Cuando la última boleta electoral fue leída en voz alta
existía un ganador. Los aplausos inundaron el colegio que servía de escenario
para la fiesta democrática, abrazos, lágrimas y optimismo se unían en un
concierto de sentimientos encontrados. Al salir de la escuela el ente rector
anunció a todos la decisión de las mayorías. Laura Domínguez era electa
alcaldesa del pueblo andino olvidado.
Muchas imágenes pasaban como un tren a toda velocidad por los
ojos de Laura, quien no esperaba ser la primera mujer en dirigir el destino de
ese pequeño pueblo escondido entre montañas y que era famoso por su café, el
paisaje que inspiraba a pintores de distintas latitudes y la capacidad de las
personas de enterarse lo que ocurría en una casa sin siquiera entrar en ella.
Entre lágrimas y suspiros recordó el inicio de todo.
Ella siempre se sintió distinta. Mientras las niñas soñaban
con casarse con los jóvenes más guapos del lugar, ella añoraba ser una abogada
reconocida hasta lugares donde el invento de Edison no era permitido. Sentía
que podía lograr grandes cosas aunque su abuela y su madre no compartieran su
decisión. Con paciencia y mucha determinación logró graduarse y emigrar a la
Capital, donde con altos honores consiguió un espacio entre los colegas que
consideraba preeminentes.
De regreso al pueblo se encargó de casos muy sencillos, la
venta de unas tierras, la repartición de una herencia, la lucha por mejoras
salariales e incluso intervino a tiempo para que dos señores arreglaran
problemas de honor en la sala de su oficina y no en la plaza del pueblo en un duelo
con apuestas y ventas de golosinas y alcohol. Día a día se ganaba el cariño y
el respeto de los suyos. Cuando llegaron las primeras elecciones municipales
por órdenes del hombre que dirigía el barco llamado País no fue extraño que su
nombre sonara fuerte.
No fue fácil lograr que aceptara la candidatura, aunque nunca
sintió temor ante la figura de un hombre y la sociedad tácita machista que
cubría como manto oscuro gran parte del pueblo andino olvidado, sentía que eso
no era para ella. Fue su madre quien conociéndola le explicó todo lo que podía
hacer siendo la burgomaestre del lugar. “Ayudarás, construirás, crearás y
decidirás. Te necesitamos, tú puedes ser parte del cambio”. Comenzaba entonces
una emocionante y primeriza campaña en las calles del pueblo. Su rostro
estéticamente cuidado aparecía en las espaldas de muchos, en llaveros que
servían como destapadores de cervezas y en panfletos que explicaban lo que
haría siendo alcaldesa. Eran tantas promesas que terminó venciendo por gran
margen a su contrincante. Al reaccionar anunció que la fiesta tendría lugar en
la casa de sus padres, el chisme corrió como pólvora “La abogada hará la fiesta
en su casa” decían unos jóvenes que por vez primera ejercían el derecho al
voto. “Hay alcohol gratis para los que votaron por ella” decía un borracho al
amigo de tragos desde que tenía uso de razón”. En minutos el lugar tenía más
gente que la misma misa de viernes santo.
La niña de largos cabellos, mirada solitaria que luchaba en
silencio por los otros y que lloraba a escondida por los males que afectaban a
la humanidad lograba una meta que se había propuesto en su vida. El amor nunca
estuvo de su lado, aunque era hermosa y cumplía los rigurosos estándares del
lugar donde vivía, dejó eso para otra ocasión. Con el tiempo tomó más fuerza el
amor por su madre y las amistades que siempre la habían acompañado que soñar
con el amor de su vida. El estudio, el trabajo y las ganas de transformarse en “alguien”
valieron más. Daban frutos la crianza de su madre y los regaños de su abuela, o
eso creían quienes desde niña la conocieron.
Durante sus primeros años la cara del pueblo andino olvidado
era otra. El agua potable se convirtió en un derecho de cada habitante, el
temible asfalto apareció por vez primera en las calles del lugar. Se
construyeron carreteras que facilitarían el ingreso a otros pueblos de
importancia, consiguió dos buses que servirían de ruta para la ciudad comercial
de la región. Transformó la Iglesia de la localidad, la inauguración de la plaza
pública fue todo un espectáculo, instauró la fecha aniversario del pueblo donde
cantantes, bailarines y un circo llegarían para alegra la vida de los
moradores. La popularidad de Laura iba en ascenso, muchos la consideraban un “ángel
caído del cielo”.
