Podía ser considerado uno de los entierros más numerosos que
las calles del pueblo andino olvidado pudieran recordar. Acostada en una caja
de madera se encontraba Alfonsina, que a pesar de estar muerta seguía generando
sentimientos encontrados entre los habitantes del poblado.
El cura se negó a ofrecer el servicio religioso, la
consideraba “pecadora” y por su vida “pecaminosa” no tenía oportunidad de
entrar al cielo. Tuvo la suerte de que su sobrino era sacerdote y personalmente
se dirigió al pueblo. Grandes historias se tejían entre los presentes y todas
tenían a una protagonista que los animó, enseñó y aconsejó en su paso por esta
vida. Aunque en un principio no todo fuera color de rosa como los niños del
pueblo creían.
Alfonsina descubrió que la misión de su vida era ser
prostituta cuando fue mujer entre los árboles de la biblioteca del liceo y
recibió dinero por el acto. Lo que había hecho reunía las cosas que más le
gustaban: el sexo, ser idolatrada, dinero fácil y satisfacción personal. Con
currículo en mano comenzó su travesía por las esquinas más oscuras del lugar.
La joven comenzó a ganar fama, su trabajo era muy recomendado
entre los clientes que abarrotaban su espacio y en filas esperaban como fieles
compradores su turno para entrar. La cercanía también ganó importancia. Muchos
caballeros debían trasladarse a la ciudad más cercana para satisfacer su libido,
que por razones desconocidas para ella (en ese entonces) no eran aplacadas en
sus hogares.
Su padre se enteró cuando entre tragos y cigarrillos uno de sus amigos le
contó lo que ocurría. Enfurecido golpeó a su compañero de borracheras y lo retó
a un duelo. “La honra de mi hija no la
va a ensuciar usted. Lo reto mañana a un duelo antes que salga el primer rayo
de sol”. Para el padre era imposible creer eso. Le pidió a Dios que saliera
victorioso si era falso el rumor. “…Pero si es cierto lo que dicen por ahí…
Señor no dudes en permitir que me maten mañana mismo” Dijo antes de persignarse
y dormir algunas horas.
Por unas vecinas la madre de Alfonsina se enteró de lo
ocurrido, junto a su hija corrió al lugar del duelo, pero fue muy tarde. Cuando
iban por el medio del pueblo un disparo disipó un encuentro de palomas y del
susto salieron volando por todos los cielos. Había un muerto, minutos después supo
que fue el hombre de su vida, al que le juró amor eterno. Alfonsina adolorida
juró venganza. Luego del entierro su madre la sacó de la casa. “La echaron como
una perra, se lo merece” decían las viejas chismosas del pueblo andino
olvidado. Especie que se reproduce con rapidez y cada vez es más difícil de
controlar con vacunas.
Una sola noche durmió en la calle. En dos días consiguió el
dinero suficiente para rentar una habitación. Ese dicho de “pueblo chiquito,
infierno grande” era casi literal en esos lugares. Padeció de indiferencia,
humillación, burlas y groserías que eran escupidas en su cara. No le preocupaba
lo que decían de ella a escondidas, lo que llenaba a Alfonsina de ira era no entender
el por qué la gente pegaba el grito al cielo al ver su forma de vida. “Soy
feliz, no molesto a nadie, no le pido a ningún ser de este pueblo un plato de
comer… ¿Por qué sufren? “Le dijo una vez a uno de sus clientes que la
contactaba sólo para conversar.
En un año Alfonsina ya tenía casa propia, poco tiempo después
un carro y las ropas más caras que ni siquiera las doñas de balcones tenían
para mostrar. De no ser por su historia, pasaría desapercibida como “señora de
sociedad”. De noche no había un hombre que no quisiera estar entre sus brazos.
Pero la lista cada vez era más larga y se debía pedir cita. Entonces el día en
honor a la santa patrona del pueblo hizo un casting para reclutar más
prostitutas. Los puritanos y conservadores se sintieron heridos, decidieron
tomar venganza.
