Urnas electorales quemadas en la Universidad de Los Andes, núcleo Trujillo. |
“En el mundo de la política debe estar gente buena” poderosa
frase que una de mis profesoras dijo en clase, quizás pudo ser ese el
combustible que me condujo a aceptar una de las candidaturas en las elecciones
universitarias. Jamás imaginé lo que podía ocurrir en un país donde la
decadencia social se ha afianzado en estos años.
Desde que a mitad de la primera década de este milenio la
polarización en Venezuela llegó a una situación insoportable, mis respetos
hacia los líderes políticos se esfumaron como el humo de un cigarrillo
encendido cuando estoy estresado. Creí (erróneamente) que se podía caminar por
la línea del medio, olvidar todos los problemas y engavetar los temas políticos
para sentir que vivía “en un país feliz”. La muerte de decenas de estudiantes
en las manifestaciones en contra del gobierno ocurridas a principios de año me hizo
despertar y tomar una postura más coherente. Abiertamente me declaré opositor.
Una cosa llevó a la otra. Las ganas de aportar ideas para el
resurgimiento del país desde la Universidad se fusionaron con el receptivo
apoyo estudiantil que mis propuestas culturales y recreativas tenían, poco a
poco fueron ganando espacios en la Universidad de Los Andes. De inmediato me
convertí en un fuerte aspirante a la dirección estudiantil de cultura, sentía
que podía ganar.
Y es que como muchos jóvenes que día a día transitamos las
calles de nuestra golpeada patria quería borrar por una tarde, o horas los
problemas que nos llevaban a cuestionarnos seriamente si esta llamada “Revolución
Bonita” que ideó el presidente Chávez era practicada coherentemente. Durante
cada evento realizado los colores políticos, las ideas encontradas, el odio
entre hermanos, la inseguridad, la inflación, el desabastecimiento, la fuga de
cerebros o el alto costo de la vida terminaban desapareciendo. Mi lema era “La
cultura no se puede politizar” Eso me permitió (humildemente lo digo) a mitad
de camino sentir seguridad de que en mi núcleo universitario podía ganar.
El día de las elecciones comenzaba cargado de optimismo. Nos enfrentábamos
a toda la maquinaria del gobierno nacional que tenía en nuestro centro de
estudio uno de los pocos focos donde el chavismo seguía con vida. Al inicio de
la campaña electoral pocos nos veían como ganadores. Cinco candidaturas
lanzaron sus mejores propuestas para captar el voto del estudiantado, nos sentíamos
esperanzados de que la gente podía responder a nuestro llamado y así fue.
A punto de terminar el conteo de voto, ya pasadas las siete
de la noche, bajo la oscuridad de una noche tensa estábamos por encima de la
plancha liderada por adeptos al gobierno nacional. Nuestros ánimos
llegaban a los cielos. El conteo de voto
se hacía manual en aulas de clases estratégicamente posicionadas según la
carrera de cada elector. Mis lágrimas no pasaban desapercibidas, en ese momento
era de felicidad. Alguien me dijo alguna vez que no se lloraba de alegría, que
se lloraba por lo duro que fue el camino y que al final terminaba dando frutos.
Me convertía en el candidato más votado en la ULA Trujillo. Entonces recordaba
como aquel joven tímido que caminaba por los pasillos y que tenía pocos amigos
había logrado alcanzar uno de sus sueños. Quería seguir imaginando pero las
detonaciones que producían las armas de fuego me hicieron despertar y entrar en
razón. No querían aceptar la derrota.
Ante lo que podía ser un ataque de grupos armados o una falsa
alarma corríamos por los pasillos del tercer piso del recinto estudiantil varios
compañeros de la plancha electoral. “Quítense la camisa para que no los
identifiquen” decía el que mayor tiempo tenía en el movimiento. Accedimos a su petición
cargada de nervios porque en un país donde la vida vale menos que un litro de
leche cualquier cosa puede ocurrir. La adrenalina y el miedo nos llevaron a
donde estaban todos reunidos, ahí llegaron los primeros relatos de lo que había
ocurrido. “Se robaron las cajas con los votos” decía una compañera que
horrorizada al ser apuntada por un arma de fuego no paraba de llorar. “Nos
robaron las elecciones” decía un compañero lleno de ira que tuvo que ser
calmado para evitar un hecho que lamentar. Cinco minutos después un aviso llega
desde la planta baja “Los encapuchados están subiendo”.
