La manera en que ella llegó a mí vida puedo describirla como:
Milagro.
Desde muy niño siempre deseé tener una mascota, mis favoritos
eran los perros. No concebía que no pudieran hablar si eran capaces de
descifrar nuestros sentimientos con una sola mirada, con una lamida, o con una
sonrisa. Cada año pedía a mi madre de regalo un perro, pero esta se rehusaba,
asegurando que era muy niño y no tenía tiempo para cuidar a un animal como se
lo merecía.
Tenía seis años cuando en la casa de mis vecinos llegó un
perrito de brazos. Tembloroso, con la mirada perdida, escondido entre sus patas
era entregado a los dueños. Para ellos yo era parte de la familia, un hijo
menor. Me permitieron ponerle nombre
“Tommy” así se llamaba mi superhéroe favorito, no conocía mejor nombre que ese.
Tommy fue creciendo junto a mí. Él dejó el miedo, yo los
juguetes, él dejó la desconfianza y yo algunos sueños de niño. Estoy seguro que
fue mi primer perro aunque en el papel no fuera así.
Los años fueron pasando y aún no conseguía el visto bueno de
mi madre para tener un animal. La acusación de que era muy niño fue vestida de
un “Eres muy irresponsable para tener una mascota” a eso debía sumar que mi
hermano menor quedó traumado al ser mordido por un perro callejero, todo estaba
en contra. Sentí que el tiempo me daría la razón, y así fue.
Dicen que la depresión es la enfermedad del futuro. Y yo era
parte de ese creciente número que sumaban una gran lista alrededor del mundo. Los
problemas llegaban a mi cabeza y como garrapatas absorbían mis ideas y sueños
por vagas interpretaciones del mundo que no tenían sentido para mí. La vida me
daba un golpe cuando me puso en una encrucijada, la misma que me obligaría a
cambiar mis actitudes y gustos por causas genéticas, donde ni Dios ni mi
familia eran culpables de lo que ocurría.
Mi mamá me permitió un animal en casa. Era una tortuga de
agua, muy pequeña, silenciosa y fría. “Se llamará Ginebra” dije, unía así mi
pasión geográfica y mi sueño cumplido a medias de tener un animal. A diario
intentaba conversar con mi exótica mascota, pero esta escondía su cabeza en su
caparazón, que servía de escudo protector ante cualquier amenaza. “será por
poco tiempo” pensé, pero cada día de los meses siguientes era lo mismo. Ese
animal de sangre helada terminó escapando un día de mi hogar. Deseo con fuerzas
que esté en algún río o mar del mundo y que tenga un bonito futuro.
Contraria a la voluntad de mi madre decidí comprar un perro.
Ya tenía idea de cómo lo quería. Debía tener su pelaje dorado, ser gentil, y
jugar conmigo cada vez que quisiera. Debí tener las medias perrunas exactas
para ser el más bello y apreciado del lugar. Quería que causara una buena
impresión al pasar. Imaginaba enseñándole trucos, a sentarse, a hacerse el
muerto. Incluso, ya le tenía nombre, Ecuador.
Por señales del cielo o la web, mis redes sociales poco a
poco se empezaron a llenar de imágenes y relatos sobre animales de la calle.
Cómo eran golpeados, el hambre que debían soportar y la dura vida que tenían
que llevar me puso a pensar. La gran mayoría
de estos hijos de la creación estaban en estas condiciones por no ser de “raza”
por no ser del grupo pedigrí. Las cosas cambiaron en mí desde entonces.
Con los perros mestizos compartía gran número de
características. Eran únicos, no existía otro igual que ellos. Gran parte de la
sociedad los veía como “poca cosa” y era un estorbo para los gobiernos que al
no encontrar soluciones en beneficio de ellos dejaban que inundaran las calles
con su presencia.
Una tarde sin colores, donde la depresión intentaba llegar
para quedarse pregunté a una amiga si conocía de un lugar para adoptar perros.
“Mi perra acaba de parir, tiene siete perritos… pero no son de raza” Mis ojos
brillaron y como un cuadro en acuarela guardé ese instante. Días después sin el
consentimiento de mi madre tenía a Nebraska en casa.
