En el pueblo andino olvidado
no hay mar, y cuando lo vi por televisión cuando era muy niño supe que debía
conocerlo.
A mediados de cada año, le
pedía a mi madre que eligiera al mar como destino vacacional, pero ella siempre
decía “Mis alergias no me lo permiten, cuando estés grande podrás conocerlo”.
Tenía estampada en la
pared de mi cuarto un recorte donde la protagonista era una mujer con la
suficiente ropa para abrigar a un ratón, la tenía no por ella, sino por el
fondo que la arropaba y la hacía ver bella, un faro vigilante y un mar azul que
con brazos abiertos me esperaba.
Y así, cada día que pasaba
me preguntaba cómo era el mar. ¿Qué tenía para darme? ¿Sería como lo imaginaba?
Durante noches enteras el
insomnio era la llave que me conducía a
mundos imaginarios donde (por supuesto) el protagonista era uno solo. Ideaba
lugares, momentos y hechos que encendían en mi corazón una llama que sólo era
apagada por los gritos de mi madre al ver la luz encendida a tan altas horas de
la madrugada.
Llegó entonces la época
donde todo aumenta. Mi voz, mi cuerpo y mi compañero habían crecido al igual
que los granos que adornaban mi cara sudada. La profesora de geografía
anunciaba un viaje a un lugar donde la gente sólo conoce el agua, donde los
peces conversan con los pescadores y donde el frío gélido se quitaba la ropa
para descansar cada vez que podía. Íbamos al mar.
Siempre fui silencioso, mi
pie derecho no escuchaba el crujir de la suela del zapato izquierdo. Era
precavido a la hora de hablar y cuando lo hacía, era porque de verdad era
necesario.
Mi forma de ser me trajo
muchas burlas y humillaciones, golpes, empujones y gritos muy cerca de mis
oídos. A diferencia de otros compañeros que sufrían eso, no deje de asistir a
clases, no dije nada a mis padres, no lloré delante de mi profesora. Yo sentía
que vivía para una sola cosa, para conocer el mar, estaba decidido a comenzar
un mundo nuevo en ese lugar donde los dos azules se unen a la vista de un
dichoso espectador.
La noche antes del viaje
no dormí, mis ojos rogaban a mi cerebro poder descansar, pero éste no podía.
Miles de imágenes llegaban a mi cabeza, cargadas de sentimientos y momentos.
De pronto una pregunta
llegó a mi cabeza ¿Cómo crees que será el mar?
Fue fácil responder:
Hermoso, sencillo, majestuoso, poderoso y… hermoso. Supuse que era
indescriptible y que mis ojos tenían la dura responsabilidad de procesar toda
la información correcta a mi mente.
Por el camino, el verdor
de las montañas se iba quedando atrás y eso me agradaba. No es que no me guste
el clima de mi tierra, es que siento que no debí nacer ahí. Existe gente que
dice que nació en el cuerpo equivocado, yo siento que nací en la escenografía
equivocada, debía llegar al sitio que mi alma pedía conocer.
En el bus de la
universidad mis compañeros bebían licor como agua en clima desértico. Gritaban,
algunos se besaban, otros dormían. Sus actitudes me obligaban a sentir tristeza
por ellos, no sentía rencor por tantos golpes recibidos, ni por la chica que no
se quiso sentar conmigo porque yo era “un chico raro que iba directo al
fracaso”.
Debí quedarme dormido por
un buen rato. Cuando abrí mis ojos y estiré mis pieles, vi a lo lejos una
mancha oscura tan grande como el horizonte. Mi corazón se aceleró con fuerzas,
no tenía la menor duda, estaba cerca del mar.
A tan sólo llegar a la
posada todos corrieron al mar. Compraron licor, yo di todo el dinero que pude. Mis
compañeros me miraron sorprendidos, y no fue de esas miradas inquisidoras que
terminaban hinchando mi cara, eran caras de alegría y bienvenida. Me unieron a
su celebración, la que también era mía.
Cuando toqué la arena lo
vi…pero no sentí nada.
¿Qué me ocurría? ¿No era
esto lo que quería? Comencé a sudar, mis manos estaban frías sentía que estaba
perdido.
Quería gritar lo que
pasaba por mi mente en ese momento y justo antes cuando me disponía a hacerlo
una botella de ron llegó a mis manos en sintonía de una extraña canción
entonada por todos “Qué tome…qué tome” decían a una sola voz. Lo hice y mi
cuerpo no lo agradeció, gestos de amargura adornaron mi cara, carcajadas al
verme adornaron las de mis compañeros.