Al verlos, todos comenzamos a huir temiendo lo peor. Los
nervios jugaron en nuestra contra y nos llevaron a un pasillo donde no había
vía de escape. Algunos caían y eran pisoteados, otros en posición fetal
ocultaban sus rostros y como yo muchos buscamos en un salón refugio para no ser
foco de los maleantes.
Armados y con los rostros ocultos hacían lo que querían. Una
compañera recibió una patada en su vientre, el llanto aún no puede borrarse de
mi mente, ese lugar donde una vez ellos estuvieron protegidos antes de nacer,
el vientre de una hija de Eva igual que la madre que los vio nacer. Un chico
gay era pateado como un perro mientras recibía insultos hirientes y despectivos
por su condición sexual. Los afectados éramos muchos. Al no conseguir actas
escrutadas en nuestro poder decidieron huir. Poco después, en el patio central
de la universidad eran incendiadas las papeletas electorales que tenían en su
poder. La decisión de los estudiantes, el esfuerzo por dar un granito de arena
para cambiar el país, la voz de las mayorías, la democracia eran silenciadas,
quemadas arbitrariamente por un grupo de estudiantes que nunca aprendieron en
su niñez que en la vida se gana y se pierde, y que de la derrota se puede
aprender. El psicoterror con el tiempo se fue esfumando, pudimos salir de la
universidad con vida, pero decepcionados
que estos actos primitivos ocurrieran en nuestro país.
¿Y qué se podía esperar? Lo ocurrido en la Universidad de Los
Andes fue el reflejo de lo que ocurre día a día en el país. Una nación sin ley
donde cualquiera puede portar un arma, pero pocos pueden tener papel higiénico.
Un lugar donde no se respeta las decisiones de un pueblo pero se regalan
cantidades astronómicas de dinero a otros países, el más beneficiado por
supuesto Cuba. El respeto a la mujer y la diversidad sexual son oprimidos, pero
ante el mundo se hace gala de que aquí no se violan derechos humanos y que la
ONU y la Corte Interamericana de los Derechos Humanos tienen un plan para
desprestigiar al gobierno nacional.
Las elecciones fueron repetidas este miércoles y ocurrió lo
mismo. Extrañamente las fuerzas del orden público, desaparecieron al momento en
que los encapuchados armados robaran de nuevo las urnas. ¿En quién se puede
confiar?
Las elecciones fueron invalidadas hasta nuevo aviso en mi
núcleo. Gracias a Dios tuve gran apoyo en Táchira y Mérida, lugares donde la
Universidad de Los Andes tiene sedes principales.
La lucha sigue y ahora cara a cara en contra del Gobierno
Nacional, jamás contra sus seguidores que terminaron siendo manipulados por
perros hambrientos de poder y que notando que pierden espacios en el país ante
una ineficiente administración no les queda de otra que atacar al pueblo del
que dicen amar.
Por todo esto no he tenido tiempo de escribir seguidamente
como antes lo hacía. Creo que esto puede esperar. Tengo un compromiso con la
tierra que me vio nacer y esa sí no puede esperar porque puede ser demasiado
tarde.
Siempre los recuerdo, un abrazo a todos.
Admiro tu valor.Cuidate mucho.Siempre te recuerdo.Un abrazo.
ResponderEliminarIgualmente amiga. Un fuerte abrazo.
Eliminar¡Qué repugnante que al final los que utilizan ideas de justicia para llegar arriba se olviden de todo porque lo que importa es acaparar el poder! Nunca hay que olvidar que el fin no justifica los medios porque al final el único fin será aplastar al otro sin admitir críticas. Como dice Estela, admiro tu valor y espero que tu libertad de expresión en este blog no te acarree nada malo y sí sirva para que se investigue la injusticia. Un abrazo.
ResponderEliminarEl miedo está pero no podemos permitir que nos agobie. Al final de cuentas sé que este gobierno caerá con todo su peso. Un abrazo compañero, saludos.
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