Su sonrisa podía iluminar un cuarto lleno de tristeza y
soledad. La belleza era un arma que sabía administrar, decenas de hombres caían
a sus pies. Pocos podían imaginar lo que realmente ocurría dentro de aquel
disfraz carnal que evocaba a aquellas maniquíes que no sufrían. La realidad era
otra. Beatriz no lloraba desde aquella vez que el ángel de su vida se fue de
viaje a un lugar desconocido para ella.
Cada viernes luego de terminar la difícil rutina de trabajo
esperaba el aviso de uno de sus amigos para olvidar los problemas a su
alrededor. Ese día recibiría su sueldo, tenía a su jefe por los cielos. Salió
del despacho y esperó al grupo de jóvenes que sabían su pasado y nunca lo
mostraban. Sólo ella tenía derecho a abrir ese cajón oscuro que guardaba detrás
de su corazón.
El espejo le decía que estaba hermosa, perfecta para la
ocasión, pero ella no creía en esos “cuentos de camino”. Recordó ese momento
las veces que le dijo que era la más hermosa en el concurso y terminó
derrotada. Esa noche que hizo el amor con su pareja y días después lo consiguió
en los brazos de otra. Quería buscar esa lámina de cristal que tenía la bruja
de aquel famoso cuento. “Él si era sincero” decía. El delineador oscureció sus
ojos y encerró su tristeza, tenía claro que los ojos eran la ventana del alma,
por eso siempre los protegía con lentes de contactos. El rubor escondió las
marcas fósiles que habían dejado ríos de lágrimas. Un labial color rojo selló
las grietas de un amor perdido y el reductor de ojeras las desveladas que tuvo
pensando en ella.
Sus amigos llegaron y sonriente ella los recibió. Decidieron
gastar el dinero en un lugar que siempre frecuentaban. Cuando el licor entró en
su cuerpo supo que pasarían horas para volver a lo real. Disfrutó como pocas
veces, era el centro de atención y gracias a su hermosura el sueldo de todos
pudo rendir. Muchos hombres llevaron a la mesa rondas gratis de bebidas. Cuando
el alcohol hace efecto y transforma a los seres más duros en débiles insectos
muchos llegaron a sus brazos a pedir consejos. “El jefe me quiere despedir”
decía llorando una de sus compañeras de fiestas. “Mi pareja tiene una semana
sin llamarme” dijo el amigo gay del grupo. “Mi madre me amenazó con botarme de
la casa” dijo entre lágrimas el más joven del grupo. Y con buenas frases,
abrazos llenos de amor, paciencia y sonrisas de superación pudo sacar a todos
de sus problemas. “Si recordaran lo que yo vivo a diario” se decía. Subió la manga
de su suéter y una llama de fuego adornaba su muñeca, un nombre debajo le hizo
entender que ese día había sido atacada por los efectos secundarios del ron.
Los fantasmas del pasado la llevaron a recordar lo que era sin mediar palabras,
sin pedir permiso, sin sentimiento alguno.
Beatriz siendo muy joven quedó embarazada de un joven que
lanzaba piedras a su ventana en busca de aquel rostro que lo enamoraba. Esa
noche se escaparían a un lugar donde nadie podía criticarlos. Ella era la chica
gorda del barrio, de las que todos se burlaban, la que muchos humillaban y
pocos conocían. Él en cambio, era un chico apuesto, de familia “respetable” y
con mujeres que lo adulaban a cada segundo. Por decisiones inexplicables del
destino ambos se enamoraron perdidamente. Ese día hicieron el amor por última
vez, siete meses después explotó la
noticia de que ella estaba embarazada. La familia envió al joven obligado al
exterior para no perder la estima de los de su clase. Los padres de Beatriz la
echaron de su hogar.
Sin ser mayor de edad debió realizar trabajos forzosos y de
alto riesgo mientras se preparaba para el nacimiento de su hija. Nadie se
apiadaba de ella. Sentían que era una carga. Sus padres recapacitaron y la
aceptaron por tres meses, para ellos era tiempo necesario para irse con su bebé
a otro lugar. Cuando la niña nació la llamó María en honor a la virgen que
según ella nunca la había desamparado en ninguna circunstancia.
Como la virgen a la que siempre pedía, marchó del pueblo y
llegó a la ciudad donde consiguió trabajo gracias a las recomendaciones de una
prima lejana. Usando la astucia pudo lograr que su jefe el primer día de
trabajo le diera un adelanto en el sueldo. La niña era cuidada por una señora.
Le fascinaba de la ciudad lo rápido que era todo, los gigantescos edificios y
que nadie se preocupaba por su obesidad, en algunos meses ya estaba feliz de
estar ahí.