Como ángeles caídos del cielo llegaba el dinero a su cuenta
bancaria que se quintuplicó en poco tiempo. No sintió miedo ni remordimiento
cuando unos contratistas pidieron construir una carretera y una gran suma quedó
en su poder, o aquella vez que usó el dinero enviado para la canalización de un
pequeño río para las fiestas del pueblo. Se decía a sí misma que había hecho mucho por un pueblo
que nunca fue tocado por San Petróleo y era poco lo que podía recibir. Llenó de
lujos a los suyos, a sus amigos les dio cargo de confianza y a su madre, la
persona que más amaba le dio el trato de una digna reina consorte. Lo aprendido
en la universidad tomaba significado cuando cerró la conciencia y actuó en
silencio con sangre fría.
¿Puede acaso un ser humano olvidar lo aprendido en una vida y
lanzarse a aguas plagadas de pirañas mentales? Laura comenzaba a recibir los
efectos secundarios de un mosquito llamado poder. Podía aplastarlo, sacudirlo,
eliminarlo, pero no tuvo tiempo para eso, no era inmune. Como muchos decidió no
tomar el medicamento necesario y cayó postrada en la cama de la politiquería
barata. Sin saberlo pisaba un mundo oscuro, sucio y asqueroso escondido en una
cortina donde la fiesta, la diversión y alguna obra jamás vista en ese sencillo
pueblo no mostraban la otra cara de una moneda cada vez más oxidada al ser
tocadas por las manos de la corrupción.
El pueblo andino olvidado también era parte de eso. La sencilla
mujer que una vez los ayudó en conflictos sencillos era otra. Se notaba en su
ropa, en sus detalles, en su rostro y facciones pero preferían guardar
silencio. “No importa si roba, lo importante es que haga” decían algunos a ver
la cara de sorpresa cuando lo material comenzaba a inundar el hogar y la vida
de la primera mujer alcaldesa del país. Acostumbrados a recibir migajas,
atrapados en la desgracia y sin ganas de salir del río de la ignorancia
aceptaron eso, sabiendo que no eran culpables por lo ocurrido y si algo salía a
la luz serían ellos los primeros en señalar para ser parte de un circo que
estaba a punto de abrir sus puertas.
Hasta en los pueblos más insignificantes del mundo, donde los
satélites no tienen conexión, donde los GPS no tienen señal y donde pocos
tienen la oportunidad de ver televisión la política siembra un germen en
algunas personas que desean ser líderes u ocupar cargos para el servicio
público. A Juan su contrincante de las elecciones pasadas le parecía extraño el
auto último modelo que Laura tenía estacionado en el transformado hogar donde
vivía, los viajes de su madre a partes del mundo que jamás imaginó conocer y
algunas obras que aún quedaban por hacer. La palabra corrupción se escuchó por
vez primera en el pueblo andino olvidado, muchos no sabían si se trataba de un
nuevo invento de los norteamericanos o si era un automóvil hecho por los
italianos. “Quizás es eso con lo que la gente se comunica” dijo una señora en
el mercado. Para Laura que sabía las consecuencias que traía consigo esas
palabras era un alto a la ostentosa vida que estaba llevando, era hora de
rendir cuentas.
Sentada junto a sus más cercanos empezó a idear un plan para
salir de ese problema. Esconder números, borrar cuentas, silenciar conciencias.
Era cuestión de tiempo para que las personas también se hicieran preguntas y
ella sabía que en política las preguntas y dudas deben ser apartadas de ese
campo “de eso que se encargue la religión”.
-En este pueblo los chismes son el pan nuestro de cada día,
la contraloría anda de aquí para allá buscando casos sospechosos- dijo Laura.
-Yo propongo invertir en actividades deportivas y de
recreación, eso hará una cortina de humo y nos permitiría tener a la prensa
alejada si llega ocurrir un escándalo- dijo su asesor principal.
-Aquí el problema no es la corrupción o lo que piensen las
personas. El problema se llama Juan, de alguna u otra manera debe silenciarse-
dijo el más radical de los que ahí estaba sentado.
-¿Qué propones? – dijo la alcaldesa sabiendo de qué se
trataba.
-El sapo muere con la boca reventada. Él se lo buscó.
Un silencio ensordecedor permitió que todos se observaran a
la cara. Existía cierto aire de aceptación pero también de repulsión. Laura
pidió pensar la situación y observar desde distintos ángulos lo que debían hacer.
“Debes pensar cuanto antes, Juan marchó a Caracas a investigar la partida
económica que te asignaron este año” dijo el radical. Ella prometió decidir en
la noche lo que era mejor. La reunión terminó y como si nada se hubiera dicho
cada quien tomó el lugar que le correspondía en la alcaldía de la localidad.
