El padre Ramón debía oficiar sus misas en la plaza del
pueblo. Los mosquitos y personas que pasaban cerca del lugar interrumpían el
sagrado rito. En par de ocasiones invitó a la comunidad a colaborar con la
construcción de la iglesia. “Los curas vamos y venimos. La iglesia será de
ustedes” decía cada vez que una vieja chismosa o un borracho aseguraban como
juez inquisidor que el sacerdote se robaba “el dinero de la limosna”.
Ese día decidió ayunar para pedir a Dios qué hacer. Dejó a un
lado el amor por las arepas rellenas con queso y huevos revueltos, el café
andino que tanto amaba y la manzana que le traían algunos fieles al verlo.
Debía buscar una forma de llegarle a ese pueblo testarudo, despreocupado y
olvidado de aquellos gestos que abrían “las puertas del cielo”. Luego de rezar
tres rosarios seguidos en honor a la virgen de los desamparados sintió que Dios
le habló. Se persignó y esperó con ansias que todo marchara como vio. “Qué se
haga tu voluntad” dijo, las cosas en el pueblo no serían como antes.
Doña Adela debía transitar a pie más de 15 kilómetros desde
su casa hasta la entrada del pueblo andino olvidado. Con calma y tranquilidad
dejaba a su andar un paisaje monumental de altas montañas y flores que
abrazaban en sus pétalos el suave aroma del café que se sembraba en esos
lugares. Siempre llevaba consigo a su nieto Diego, un niño inquieto que corría
por esos caminos de polvo y tierra y luego regresaba a su falda cansado. Ese
día el niño quedó paralizado con lo que vio.
Doña Adela no entendía la actitud del niño. Como pudo
apresuró su paso y al ver lo que Diego observaba se arrodilló y levantando las
manos al cielo dio gracias a Dios por ser testigo de un milagro como ese. Entre
las piedras se dibuja la imagen de una virgen. Lo supo por la corona que
llevaba en su cabeza y el niño que llevaba en sus brazos hacía con su mano el signo de la bendición.
Ella se quedó rezando cerca de la imagen mientras el niño fue al pueblo a
anunciar lo ocurrido.
El pueblo fue parte de una algarabía. Gritos, burlas, dudas y
rezos acompañaron al niño hasta el lugar de lo ocurrido. El sacerdote Ramón fue
muy cauteloso y a pie junto a centenares de personas fue en busca del milagro.
Al llegar observaron a doña Adela, la mujer que vendía flores postrada ante unas
piedras. Mientras el poblado se acercaba descubrieron la imagen. Gritos,
lágrimas, piel de gallinas y desmayos acompañaron a los presentes. Todos
esperaban que el padre diera su opinión. Para todos, era el más cercano a lo
divino, a Dios. Sus palabras cambiaron todo el panorama “La virgen quiere que
construyamos una iglesia en este lugar”.
Un señor muy adinerado donó el terreno donde apareció la
virgen. Los carpinteros del pueblo apresuraron su marcha mientras las personas
colaboraban con prendas preciosas, dinero y animales para comprar todo lo
necesario. El padre tomó un bus a las afuera del pueblo andino olvidado y
marchó a la ciudad a comprar todo lo necesario. Dos días después llegó con una
flota de camiones que llevaban de todo. Bancas, pinturas, lámparas, sillas,
santos y una virgen de los desamparados de dos metros.
En esa época los duros de corazón se ofrecieron a hacer lo
que podían. Los chismes cesaron, las borracheras tenían sabor a santidad.
Disminuyó por completo los ataques a otras familias y el deseo del pueblo era
la construcción de la iglesia. Doña Adela, la primera mujer en ver la virgen en
todo su esplendor buscó flores moradas y las sembró por todo el lugar. La
estampa era divina. Las montañas del pueblo andino olvidado que lanzaban su
aroma a café, la Iglesia que se convertía desde ese momento en el edificio más
alto del pueblo y las flores moviéndose con el viento, era el sitio perfecto
para que la virgen, su hijo y su Dios tuvieran una casa donde poder descansar.
Cuando el edificio se inauguró el alcalde dio algunas
palabras. Doña Adela y el niño Diego en
primera fila fueron reconocidos con las recién creadas llaves del pueblo. Se
fundó la sociedad de las hijas de la virgen de los desamparados y los niños del
tercer grado de la escuela hicieron una obra de teatro que reflejaba el momento
más importante en la historia del pueblo. El padre ofició la misa y un rayo se
posó sobre el altar mayor. Las personas lloraron, algunos se abrazaron y en ese
momento se sintieron en paz. Una paz que no duraría mucho pero sería recordaba
por muchos.
Tres años después el sacerdote Ramón fue cambiado de
parroquia. Debía ir a otro lugar, era más estable, más cómodo y con personas
más respetuosas. El día de su despedida
el cielo vistió por vez primera colores violetas que hacían juego con las
flores de Adela y realzaban la estampa de la iglesia, fruto de su creación.
Sonrío a los cielos y dio gracias a Dios por abrirle los
sentidos. Recordó entre risas esa
madrugada donde esculpió en piedra la imagen de la virgen y la puso en el
camino que hoy día era parte de la casa de su Señor. No pensó que diera efecto,
pero fue mucho más de lo que esperó. Su plan fue perfecto. Ahora con maletas en
mano marchaba en bicicleta a otro lugar, llevando consigo la satisfacción de
ver su obra realizada.
Sabía que nadie podía criticar sus acciones. No lo hizo para
su beneficio. Él quería que la iglesia fuera el lugar de encuentro de los
pobladores. Era una obra que perduraría y sería parte de las raíces de ese
pueblo andino olvidado. Siguió su camino con la convicción de que algunas
mentiras son necesarias en lugares donde los duro de corazón no entienden el
valor de una verdad. Se quedaron con una iglesia, y un lugar para adorar a un
Dios que nunca pasaba por ese sitio porque no tenía donde descansar en su paso
por los lares de la humanidad.
Una bella historia de esas que sentimos cercanas, como si hubiese ocurrido en cualquier pueblo latinoamericano.
ResponderEliminarMe gustó mucho el párrafo final.
Abrazo, amigo David!
Da para todos los gustos. Es capaz de hacer sentir a cualquiera que eso pasó cerca. Saludos compañero.
EliminarMuy buena la historia David, muy realista. Concuerdo con Federico en cuanto al último párrafo. Esperemos tener en el segundo concurso que empieza el domingo 14, abrazos.
ResponderEliminarGracias Alejandra. Con ansias espero el otro concurso. Un abrazo.
EliminarBuen relato. Impecable técnica y el final hace pensar sobre la ética de la mentira.
ResponderEliminarMe alegra que te guste Santiago. Muchas gracias. La ética de la mentira un tema escondido que debe ser debatido. Saludos.
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