Estoy más cerca del final que del principio. Mi llegada a la
Universidad estuvo llena de muchas emociones encontradas. El vuelco que di mi
vida estuvo fuera de lo común. Llegaba a mi casa de estudios con tantos mitos y
leyendas sobre mis axilas. El chico que graba toda una clase sin necesidad de
cuadernos o apuntes porque tiene una mente sobrenatural, el ratón de biblioteca
que termino siendo una de las mentes más brillantes del país, profesoras brujas
que eran capaz de usar la sangre del estudiante como tinta para aplazar a
cualquiera que quisiera. Unos fueron ciertos, otros no tanto.
Al inicio de todo, la silueta de una mujer que movía un juego
de llaves de un lugar a otro, que llevaba carpetas y libros tan gruesos como la
Biblia o el Diccionario de la Real Academia Española llegaba a impregnar mi
cerebro de respetos para ella. Con el pasar del tiempo la admiración fue
diluyendo. “Esa es una bruja” decía un joven que quería prepararnos para lo
peor. “Ella aplaza a cualquiera” dijo una chica que aseguraba haber vivido en
carne propia los tormentos de esa mujer. “Si no apoyas sus lineamientos
políticos, ten por seguro que no avanzas al siguiente año” decía un chico embalsamado
por ideas políticas. El terror y la rabia hicieron nido en mi mente. Tres años
después tuvo la oportunidad de conocerla.
La llegada de esa mujer a nuestras vidas estaba llena de
grandes avances. Jóvenes ya graduados y hasta profesores nos explicaban en
resumidas cuentas que el tercer año era el último filtro que debíamos pasar
para sentirnos periodistas. Su materia lideraba la encuesta de la más difícil.
Parecía que era un todo o nada, donde lograr dominar las clases que dictaba los
martes y miércoles de cada semana eran la última curva para alcanzar la cima
donde unos pocos podían izar su bandera.
Y ahí estaba yo, sentado en las escaleras de un pasillo
cualquiera, descifrando las miradas de mis compañeros, los nervios pasaban sin
permiso por nuestros cuerpos, la mente aprovechaba el momento para dar paso
suelto a la imaginación.
Me la imaginaba gritona, explosiva, sin amor por el otro. Una
déspota de las que hablaban muchos al referirse a un profesor universitario.
Una mujer sin escrúpulos que no le importaba enseñar, su único deseo era cobrar
su sueldo. Sentía que nos haría suplicarle en un oscuro cuarto que era
iluminado por tres velas en un candelabro que no nos aplazara. La imaginaba con
perros guardianes y una risa malévola. En minutos se convertía en mi más
terrorífica villana, mucho peor que la Llorona, la bruja del pueblo andino
olvidado o la que fue directora del colegio Hogwarts
Las cartas mostradas
hasta ese momento decían que teníamos todo en contra. Cuando llegó la mujer, el
crujido de los dientes y la sensación de que las nalgas de todos estaban
apretadas a su punto máximo era señal de que el calvario no duraría tres horas como el del Cristo crucificado
entre palos de madera, sería por un año.
Ya había pisado los cuarentas, eso se notaba en las facciones
de su rostro, las arrugas que adornaban como ríos secos su cara, eran señal de
que antes hubo vida en ese lugar. Sus labios pintados con mucho recelo parecían
guardar muchos secretos, las cejas daban la impresión de ser la obra de un artista
ambulante chino que deja sus iníciales en sus mejores exposiciones y una mirada
serena que denotaba la sabiduría de una mujer que con esfuerzo y dedicación
había logrado ser la profesora más temida de aquellos que querían nada por las
aguas del periodismo.
Al llegar al salón el silencio se apoderó de todos, sólo era
echado del lugar cuando ella movía sus cuadernos y libros, cuando fue encendido
el aire acondicionado y al momento de sonreír que los latidos del corazón en
una misma sintonía le hacían entender que estábamos con más nervios que oxígeno
en nuestro cerebro. “Quiero que firmen esto” dijo mirándonos a todos. Dopados
lo hicimos. “Espero lo hayan leído es la prueba que tendré de que ustedes
aceptan mi manera de evaluar” Ahí las esperanzas cayeron al suelo, me sentí
completamente perdido.
Su nombre era Paula, era periodista, editora de uno de los
periódicos con más circulación en la región. Nos dijo que tenía un postgrado y
estaba culminando su doctorado. Contó parte de su vida para hacernos sentir en
confianza. Ella reconoció que no había muchas referencias positivas de su
gestión. “… pero los que se dedican a tiempo completo, aprenden de los errores y
logran un dominio de tema, les aseguro que serán periodistas completos como los
que necesita la nación”. Para alentarnos nos contó que muchos profesionales
reconocidos en el país habían pasado por sus filas y que algunos no lograron
avanzar en el primer intento. “La idea no es pasar la materia por pasarla, lo
importantes es que ustedes aprendan los conocimientos necesarios para no ser
periodistas piratas como los muchos que por ahí merodean”. Al decir esto sentí
que mi corazón se incendiaba sin hacerme daño. En silencio reconocí que esa
profesora era lo que buscaba.
