Cuando los rayos del sol tocaron sus párpados, Rodrigo
despertó. El primer día de la semana lo
recibía con dinamismo. Abrió el clóset y luego de mover las prendas de un lado
a otro decidió usar el disfraz de hombre exitoso de negocios. No agachaba su
cabeza, y su mirada iba fija en el horizonte, intentado descifrar
acontecimientos que aumentaran las ganancias de su empresa. Su teléfono no
dejaba de sonar. Él, hombre de pocas palabras ponía todo en orden. Al llegar a
la empresa un buenos días era la frase que todos esperaban para saber que el
jefe había llegado. Ya en su oficina intentaba cambiar el mundo, con acciones,
reuniones importantes y una buena dosis de sobriedad que le permitían estar en
la cúspide mundial.
El segundo día de la semana lo atrapó con su disfraz de buen
amigo. En el almuerzo lanzaba cualquier cantidad de chiste con la intención de
que sus amigos digirieran la comida. Una amiga llegó a sus hombros para
desahogar las penas de un amor no correspondido. Con frases de vida y palabras
de aliento invitó a su compañera a sonreír “Es lo que yo hago cada vez que la
vida toma un camino diferente” le dijo. La mujer lo abrazó con ternura dejando
la fragancia de las montañas en su ropa. Cinco fotografías inmortalizaron un
encuentro donde la comida rápida y la falta de tiempo no eran impedimentos para
hablar mal del jefe o contar historias incómodas de la niñez.
En la tarde del tercer día, Rodrigo llevaba el disfraz de
soñador. Uno insaciable que veía todo de manera distinta, que no se frenaba por
los obstáculos de la vida, uno que vivía su presente con impaciencia y anhelaba
el futuro con esperanzas. En su oficina terminó todo el trabajo antes de lo
previsto. Salió al balcón y con una sonrisa dibujaba en su rostro prendió un
cigarrillo, el humo se hacía pequeño en aquella ciudad tan moderna, llena de
hierro y cemento, tan gris. Cerraba los ojos y se imaginaba descansando en las
altas montañas de su pueblo andino olvidado luego de una extensa gira con la
Orquesta Sinfónica de su país. Tocando alguna melodía clásica, mientras sus
sobrinos y familiares sentados en círculos quedaban extasiados por la forma en
que sus dedos movían las cuerdas que chocando con el viento regalaban alegría
en el descanso de las montañas.
Cuando llegó la noche del cuarto día llevaba consigo el
disfraz del eterno sufrido. Un ángel caído del cielo, un hombre que daba todo
en el amor y la vida le pagaba con golpes. Incomprendido, atrapado, así se
sentía Rodrigo cuando llevaba ese traje. Recordaba los amores de niños, cuando
era burlado por su condición social. Las veces que tocó serenatas para las jóvenes
de su pueblo y era perseguido por padres que perdieron el sueño por culpa de un
joven sin educación. Las dos veces que quedó plantado en la Iglesia, la misma
donde sus piernas se enraizaron esperando a las que en su momento fueron el
amor de su vida. Las lágrimas, la soledad y el despecho adornaban su ropa, invitándolo
a sumergirse en un mar de desdichas.
El disfraz de solitario lo acompañó en la cena del quinto
día. Sin llamar a nadie, sin saber lo que ocurría a su alrededor, sólo centrado
en él. Se quejaba de la hambruna en África, miraba con recelo las noticias
sobre matrimonio igualitario y criticaba para sí los escándalos que sacudían a
los políticos de su nación. Apagaba con furia su televisor y leía en su cama su
libro favorito de cada viernes. Sin sospecharlo se quedaba dormido con el
disfraz puesto. Sólo los rayos del sol al tocar sus párpados le recordaban que
era turno de cambiárselo.
La madrugada del sexto día utilizaba el disfraz de soltero
codiciado. Con un automóvil de lujo, con las cuentas bancarias a reventar, un
perfume cautivador y la sonrisa de un galán, salía de cacería a conquistar a
cuanta mujer cayera en su red. Frecuentaba distintos sitios nocturnos,
coqueteaba, adulaba y llenaba de lujos la mesa de su acompañante. Los sábados
sin él no eran iguales en las discotecas y bares que le daban la etiqueta de
cliente preferencial. La noche no podía culminar sin derrochar su sensualidad
en un hotel o sitio que lo atrapara con la mujer de sus sueños. Sediento,
seguro y sonriente se despedía antes del amanecer, prometiendo volver, si la
vida se lo permitía otra vez.
Muy temprano al séptimo día, llevaba su ropa a lavar. Se
sentaba a desayunar, a leer la prensa. Sin ninguna prenda que no fuera su
verdadera alma. Caminaba por el jardín, saludaba a los que como él se
encontraban en ese lugar olvidado. A lo lejos veía como sus disfraces eran
tendidos en una cuerda mientras se secaban. Era entonces que volvía a sentir
emoción. En esa casa la locura era permitida mientras el paciente siguiera con
vida, todo se permitía mientras el dinero no dejara de llegar. La enfermera lo
tomó de un brazo y lo llevó a su cama mientras le prometía por el camino ser su
empleada, su amiga, su amor olvidado, su presa nocturna. Con la esperanza de
que quedara dormido y ella pudiera ver con calma el capítulo final de su
telenovela favorita.
Hola Jose, me gustó esta historia, los disfraces que le permiten al loco poder sobrellevar su penosa vida, original.
ResponderEliminarBuen dia :)
Gracias Alejandra, me alegra que te haya gustado. Un abrazo fuerte.
EliminarExcelente relato David, el retrato de un hombre y de una sociedad, rico texto y muchas capas en las que indagar, un escrito con verdadera alma, gracias!
ResponderEliminarGracias Edgar, me alegra que te haya gustado. Bienvenido al blog, espero te sientas cómodo. Un abrazo desde Venezuela.
EliminarUn escrito lleno de originalidad y de posibles reflexiones sobre lo que somos, lo que aparentamos, lo que anhelamos en la vida, lo que realmente tenemos.. Es buenísimo, David!!
ResponderEliminarUn abrazo.
Estás en lo correcto Julia. El ser humano tiene la posibilidad de mostrar caras que no definen su estado. Me alegra que te guste, un abrazo.
EliminarAparte de los "disfraces" que un hombre puede llegar a tener, también habla sobre las circunstancias en que la sociedad le "aconsejan" usar cuál disfraz.
ResponderEliminarTodos tenemos la capacidad de ponernos una máscara y demostrar algo que no condice con lo que uno siente. Sin embargo, a veces la máscara se vuelve lo en verdad sentimos, olvidándonos que debajo de ella hay un rostro que no se anima a copiar las facciones de la máscara. A veces es sencillo, otras veces es una empresa imposible.
Excelente texto. ¡Saludos!
Nahuel has descifrado el relato en su totalidad. Le has quitado el disfraz y has llegado al mensaje principal. Por seguir estándares sociales vamos perdiendo nuestra originalidad. Usamos un disfraz que con el tiempo llega a arropar nuestra alma. Sin darnos cuenta somos partes del montón. Un abrazo grande hermano, gracias por pasarte.
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