“En el nombre de Dios te exijo que salgas” dijo una de las
señoras que más asistía a la iglesia. Alfonsina salió para recibir una golpiza en
masa. Mujeres de todas las edades la golpearon, rasgaron sus ropas de dormir y
hasta piedras lanzaron por su delicado cuerpo. Sus clientes, esposos de
aquellas mujeres, indignados calmaron la
situación con una frase que cortó en dos el corazón de muchas “La que
esté libre de pecado que lance la primera piedra” Todas se fueron a esconder en
sus guaridas, pero el daño ya estaba hecho.
Desde ese día debió usar un parche en su ojo derecho, el
ícono más representativo de su vida. No quiso usar uno de
vidrio. Sólo mostraba las dramáticas heridas a aquellos de los que terminaba enamorándose.
Ni los golpes, ni la humillación echaron a un lado los deseos de aquella mujer
de reclutar más mujeres para trabajar en uno de los oficios más antiguos del
mundo. Con siete mujeres, entre ellas una exótica colombiana, abrió sus puertas
“Doña Alfonsina”. Con ironía intentaba vengarse de aquellas “desgraciadas” que
la habían dejado con un solo ocelo.
Los años fueron pasando, y a su cuerpo ya golpeado por el tiempo llegaron los hijos de sus primeros clientes. Muchos primerizos que con
nervios y susto no sabían qué hacer. Ella como si tuviera en sus hombros un
doctorado les explicaba paso a paso lo que tenía que hacer. A los que años después
terminarían siendo homosexuales, les aseguraba que les guardaría un cuarto si
llegaban a ser echados de su casa. Una nueva generación comenzaba a respetar y
enamorarse de Alfonsina.
Con las ganancias de su prostíbulo creó un albergue para los
más necesitados, un comedor popular y un parque para los niños. La prostituta
inauguraba más obras al año que el propio alcalde del pueblo. Era una
benefactora para algunos y una “puta” para otros.
No pasó mucho tiempo para que aquellas mujeres que la odiaban
terminaran acercándose para descubrir por qué sus esposos dejaban la cama
tendida en las noches. En el mercado, una calle o incluso en su lugar de
trabajo, como centellas llegaban aquellas desesperadas amas de casa
consiguiendo el consejo que buscaban. “Peleas mucho con él cuando llega cansado
del trabajo” le dijo a una. “Lo frustras porque sólo tienes sexo los jueves” le
dijo a una puritana. “Él quiere sexo oral y anal” le dijo a una mujer que salió
corriendo como loca a confesarse. Pero a todas les daba una frase que guardarían por siempre en sus cabezas. “Sus maridos salen a la calle y ven mujeres
hermosas, arregladas, olorosas. Cuando llegan las ven a ustedes mal vestidas,
sudadas, amargadas. Lo pueden amarrar si al llegar las encuentra como aquella vez que se enamoraron” Esta frase salvó muchos matrimonios en el pueblo andino olvidado, aunque por un tiempo mermó su trabajo.
Y ahí estaban todos los protagonistas de su vida. Lanzando
una última rosa a una mujer que no dudó en desnudarse y mostrar sus atributos a
cualquiera que por algunas monedas se lo pidiera. Hermosa como los lirios del
campo, dura como el cristal, gentil como el agua y luchadora como aquellas
montañas de ese lugar donde vivió.
Alfonsina terminó siendo un personaje muy popular en el
pueblo andino olvidado. Maestras y cronistas no les temblaba el pulso cuando se
trata de defender sus virtudes y reconocer sus errores, errores superfluos en
una sociedad de reglas banales. A fin de cuentas como lo dijo una vez el Cristo
que viene a salvarnos. “El que esté libre de pecado que lance la primera piedra”.
Alfonsina y el mar...
ResponderEliminar...aquí, Alfonsina, la incomprendida de las tierras altas, sombra los pueblos olvidados de los Andes. Saludos
Esta es la otra Alfonsina, la del frío y el frailejón, no muy lejana a aquella que se fue a jugar con los seres del mar. Saludos Luna, un abrazo.
EliminarCuántos seres como Alfonsina habrá en este Mundo, en el que día a día son repudiados o discriminados, por lo que hacen, lo que dicen, o lo que piensan. Nos cerramos en la convicción de que la nuestra es la única verdad, y que todo lo demás está mal. Y como siempre, después de muertos, todos somos buenos. Gran relato, estimado David.
