Amor:
Ha pasado tanto tiempo desde la
última vez que te vi. La despedida fue agridulce, aceptabas que marchara
buscando un mejor porvenir, tú te quedabas en el pueblo andino olvidado
viviendo con calma tu vejez. En el tiempo que nacimos las cartas eran cosa del
pasado, la tecnología nos atrapaba sin prevenirnos, al final cedimos a ella
olvidando por completo otras formas de comunicarnos. Es por eso que te escribo
esta carta, sin esperar respuestas, sólo para decir lo que nunca pude decirte,
deseando que donde estés la puedas sentir, escuchar y acariciar.
¿Recuerdas la primera vez que nos
vimos? Puedo estar seguro que sí, no soy hombre de muchos recuerdos, pero
guardo uno con mucha emoción, fue la primera vez que te di un abrazo. Era
mediodía, venías de trabajar y con alegría busqué tus brazos para sentirme
querido, protegido, apoyado. La fragancia de tu perfume quedó estampada en mi
cuerpo y espíritu. Aún recuerdo tu aroma, era una combinación de caramelos y
vainilla que con sólo recordarlo apareces en mi cuarto, sonriente, radiante,
viva.
Los años fueron pasando y un
tercero llegó a nuestra relación. Me sentía defraudado, impotente y ofendido.
Tú, con tu sutil manera de arreglar todo hiciste que lo aceptara, incluso como
un hermano. Con el tiempo me fui acostumbrando a la idea de que no eras sólo
mía, que debía compartirte y amarte con todo mi corazón, sabiendo que tu amor
llegaba por mitad.
Los conflictos llegaron como en
toda relación de pareja. Tenías la mala costumbre heredada de tus padres de
imponer tu voz porque eras mayor que yo. Me gritabas, me reprendías con la
frase “Es por tu bien” Si yo intentaba tocarte podía ir preso, quedar marcado
en vida por cometer un acto tan atroz en contra de una flor, ¿Sabes qué? Nunca
sentí ganas de arremeter en contra de ti, me era imposible si fuiste tú la que
me enseñaste “El que le pega a las mujeres se va directico al infierno”. Juntos
superamos la crisis de las hormonas, y a mi vida también llegaron personas, sin
siquiera tú saberlo. Lo reconozco, te fui infiel.
¿Lo sabías? La astucia fue
siempre tu mejor carta bajo la manga. Me siento aliviado al saberlo.
Nuestro amor estaba cimentado en
la confianza, en creer en el otro, en servir de escalera para que el otro
subiera. El sentimiento de los dos era tan puro como la brisa de nuestro pueblo
andino olvidado, que nos arropaba con sus montañas y nos enamoraba con el aroma
del café. No conocimos un lugar mejor para compartir nuestras vidas, para
enamorarnos y aportar un granito de arena a las miles de historias románticas
que se han tejido en la historia de la humanidad.
Amor, así te llamé desde el
principio, nunca lo hice por tu nombre o por tu título divino. Tú no te
resististe, yo me sentía lleno al llamarte de ese modo. Y fue así como ese
término tan abstracto tuvo forma. Una hija de Eva era coronada con el término
más sublime que a algunos llevó a la gloria y a muchos a la perdición.
Me tocó marchar, aún recuerdo tu
cara. Protegida con el poncho andino que te regalé con mi primer sueldo, me
veías partir. Abrazos, bendiciones y un beso llenó de recuerdos y esperanzas me
acompañaron junto a una maleta de sueños por cumplir. “Qué Dios te bendiga” me
dijiste, y sigues diciéndolo cada vez que llamas, como una protectora que me
cuida a pesar de la distancia.
El camino se hizo largo, lento y
aburrido. Dejé las montañas. Por el camino quedé impresionado por los extensos
cañaverales, por la artesanía apostadas en las carreteras por pequeñas
ciudades, por un lago enclavado en el centro del país y al llegar la tarde pude
conocer ese lugar de sueños. Amor, sé que nunca quisiste conocerla, pero
Caracas era moderna, rápida, muy gris. Lo que te gustaría (puedo estar seguro
de eso) sería su brisa que limpia las almas y un imponente cerro al que llaman
El Ávila. Te imagino subiéndolo, como juntos recorríamos aquel pueblo protegido
por las nubes y que de sus entrañas brotaba agua sulfurosa, las que decías te
quitaban los calambres del cuerpo.