A igual que Tommy 16 años atrás, Nebraska llegaba a mis manos
temblorosas, arropada en una sábana y con los ojos entreabiertos. La primera
noche con ella estuvo llenos de sollozos, quizás pedía que su madre y hermanos
llegaran a buscarla en ese nuevo mundo tan extraño para ella. La llamaba desde
mi cama y comenzaba a acariciarla hasta que se quedara dormida. Luego otra vez
y otra y otra. Debo reconocer que la primera noche fue la más dura de todas.
Los días fueron pasando y juntos construimos un mundo
distinto. Le enseñé dónde debía hacer sus necesidades. En vano fue explicarle
que no mordiera mis calcetines y zapatos. Muchos trucos quise hacer con ella,
pero se negaba. Ella terminó enseñándome otra manera de querer, de sentir, de
vivir. Jamás imaginé que un perro pudiera esconder tormentos bajo la tierra y sanar con sus lamidas heridas del
pasado que no querían cicatrizar.
Mi perra dio clara muestra de que los estudios científicos en
torno a los caninos eran válidos. Mi sistema inmune está más fuerte, la
depresión ha desaparecido notablemente, mi presión sanguínea está en un punto
saludable y sus ocurrencias me alegran el día a día.
Es ella la que me entiende cuando llego cansado, la que
busca la correa para pasear por las calles del pueblo andino olvidado, la que
llega a mis brazos cuando sabe que mis ojos están apagados. Es la única que
comprende mis historias y vivencias, la que sin saber hablar entiende mis
conversaciones y dolencia.
Yo sentí alivio al dar cobijo a un animal que pudo estar en
la calle. Mis convicciones cada vez son más fuertes y lucho día a día por un
mundo donde no exista discriminación por animales mestizos.
Nebraska dio respiro a mi alma y un perrito lo puede hacer
contigo. Es cuestión de que lo busques, puedo estar seguro de que tu vida
cambiará al instante como me ocurrió a mí cuando en momentos de dificultades un
ángel de cuatro patas llegó a mis brazos.
Que bello y tierno, un ángel de cuatro patas. También tengo problemas depresivos, yo escogería un gatito; los prefiero jeje. Aunque los perros tienen una nobleza que pueden sosegar el espíritu quebrantado.
ResponderEliminarFeliz fin de semana.
Abrazo David.
Hola Alejandra no me llevo muy bien con los gatos, aunque su mística eterna es admirable. Gracias por pasarte al blog, un abrazo grande.
EliminarLindo ángel de cuatro patas tienes. Es verdad que los perros son gran compañía porque establecen una rápida empatía con su dueño. Intentan alegrarte cuando estás triste, aunque también el animal lo esté. Ojalá Nebraska esté contigo por muchos años y así no te deprimas tanto, aunque ya saldrás de ese estado.
ResponderEliminarQue tengas un buen fin de semana. ¡Saludos!
Hola Nahuel gracias por pasarte. Así es, Nebraska me alegra cuando estoy triste y siempre está al pendiente de lo que me sucede. Yo espero que me dure muchos años.
EliminarUn abrazo hermano, saludos.
¡Ay! ¡Cómo te entiendo! *-*
ResponderEliminarMi Sam llegó a casa hace casi 4 añitos... Mis padres tampoco querían un can, pero al final... ¡Se ha ganado el Corazón de todos!
Pase unos meses sin dormir, atenta a cada movimiento... Me destrozó zapatillas, ropa interior y algún que otro muñeco de cuando era Peque... Pero... Si tengo un día malo, me roba una sonrisa... Si tengo un día bueno, lo multiplica... Si estoy malita, me acompaña en la cama... Y, además, es un Guardián de Sueños que me vela cuando duermo... ¿Qué más se puede pedir?
Yo también le hice mi propio homenaje con Letras... Es este:
http://sangreenlanevera.blogspot.com.es/2014/12/kaz.html
¡Me encanta Nebraska!
¡Besines! ;)
Ay Campanilla! Es tan cierto eso. Sus destrozos quedan cortos a tanto amor y alegrías que nos regalan. Gracias por pasarte, en cuanto pueda leo tu relato. Un abrazo grande.
EliminarSon maravillosos los perros, es cierto lo que ponés sobre ellos. En lo personal, prefiero a los gatos; pero también me encantan los perros.
ResponderEliminarAbrazo amigo David. Saludos a Nebraska!
Entre gustos y colores...
EliminarLos animales de compañía nos regalan momentos que difícilmente pueden ser borrados.
Gracias por pasarte Federico. Un abrazo grande.