Esas palabras pasaron como flechas encendidas a su corazón.
Don Augusto recibía el último golpe que la vida le daría. Cerró los ojos, la
ciencia decía que sería la última vez, la religión que le fue impuesta de niño
decía que era un paso a la otra. Todos la miraron era la culpable de esa muerte
y aunque la justicia no encontrara pruebas, sería señalada por la sociedad como
la asesina de su padre.
Esmeralda Rodríguez no tuvo tiempo de explicar lo que
ocurría, no pudo abrazar a su padre, o llorar su dolor en compañía de los
suyos. Fue exiliada de inmediato. Su madre pidió que no volviera más mientras
caía entre lágrimas y un dolor ardiente en el cuerpo del que fue por un cuarto
de siglo el único hombre que conoció su desnudez. La joven debía emigrar del
nido, expandió sus alas y escondiendo su vergüenza intentó buscar cobijo en las
silenciosas calles del pueblo andino olvidado.
Nunca imaginó que la verdad tuviera consecuencias
desconocidas para ella. Desde niña le enseñaron la importancia de esta, y
cuando la puso en práctica terminó matando a su padre de un infarto al miocardio.
En lo más profundo de su corazón sabía que estaba en lo correcto, nadie podía
alterar sus convicciones. “No tengo la culpa de la muerte de mi padre, nací en
el cuerpo equivocado ¿qué se le puede hacer?” pensó en voz alta. Aceptó que no
era bienvenida en las calles del pueblo andino olvidado. Tres perros callejeros
y una paloma la acompañaron hasta la salida del lugar. En media hora una extraña
sensación recorrió su cuerpo, parecida a la que su padre decía llamaban
madurar.
Tres años habían transcurrido desde aquella trágica pero
necesaria escena. En la que fue la culpable de una muerte y la heroína de un alma
que estuvo atrapada entre cadenas para complacer los estándares de una extraña sociedad.
Pocos conocían su pasado, no se atrevían a revivirlo. Era la única arma
conocida que podía traspasar la armadura de lentejuelas que adornaban su
cuerpo. Esa noche debía seguir su rutina. Ser la reina Esmeralda era una gran
responsabilidad que debía cumplir entre peligros, culpas y demonios que la
querían hacer cambiar de parecer.
Buscó la peluca rubia y la puso en su cama, esa que
hipnotizaba a muchos de sus clientes, que creían gracias a la magia del alcohol
que era una cabellera real. La base para maquillaje escondía su esencia, el
error genético que la biología y la psicología no habían podido descifrar. El
rubor enrojecía sus mejillas, eran las rosas que escondían la vida de espinas
que tuvo que vivir, mientras todos se burlaban de ella. El crayón, la pintura
de labios y los lentes de contacto la transformaron en la más bella del lugar,
la que más dinero recibía, la más solicitada. Bufón de día, reina de noche.
Sus movimientos de caderas invitaban al viento a separarse.
Como tijeras sus tacones cortaban las miradas de terror de algunas señoras que
acaban de salir de la misa. Una ceja tatuada levantada y las ondas de su
cabellera rubia eran parte de la obra de una artista ambulante, una que vendía
su cuerpo al mejor postor para poder sobrevivir. Aquella que fue sacada de su
pueblo por ser distinta a los demás era la reina de un reino imaginario de
cinco cuadras que eran de su total control. Sólo tenían derecho a parar por
cinco minutos los posibles clientes que necesitaran de las tácticas de la
soberana.
Cada noche se encomendaba a su Dios. Arrodillada, sin
ensuciar su vestido pedía salud y fuerzas. “Cuídame de los policías, de los
malhechores, de las viejas que dicen ser tus hijas y se horrorizan al verme” Era
una plegaria muy repetitiva, pero llena de poder. De la que llamaba su madre “La
Bombón” conoció los pasos a seguir para ser la más reconocida del lugar. “No te
enamores niña, lleva un bisturí entre tus pantaletas y deja insatisfecho hasta
cierto punto al cliente… Llegarán a buscarte de nuevo” le decía entre risas.
Risas que no eran olvidadas cada vez que podía. Desde que su nueva madre murió
de Sida duplicó las medidas de seguridad y ser selectiva le había valido ser de
las pocas aún sanas de aquellas calles sin luz.
Siempre pensaba en su madre, en su hermano y aquellos amigos
que dejó. Estaba relativamente cerca del pueblo andino olvidado, pero sentía
que la distancia era acompañada de dos océanos. Tiempo atrás vio a su madre en
el mercado. Con arrugas, vestida de negro (quizás aún guardaba luto) y una
mirada centrada en la cesta de naranjas, guardó esa fotografía mental. De su
hermano no sabía nada, se llamaba Alonso, y el recuerdo de humillaciones
públicas y golpes cada vez que llegaba ebrio era lo que tenía en su cabeza.