ResponderEliminarMil gracias por pasarte a los Suburbios compañero. Saludos.
EliminarConcuerdo con Martin Rafael. Por otra parte, este relato me hizo recordar a una "Alfonsina" que vivió en un pueblo cercano. Aunque murió años antes de que yo naciera aún la gente la recuerda, como si su esencia nunca se hubiera ido, pero casi todos la evocan como lo que fue: una mujer que no encontró una manera más digna de llevar pan a la mesa.
ResponderEliminarEn fin, comparto y que termines bien el fin de semana. Hasta la próxima.
En este mundo sobran Alfonsinas. Yo soy de los que cree que existen muchas verdades, y para ella vender su cuerpo no estaba mal. Alfonsina pudo sustentarse y lograr beneficios para una comunidad que no la quería. Y esa frase que dices que fue una mujer que no encontró una manera más digna de llevar pan a la mesa, me marcó. Las "Alfonsinas" son mujeres de respetar. Saludos Nahuel y gracias por compartir.
EliminarQuizás debió haberse ido del pueblo, en la ciudad seguramente no hubiera perdido su ojo.
ResponderEliminarMisterios de las letras querida Estela. Aunque viéndolo bien no estaría mal.
EliminarSaludos y gracias por pasar.
Abrazos.
Un relato muy bien escrito David. Creo que le has dado al tema el enfoque correcto. Una historia que a todos se nos hace cercana. Las Alfonsinas y sus historias povocan una atracción brutal y un interes morboso por el aroma a tabú que las rodea.
ResponderEliminarEra una historia que desde un principio quise escribir, pero no sabía qué enfoque tomar, espero no haberme equivocado. Mil gracias Miguel Ángel, de verdad estoy agradecido por pasarte y leerme. Me siento complacido. Saludos y abrazos.
EliminarEntrañable historia la que cuentas de esta mujer en principio odiada por ejercer la prostitución, y al final idolatrada porque beneficiaba a muchos con sus consejos y con sus acciones solidarias. Por desgracia el puritanismo siempre ha hecho más mal que bien. Escrita con mucha corrección, te ha quedado estupenda. Mis felicitaciones, David.
ResponderEliminarBesos y feliz domingo.
Mil gracias por pasarte Mayte. Alfonsina se ubicó en el centro de las verdaderas virtudes y la falsa moral. Pudo morir tranquila, aunque con un sólo ojo. Saludos y gracias por pasarte a los Suburbios.
EliminarCaramba, mi estimado David, un relato que deja ver las dos caras de la moneda, pero con una moraleja y una reflexión que se plantea al lector de forma directa, entremezcladas en cuidadas letras que hablan de manera franca. Excelente, me gustó mucho, te felicito hermano! Un abrazo!
ResponderEliminarMil gracias hermano. Estás en la correcto, quise mostrar las dos caras de la moneda. Gracias por pasarte, un abrazo.
EliminarPara mí el relato se puede considerar un alegato contra la hipocresía y los prejuicios de clase. Ha sido muy emocionante observar el antagonismo que sale a relucir entre los que hablan de honor y practican lo contrario, a escondidas siempre, y los héroes olvidados, seres desprestigiados porque sus principios no son los de las apariencias y el dogmatismo, sino pureza de corazón, como el corazón de Alfonsina. Gran historia, que alcanza la excelencia en su sencillez. Enhorabuena.
ResponderEliminar¡Abrazos!
Esa frase de que los "ricos o ganadores hacen la historia" sigue vigente hoy día, en personajes como Alfonsina la hipocresía toma su mejor mascara, aunque el tiempo siempre da la razón a los nobles de corazón. Un abrazo y gracias por pasarte. Saludos.
EliminarPositiva historia que con su claridad desarmará a muchos que en la vida real cargan dialécticamente contra las "Alfonsinas" que tienen a mano. Como ocurre en tus otros relatos, al final uno se fía de esa voz tuya que no miente y que es sencilla. ¡Abrazos!
ResponderEliminarMil gracias por llegar a los Suburbios Luis. Abrazos.
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