Esas palabras pasaron como flechas encendidas a su corazón. Don Augusto recibía el último golpe que la vida le daría. Cerró los ojos, la ciencia decía que sería la última vez, la religión que le fue impuesta de niño decía que era un paso a la otra. Todos la miraron era la culpable de esa muerte y aunque la justicia no encontrara pruebas, sería señalada por la sociedad como la asesina de su padre.