Sé lo que dirás al ver esto
“Tanta pompa y no me dijiste nada” pero estoy viejo y no estoy acostumbrado a
escribir. Ya no falta mucho tiempo para que me sigas regañando, llenarme de
consejos, de cariño y escuches al oído las miles de veces que te diré de nuevo
Amor.
Es que no ha existido mujer en
este mundo ni mucho menos un hombre que haya podido llenar mi corazón como lo
hiciste tú. Marcho intacto a nuestro último destino esperando que me recibas
como siempre lo hacías. Y es que madre
mía, no podía existir otro nombre para ti que no fuera Amor. Fue lo primero que
dije cuando aprendí a hablar, no era necesario corregirme, no me obligaste a
llamarte mamá. Tú, una mujer independiente y decidida, sin darte cuenta desde
ese día me enseñaste la importancia de ser almas libres, sin ataduras ni
temores. Me viste al nacer, yo te recuerdo cuando me llevabas al jardín de
infancia, cuando me gradué del liceo y cuando intenté convertirme en un
periodista reconocido sólo para verte feliz.
También recuerdo las fiebres
curadas, las noches en vela cuando me caí de mi bicicleta y fui directo al
hospital. Cuando quise ser astronauta, doctor, sacerdote, pastor evangélico,
actor. En todas las etapas quemadas fuiste la grúa que me bajaba de aquellas
nubes de niño que se fueron disipando con el tiempo. El cielo y lo divino deben
llenarte de gloria, porque fuiste mi Amor y padre a la vez, y eso es algo mujer
que nunca podré olvidar.
Hoy cuando esta enfermedad
zodiacal me come por dentro, te escribo esta carta que lees junto a mí en voz
baja, para que recuerdes que siempre te amé y que no concibo otra vida sin ti.
Porque aunque me regañes yo creo en la reencarnación y juntos en la próxima
vida seremos más felices de la que fuimos en esta.
No desesperes, voy siempre tras
de ti, a esconderme en tus faldas como lo hacía de niño cuando la Sayona y el Coco
llegaban a mi cuarto a perturbar mi niñez.
Me despido de ti, aunque sé que
ya la leíste. Ten preparado el almuerzo, de seguro este viaje se hace largo. No
he probado en esta vida un pasticho que compita con el que tú hacías los sábados
en aquel pueblo andino olvidado.
Te quiero, David.
Caracas, 25 de Noviembre de 2064
que bello..
ResponderEliminarMe alegra que te haya gustado Vane, un abrazo grande.
EliminarQué carta tan hermosa, David, y qué adecuado sobrenombre para una madre: Amor. Ellas están llenas a rebosar de ese sentimiento por sus hijos. Me ha encantado, es un texto lleno de dulzura y sentimiento :)
ResponderEliminarUn abrazo!!
Gracias por tan hermosas palabras Julia. Así es, las madres transforman nuestras vidas con su paso. Gracias por pasarte, un abrazo grande.
EliminarMuy bello y conmovedor
ResponderEliminarGracias Ratch, me alegra que te pases por el blog.
EliminarUn abrazo grande.
Una carta preciosa.
ResponderEliminarCOmo no llamar "Amor" a un sentimiento tan puro
Me encanta leerte. Un abrazo grande.
Hola Angie, opino lo mismo, no existió mejor manera para definir el amor de madre. Un abrazo grande y gracias por leerme. Saludos.
EliminarHola David, una hermosa epístola hacia el amor maternal, conceptúas muy bien a la mayoría de las madres.
ResponderEliminarAbrazo!!
Gracias Alejandra. Siempre es un placer tenerte en el blog. Un abrazo.
EliminarLindo, pero muy Lindo Homenaje a las Mamás... Preciosa carta que roza el Corazón... ;)
ResponderEliminar¡Besis! ^^
Así es Campanilla, un homenaje a esas mujeres que sacrifican todo por nuestra felicidad. Un abrazo.
EliminarDavid José Rojo, no encuentro palabras para explicar lo que esta maravillosa carta me hizo sentir. Y como dijo alguien por ahí, a mí también me encanta leerte.
ResponderEliminarHola hermana de andanzas. ¡Qué bonito verte por aquí! Gracias por pasarte. Me alegra mucho que te haya gustado. Besos y abrazos mi poetisa preferida.
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