Sé que la canción y el
beber ron se repetían considerablemente, y no oponía resistencia.
Fue entonces cuando el mar
envió a una de sus hijas. ¡Era hermosa! Sus cabellos abrigaban sus senos, su
sonrisa iluminaba como un faro sus pasos y su cuerpo era la fusión de una
criatura de las profundidades oceánicas y la figura a medias de un ser humano.
Con sus manos me invitaba
a acercarme, yo no entendía lo que pasaba.
Quise interrumpir a las
parejas que se besaban a mi lado, pero a tiempo entendí que si lo intentaba los
golpes del colegio quedarían pendejos.
Entonces entendí todo. Yo
era un ser del mar, por eso no encajaba en mi pueblo, por eso deseaba desde
pequeño conocerlo, por eso estaba ahí y un ser del mar me invitaba a dejar mi
tierra ¿Quién había tenido esa suerte? Quizás era el primero, quizás no. Lo
cierto era que no podía dejar pasar esa oportunidad.
Entonces caminé hacia el
mar, las olas golpeaban mis pies, luego mis piernas y así iba acercándome a esa
extraña mujer (o lo que haya sido) sería ella mi puente hacia el mundo que
siempre soñé y que aún no conocía.
Los gritos de mis
compañeros iban disminuyendo en volumen y por primera vez escuchaba la voz de
aquella mujer “¡Ven!” repetía con fuerzas. Al llegar a lo profundo del mar mis
ojos se cerraron. Y conocí entonces un mundo del cual no puedo hablar por
órdenes del rey de los océanos.
Estuve a punto de unirme
con mi gente, con mi tierra, mis verdaderos ideales, pero mi alma se separó de
los míos y me llevó de nuevo al mundo terrenal.
El viaje fue suspendido,
mis compañeros durante todo el viaje no me pasaron ni una palabra, lo cual no
me preocupaba, desde que los conocía sólo se dirigían a mí para lanzarme
improperios, su silencio era alivio para mi cuerpo y adrenalina para mi alma.
Ahora estoy de nuevo a las
puertas del mar. ¿Qué cómo lo hice? Es una historia un poco larga. Sólo debo
decirles que escribí esta carta porque así me lo pidió su majestad el rey de
los mares. Para que el mundo sepa que él existe y que muchos humanos pertenecen
a sus profundidades.
Cuando leas esta carta, yo
estaré navegando por las infinitas aguas de mi verdadera tierra, y tú en cambio
te estarás preguntando muchas cosas.
Recuerda que a mí me bastó
un sueño de niño y unas copas de ron para descubrir lo que siempre quise
descubrir. Lo que pienses de mí, es algo que nunca podré saber, y eso me tranquiliza.
A fin de cuentas, si a los
que nacen en cuerpos equivocados les importa un bledo lo que piensen de su
nueva apariencia ¿Debo yo preocuparme por seguir mis ideales y trazar mi camino
a la felicidad?
Un cuento fantastico con un poderoso mensaje en el final.
ResponderEliminarExcelente David.
Felicitaciones y abrazo.
Muchas gracias Ricardo, tus palabras siempre son recibidas con mucho respeto. Un abrazo grande.
EliminarMaravilloso relato,me trasladó! y la forma como terminas buenisimo,Gracias!
ResponderEliminarHola Ady, gracias a ti por pasarte y leerla. Me alegra un mundo que te haya gustado, un abrazo grande para ti.
EliminarExcenente historia, David y la moraleja final es muy interesante. Me ha encantado. Un abrazo, querido amigo
ResponderEliminarMuchas gracias por pasarte Erika. Me alegra que te haya gustado, un mega abrazo saludos.
EliminarUna historia muy hermosa, David, y muy imaginativa también. Nunca se me había ocurrido pensar que algunos de los seres que cada día nos cruzamos y parecen estar desubicados, quizá es que no pertenecen al lugar que ocupan...
ResponderEliminarEs cierto que me estoy preguntando cosas; del mismo modo espero que tú estés ya disfrutando con los tuyos :))
Muy bueno!! Un abrazo y feliz finde.
Hola Julia es correcto tu punto de vista. Tus preguntas tienen mucha validez. Lo que ocurre es que estamos acostumbrados a ver el mundo de manera estándar. Un gran error! Existen personas que no sienten que no son parte del diseño que creó la sociedad. Es entonces cuando descubren que son de otro lugar. El relato entretiene, anuncia y denuncia. Me alegra mucho que te haya gustado de verdad. Un abrazo y gracias por pasarte a los Suburbios, un abrazo grande.
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