Ya de noche, acostada en su cama con Tomás y Hércules sus dos
peluches de infancia intentaba pensar lo que debía hacer. La parecía irritante
y poco ético llegar a esa situación, en lo profundo sentía que con sólo pensar
estaba cometiendo falta grave con el Dios crucificado de su cuarto, con las
leyes que juraba defender y con el juramento que hizo al momento de recibir su
licencia como abogada, pero la política la aniquilaba lentamente por dentro.
Recordó por un instante aquella vez que su hermana mayor tomó dinero que no era
de ella y guardó silencio, su madre las golpeó y les explicó la importancia de
ir siempre por el camino de Dios. Pero esto era distinto. Podía ir presa, era
lo más seguro, su integridad quedaría manchada y quizás nunca nadie pedirá sus
favores en un caso. Decidió lavarse las manos como Poncio Pilatos y dejar que
el destino se encargara de las cosas. Al otro día le dijo al compañero radical “Haz
lo que mejor nos convenga” luego marchó a un sector del pueblo andino olvidado
a entregar regalos a algunas madres del lugar.
Dos días después un
extraño hallazgo conmocionó al pueblo, Juan un señor que hacía vida política y
que fue candidato a la alcaldía, era encontrado muerto entre unos matorrales a
la entrada del pueblo andino olvidado. El cielo como poca veces se vistió de
luto, la estrella mayor se escondió entra las nubes para no ser parte de esa
escena llena de dolor. La policía del lugar trajo a un forense de la ciudad.
Era el primer caso de asesinato que no cayó en un duelo de honor. La confusión,
el terror y saber las causas de lo ocurrido eran transmitidas en murmullos de
esquina a esquina. La prensa usó sus mejores armas para traer la atención de la
Capital y así fue. Un detallado estudio con personas que usaban trajes y
equipos sólo visto en programas de personajes de otros planetas mostraban a los
habitantes la gravedad del caso. En menos de una semana ya se tenía un
sospechoso. Él decidió hablar y contar lo ocurrido si la pena por su crimen
disminuía considerablemente. Los techos de las casas se movían de un lado a
otro como aquella vez que la bruja Roberta los atormentó por burlarse de ella por
ingresar a la Iglesia.
La sorpresa seguía, y muchas quijadas intentaron caer al
suelo cuando se le pidió a la alcaldesa Laura declarar, aunque tenía inmunidad
política, su testimonio podía esclarecer las cosas. Fue buscada en su casa y no
estaba, el hogar de su madre estaba con cerradura, nadie en el pueblo la había
visto en días. Luego de una intensa búsqueda se supo que no estaba en el pueblo
andino olvidado, se convertía en la máxima sospechosa del crimen. El gobierno
prohibió su salida del país y por decisión del Tribunal de Justicia fue
despedida de su cargo. Políticamente los habitantes sabían que eran tácitamente
parte de este juego.
En el restaurante de un hotel con vista a una playa que movía
sus olas al compás de una música de rocola, por televisión el caso era noticia.
Dos mujeres con sombrero largo y lentes oscuros terminaban de tomar su
desayuno. Marcharon a otro lugar para no ser parte de lo ocurrido. Al final del
todo a Laura le enseñaron de niña que “es más culpable el que la hace que el
que manda”.
Lo peor de este bello relato es que esa belleza se queda anulada por la sordidez de la protagonista y de su evolución. Hace ya muchoooos años que Quevedo (gran escritor de Barroco Español) escribió unas famosas letrillas tituladas "Poderoso caballero don Dinero"... y me temo que seguimos igual.
ResponderEliminarPero literariamente... me ha gustado mucho el relato. Felicidades!!!
Muchas gracias por pasarte Victoria, un honor que te haya gustado. Siempre serás bienvenida a mis Suburbios. Un abrazo y feliz fin de semana.
EliminarUn relato lleno de matices de una realidad palpable que se padece en cualquier parte del mundo. Esa enfermedad llamada poder puede atrapar a una persona como la del personaje que en sus inicios era alguien que buscaba en su camino ayudar a su pueblo. Es un buen mensaje para todos los políticos que hoy día tenemos en cualquier lugar y que deberían analizarse a sí mismos para no caer en tentaciones por el solo hecho de ocupar un cargo público y dominar la voluntad del pueblo que ha confiado en ellos depositandoles su confianza. Me permito felicitar al autor por su escrito y compartirlo gustosamente.
ResponderEliminarEl relato sirve de mensaje para aquellos que gobiernan o gobernaran un lugar determinado y a nosotros como pueblo no ser parte del problema, el silencio en gran medida es cómplice de actos como ese. Muchas gracias Jorge, me alegra que te guste y gracias por pasarte a mis Suburbios, siempre serás recibido. Un abrazo.
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