazaron y se dieron fuerzas mutuas, un padre que se sentía olvidado, un hijo que se sentía culpable

-¿Por qué saliste de casa solo? Tú ya no estás para esos trotes-Dijo Jesús el hijo del Dios de Israel

-Transcurrieron años desde que recibí la última súplica o agradecimiento de un humano, no te vi por la casa, sentí que me habías abandonado.

-Padre ¿Cómo crees que haría algo así? Te dije que debía bajar, necesitaba aparecerme a algunos piadosos que todavía creen en nosotros. Dividí a los ejércitos celestiales, cada uno fue a un lugar distinto de la tierra. La batalla aún no está perdida. Mientras yo exista, te cuidaré hasta el final padre mío.

-Hijo, discúlpame si te causé preocupación.

-Lo importante es que estamos juntos otra vez, vámonos a casa.

Por la ventana estaban todos observando la despedida, Rama y Minerva celebraban la salida del Dios de Israel. “No falta mucho para volverlo a ver por aquí” dijo Mari la diosa vasca. Amaterasu la japonesa subrayó “por lo menos tiene a alguien que ha venido a buscarlo, todavía existe gente que lo ama”.


Los ancianos siguieron haciendo lo que mejor sabían hacer. Algunos cantaban, otros tejían, unos se creían dominadores del mundo como una vez lo fueron  y en el caso de Afrodita corría desnuda por los jardines del lugar. Yahvé siguió su camino a casa, y ese día durmió como pocas veces. Al despertar recordó a sus compañeros del geriátrico divino y prometió ir cuanto antes a llevar regalos. Porque él tenía la dicha de seguir siendo amado, los demás lentamente iban siendo tragados por el olvido. Porque como dijo Minerva “Los humanos siempre van en buscas de cualquier Dios que se les pasa por el camino” este era el turno de la familia real de Israel.

Comentarios

  1. Y también en los cielos hay suburbios :) Muy buen relato,ojalá llegué la reflexión a quien tenga que llegar y valoremos en mayor medida nuestras acciones,felicidades amigo,doblemente felicitado..!!! :)

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    1. Así es querida María. Espero que la reflexión pueda ser fluida y llega a quien tenga que llegar. Un abrazo.

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