Con un beso en la mejilla cerraba la entrevistaba que había concedido esa noche a la insistente periodista. No sabía si era lo correcto, en lo profundo reconocía que no fue tan sincera como prometió serlo esa mañana que despertó. La fama pesaba, y cobraba un precio alto. Era mejor guardar silencio. Ese día se disculpó con sus personajes. Encendió un cigarrillo y mientras el humo se volatizaba por el espacio claro de su cuarto toda su vida se vino en su contra. Se sentía presa, ahogada, adolorida, perdida. Eso de ser escritora comenzó como un pasatiempo y ahora era una cadena pesada que debía arrastrar hasta la eternidad. La pregunta de la periodista llegó a su cabeza “¿Qué te motivó a escribir?” Alicia había nacido en el mismo mundo que aquellas personas que vio al abrir los ojos por primera vez. No pudo elegir nacer en otro, en tiempos distintos o debatirse si quería vivir o no. Nada de eso. Supo tiempo después que el nacimiento es una imposición como lo era la vida ...