Tuvo que aprender la cruda realidad de las calles. Aguantó
hambre, vivió el desprecio y las burlas de los que pasaban por ahí. Trataba de
hacer caso omiso a todo aquello, pero algunas noches débil y con el ánimo por
el subsuelo se lanzaba a llorar como la Magdalena que tanto le nombraron en sus
clases de catecismo. Se defendió como pudo de algunos maleantes, y marcó su
territorio con sangre cuando otras reinas enemigas intentaron invadir sus
dominios. Esmeralda era temida por muchos, admirada por algunos, recordada por
pocos.
-¿Qué deseas guapo? – Dijo con un tono femenino perfeccionado
por el tiempo al joven que aparcó el carro a sus pies,
-¿Qué tienes para darme? – dijo él detallándola minuciosamente.
-Todo depende de cuánto tengas en tu cartera.
-Quiero el combo completo.
-Tendrás que pagarme muy bien, perdería toda la noche por ti.
-Toma – el joven le entregó una gran cantidad de dinero. La
necesaria para no trabajar por una semana.
- Soy toda tuya – dijo ella mientras entraba al carro.
Dos
perros callejeros custodiaban sus territorios mientras cumplía su compromiso.
El combo completo era pasar casi toda la noche con un
cliente. Por una suma bien alta ella aceptaba, una vez por semana le ocurría
esto. El problema para Esmeralda era que debía eyacular delante de él. Esto lo
hacían los más experimentados para que su “producto” no fuera tocado ese día
por otras manos. Esto dejaba inhabilitada a la reina por un tiempo, incluso no
trabajaba esa noche. Era su queja diaria con las ciencias que la llevaron a un
cuerpo no apropiado para ella.
Cuando el cliente le
pidió que se quitara la ropa lo hizo con incomodidad. Quedaban expuestos sus
trucos, los que aprendió de “La Bombón” Dos almohadillas, que servían de senos
artificiales cayeron al piso. Cinta adhesiva que le daba una figura envidiable
también desaparecían. Era su verdadero cuerpo parte de esa escena tan poco
querida para ella, pero que por dinero realizaba.
La jornada sexual fue larga, intensa, compleja. Sintió al
último momento que volvía a disfrutar del sexo, sin juicio ni pecado, eran
animales sedientos de pasión. Una que quizás su cliente no recibía en otras
mujeres, una que ella transformó en trabajo. El joven quedó dormido, atrapado
por el cansancio de una larga jordana laboral, esto lo supo cuando este le
pidió que durmiera a su lado.
La curiosidad que la identificaba desde niña la invadió para
que revisara la billetera de su cliente. Siempre lo hacía, para conocer de
donde eran, a qué se dedicaban o como eran. El nombre le fue muy familiar, el
apellido aún más. Un dolor en el corazón le hizo ser parte de una cruda
realidad que no pensó vivir cuando vio la fotografía de la progenitora de su
cliente.
Dejó la billetera de Alonso Rodríguez y todo el dinero a su
lado, marchó del lugar sin saber qué rumbo tomar.
Preciosa lectura .Fantástica la posición de la mente "en el lugar de". Un saludo cordial.
ResponderEliminarMuchas gracias Ana por pasarte a mis Suburbios, me alegra que te haya gustado. Un abrazo fuerte.
EliminarDavid, excelente, como siempre. Tremenda historia la que nos traes hoy y que puede ser tan real como la vida misma. Besos.
ResponderEliminarAsí es Erika. Una historia con personajes que puedan ser parte esta vida donde todos somos partes.
EliminarUn abrazo fuerte que supere el océano.
Lo mejor que has escrito. Que final!!! Lo lei tres veces. Un abrazo Argentino amigo.Felicitaciones.
ResponderEliminarHola amiga me alegra que te guste. Un final inesperado, como esos que nos gustan jejeje. Un abrazo y gracias por pasarte a los suburbios.
EliminarEl mundo es un pañuelo. ¿Quién se lo iba a decir? Estupendo texto, siempre tu toque social y tu punto sorprendente. Bravo amigo!
ResponderEliminarGracias compañero. Tarde pero seguro. Un abrazo.
EliminarEl mundo da muchas vueltas y las casualidades no existen, eso hace que a veces la vida sea cruel o exhiba un humor bastante irónico, arrastrando consigo a sus títeres en su circo de realidades absurdas. Estas metáforas y reflexiones me vienen a la mente luego de leer tu extraordinario relato lleno de reflexiones y donde la verdad se desnuda. Excelente, pana David. Un abrazo!
ResponderEliminarUna inteligente reflexión hermano. Siempre agradecido de que te pases por el blog. Un abrazo, saludos.
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