Sentía que junto a María los días estaban llenos de mucha gracia. La niña era el
instrumento que la empujaba a seguir soñando, a creer en ella, a esperar con
calma. El primer año lo celebró junto a algunos amigos que había hecho en la
ciudad y el segundo la llevó a visitar a su familia del interior. En el plan
amoroso la cosa era distinta, dos amores de ciudad la dejaron por otras. Supo
entonces que el amor pasaba a segundo plano y que las “bonitas” llevaban a la
delantera cuando de hombres se trataba.
Cuando la niña cumplió tres lo celebraron juntas en el
hospital, la pequeña María tenía una enfermedad común en ese lugar, algo
sencillo, “Mañana la daremos de alta” le dijo el doctor con total tranquilidad.
Esa noche le dio un beso a la niña y marchó a la sala de espera donde durmió en
una de las sillas.
Los gritos del doctor la despertaron bruscamente. Pensó que
la desgracia había caído en otro niño. “Pobre” pensó. Cuando el doctor se
acercó a ella traía una noticia tan sorpresiva como impensable. “María ha
muerto Beatriz… las cosas se complicaron”. Soltó algunas carcajadas pensando
que era un chiste, uno negro, de aquellos que no se le dicen ni a su peor
enemigo. La seriedad del doctor la hizo entrar en razón. La oscuridad y el
desespero hicieron estragos en ella. Golpeaba al doctor, gritaba, las lágrimas
caían sin parar. Corrió al cuarto donde su niña reposaba y la vio dormida, casi
sonriente. Limpió sus lágrimas y juró recordarla de esa manera. Se tragó el
dolor y causando impacto entre todos comenzó los preparativos para el entierro
de su niña.
Desde ese momento no creyó en el mundo. De esa decisión sólo
se salvaron el reducido grupo de amigos que tenía. EL abogado que fungía como
jefe le aumentó el sueldo, intentado ser parte de la ayuda. Beatriz gastó parte
de sus ahorros para crear una coraza impenetrable, una muralla que esconderían
sus sentimientos y dolores de ese mundo insensato que no fue tan bueno con
ella. Se redujo el estómago, operó sus senos y glúteos, transformó su rostro y alisó
sus cabellos. Todos criticaron su
cambio, la llamaron “inmoral” decían en su cara que no respetaba el luto a su
hija. “Nunca la quisiste” le dijo su madre una vez por teléfono. “María no está
muerta para mí” fue lo que alcanzó a decir antes que la llamara se trancara.
Nadie entendió su decisión, sus amigos sólo guardaron silencio. En pocos meses
no quedaban indicios de la vieja Beatriz, la actual era capaz de silenciar a
cualquiera con sus movimientos de cadera.
“¡Beatriz!.. ¿Qué sucede?” le gritó un compañero. Ella limpió
sus lágrimas y sonrió. “Los fantasmas del pasado llegaron a joderme” dijo.
Todos la abrazaron y brindaron por un mundo lleno de felicidad, sin dolor ni
prejuicios. Un mundo de ebrios que no se parecía en nada a la realidad que le
tocaba vivir y que debía llevar como una
cruz acuesta. Esperando llegar a ese calvario. En el fondo Beatriz estaba
consciente que ni las cirugías estéticas, tacones y el maquillaje que
traspasaban su corazón podían borrar la estampa de aquella chica rellena que no
entendió las erradas decisiones de un destino que se vendía como prostituta al
mejor postor.
Que profunda historia,con que facilidad llegas a la profundidad del ser humano y lo desnudas,muy bella historia mi querido David,felicidades...!!!
ResponderEliminarGracias por pasarte María. Desde que conocí a "Beatriz" supe que no podía pasar desapercibida su sinceridad conmigo. Un abrazo.
EliminarPronto vas a tener una buena colección de historias de mujeres y sus sentimientos más profundos, de historias llenas de empatía y simpatía hacia la mujer. Suficiente para un libro, creo yo, que tendría cohesión temática y también atractivo comercial. Sigue así, David.
ResponderEliminarSiempre he admirado a la mujer. Son tan artísticas e inspiradoras.
EliminarGracias por todo Luis, pronto verás más historias de mujeres y sentimientos profundos como dices.
Un abrazo.
Ya era hora. Bravo.
ResponderEliminarGracias Nana. Saludos.
EliminarEs una historia conmovedora y profunda
ResponderEliminarGracias señor Morrison. Un abrazo.
EliminarGran historia. Me hiciste emocionar y eso no es nada fácil en mí. Felicitaciones.
ResponderEliminarHola Nahuel me alegra que la historia pudo causar eso en ti.
EliminarGracias por pasarte. Un abrazo.
Sorprendente final.
ResponderEliminarGracias por pasarte Estela un abrazo fuerte.
EliminarEl trasfondo de los sentimientos de Beatriz es muy bueno, abrazos.
ResponderEliminarGracias Alejandra, me alegra que te guste. Un abrazo.
EliminarUaooo muy buena.
ResponderEliminarGracias Adelicia me alegra que te guste. Un abrazo.
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