¿Por qué la buscaba? Quizás porque en otros profesionales no
vi interés en enseñarnos. En un momento que un profesor no fuera a clases no
emocionaba, podíamos hacer planes, incluso tomarnos una cervezas en las tardes
de mucho calor. Con el tiempo notamos que fallas de un bachillerato pobre
estaban comiéndose nuestros planes de graduarnos. Si periodistas piratas
existen por doquier profesores de igual calaña abundan. Nos acostumbraron a
pasar la materia y listo, sin dejarnos conocimientos previos que nos sirvieran
como base cuando en futuro cercano sentados en una silla estuviéramos en el
ejercicio de la profesión.
Y durante todo el año nos fue preparando, pruebas difíciles
tuve que pasar. Errores ortográficos, sintaxis, dominio de tema, narrativa,
verbos, incisos eran parte de mi día a día. Un día me aplazó una noticia, sentí
que fue injusta y apelé a mi derecho de que explicara el porqué, así lo hizo,
con calma y detenimiento. Supe que tenía razón; me dijo que lo importante era
aprender de los errores, que si tomaba en serio la carrera las cosas saldrían
mucho mejor, así fue. Muchos llegamos al extremo de dejar las fiestas y
parrandas del fin de semana por amor a la carrera. Su manera de evaluar era lo
suficientemente estricta como lo es la elección del Premio Nobel de Literatura,
tan engorrosa como las largas colas que se deben hacer en Venezuela para
conseguir papel higiénico, tan llenas de enseñanzas como el amor que una madre
profesa por su hijo incluso siendo éste culpable de algún delito. Fue un año,
de motivación, de cariño y de duras pruebas que al final dieron el resultado
esperado.
La bruja se quitaba el vestido, desinflaba su nariz, escondía
sus verrugas y transformaba su mirada. Muchos entendimos que las acusaciones
infundadas por aquellos a los que una vez les dio clases no tenían fundamentos.
Investigando más a fondo menos de la mitad tenía una mala percepción de Paula,
los que habían aplazado la materia por no tener amor a la carrera, por creer
que todo es un juego. Por querer recibir el traje de piratas, esos que navegan
por los mares de lectores furibundos, intentado saquear la buena fe de estos para con ellos.
Ella ferviente creyente de la revolución del fallecido
presidente, izquierdista de nacimiento, amante de las cosas bien hechas nunca
puso sus lineamientos políticos por encima de la enseñanza a estudiantes
críticos como este servidor. La ética de la profesora me hizo entender que
allá, en aquel lugar del que ella hace parte existe gente de buena fe,
preparada y honesta que pueden permitir que los pensamientos izquierdista florezcan.
Con seguridad Paula da su granito de arena para la construcción del País posible.
Si los corruptos se fueran del país, gente como ella sería parte de la solución.
De sus enseñanzas y consejos nació este blog. La primera
historia “Selva de Letras” era la preocupación de un joven que conociendo a una
temible profesora (Paula) a las que todos temen, no sabe que pueda ocurrir al
final del año. “Entre Morfeo y las pruebas cortas” fue la crónica que hicimos
en clases donde pude salir airoso y relataba mi lucha diaria con el sueño que
llegaba en clases por no poder dormir bien, y “Entrevista a Milagro Villalobos”
fue la oportunidad que nos dio de entrevistar a personajes peculiares de la
geografía regional, sus enseñanzas siempre quedarán en mí.
Y llegó el último día, ese que se añora por ser el inicio de
un nuevo año, una puerta cerrada que traería recuerdos de sus ventanales, un
día lleno de sentimientos encontrados. La despida tuvo un sabor agridulce. Fue
entonces que nos explicó el porqué decidió ser docente. Nos habló de su utopía,
una sociedad democrática donde los periodistas informen con veracidad, con
conciencia y ética. “Con muchos de ustedes estoy seguro que mi utopía puede ser
posible” Paula finalizó con esa frase, una ola de aplausos invadió el lugar.
Nos despedíamos de una mujer noble, que dedica horas de su vida para enseñar al
otro. Luego descubrimos que recibe un mísero salario eso parece no preocuparle.
La satisfacción de ver en sus estudiantes futuros periodistas honestos la anima
a seguir el trincado mundo donde sus llaves, su sonrisa y los comentarios que
otros infunden de ella son su carta de presentación para los temerosos chicos
que tienen que pasar por su filtro para lograr ser comunicadores sociales.
Hola David, maestras como Paula, valen oro. Que bueno que la hayas tenido. Me gustó tu experiencia con ella transcrita en el blog.
ResponderEliminarAbrazos!!
Hola Alejandra gracias por pasarte a los Suburbios. A ella la llevo en mi corazón y sé que esta experiencia enriquece mi mente y el corazón. Un abrazo. Saludos.
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