Una frase que se había tatuado en su cerebro. Cada día debía
cumplirla si no quería vivir de nuevo un calvario por no acatar las órdenes de
su madre. “Al llegar del trabajo tienes que estar bañado” le dijo. Habían
transcurrido dos meses desde que aquella golpiza que dejó las calles en
silencio ante los gritos del niño. Eso era cosa del pasado, antes de la cinco
ya estaba bañado, peinado y arreglado, esperando que su madre llegara con algún
dulce o regalo por portarse bien.
Y así los días transcurrían para el niño sentado en el portón
de su casa. Siendo testigos los pocos autos que transitaban el lugar y algunas
señoras que tomaban café y leían el periódico del día. Siempre empezando por
detrás, el morbo en el pueblo andino olvidado había llegado a extremos en un
país donde un muerto era más fácil de conseguir en alguna esquina que los
productos básicos de primera necesidad.
A lo lejos una espigada mujer de larga cabellera bajaba por
la calle de su hogar. Creía nunca haberla visto, era muy hermosa para ser real.
Cerró sus piernas, apoyó su cabeza entre sus brazos tambaleantes y no dejaba de
mirarla. Parecía ser la dama más alta que había visto en su corta vida. Los
tacones que llevaba eran extremadamente altos. El vestido rojo hacía juego con
su cartera, sus labios y color de ojos. Entonces la tenía frente de él.
Carlitos necesitó una grúa para que sus ocelos pudieran divisar por completo a
ese ángel que estaba frente de él. “¡Qué niño tan hermoso! Te mereces un beso”.
Los labios rojos de ella, quedaron estampados en la mejilla izquierda del niño.
Que con la boca abierta al ver a su madre acercarse corrió para darle un
abrazo. Ella le explicó que no alcanzó el dinero para traerle dulces. Eso
pareció no preocuparle. Estaba agradecido con su Diosito por traerle tan
delicioso manjar a sus cachetes.
Al llegar la noche no dejaba de pensar en ella. Sentía que
estaba enamorado, realizado, apoyado. Esperaría que ella pasara de nuevo y le
explicaría sus planes a futuro. Graduarse rápido de la escuela, luego atravesar
el bachillerato y al llegar a la universidad acelerar todo el proceso para
darle todas las comodidades que merecía. “Es un reina” se decía. Guardó todos
sus juguetes en una caja que escondió debajo de su cama. “Si ella viene a mi
cuarto no puede ver cosas de niño” pensó. Para su madre tanta tranquilidad en
el hogar era extraña. No se acostumbraba a no escuchar gritos, brincos, objetos
destruidos. Pero sobre todo, estaba feliz de no regañar a su hijo, ya se le
estaba haciendo raro tanta “santidad”.
Al siguiente día a la misma hora pasó la mujer. Repitió las
mismas palabras le dio un beso que quedó estampado en la mejilla de Carlitos y
siguió su camino. No hubo tiempo para que el niño explicara sus planes de vida
junto a ella. A los pocos minutos llegó su madre con un chocolate para él. No
se lo comió al instante, tenía un plan para conquistar ese primer amor de niño,
el mismo que hacía que la amara en sólo dos días.
Los días se convirtieron en semanas, las semanas en meses.
Las decenas de beso que eran depositados en los cachetes del niño eran borrados
cada vez que lavaba su cara antes de dormir. Pero para él era más que eso, era
el simbolismo de un amor que consumía hasta sus entrañas más profundas y esos
huesos que aún no conocía pero sabía estaban ahí para cuidarlo. Apresuró las
enseñanzas de escribir y lo logró. Perfeccionó su manera de leer y consiguió
algunos consejos y técnicas del amor de ancianos que vivían por su casa. Sus
medias estaban a la par, su bermuda impecable y su franela estampada sin arrugas.
Se sentía el niño más feliz del mundo. Su madre no le reprendía en mucho
tiempo, sus amigos lo sentían distinto y su corazón tenía la marca de ella. No
sabía su nombre, ni quería saberlo, bastaba con verla e imaginar un mundo
distinto donde él sería el caballero en corcel blanco que la rescataba de una
bruja malvada, como ese cuento que su maestra leyó en clases que sintió estaba
escrito para ellos dos.
Una tarde su princesa no pasó. Su madre llegó primero y eso
le preocupó. Quería buscarla, saber qué había pasado, no era normal para él esa escena. La calle se
convirtió en una gama de colores grises. Los árboles no se movían al compás del
viento y sus ojos comenzaban a hundirse en un mar de lágrimas que no lo dejaban
respirar. Le insistió a su madre de que lo dejara quedarse un rato más afuera.
“La cena se te va a enfriar” le afirmó. Al final luego de un regaño tuvo que
obedecer. La comida entraba como miles de alfileres en el dedal de su estómago.
Sufría en silencio y no era comprendido, su alma gritaba y no era escuchada, su
corazón se apretaba y nadie le daba respiro. Toda esa noche pensó en su amada.
Se sentía perdido caminado por las montañas del pueblo andino
olvidado. Algunas cabras comían pasto, sentía que ellas sabían todo, pero le
era imposible acercarse, le costaba dar un paso más. Luchó con su cuerpo y en
una casa abandonada se encontraba ella, atada, amordazada, con su maquillaje
regado de tanto llorar. Cogió fuerzas hasta de donde no las habían y la
rescató. Ella lo abrazó con ganas. Y en sus hombros se recostó. Salieron
corriendo, ella acomodó su largo vestido y él su armadura medieval. Subieron al
caballo y al galope de su fiel amigo conocieron un territorio sin explorar,
desconocido para dos amores. “Carlitos, Carlitos…Carlitos… ¡Despiértate!” decía
su madre. Todo era un sueño, ese amor quedaría destinado a los designios de
Morfeo.
Las heridas abiertas del amor fueron sanando con lentitud.
Años transcurrieron hasta que todo quedó en un hermoso recuerdo. Esos besos
siempre lo acompañarían, sería el recuerdo de un amor de niño, esos que roban
sonrisas cuando se llega a adulto con sólo mirar atrás.
Ya siendo un adolescente la vio de nuevo. Ella no se acordaba
de él… de Carlos. Cuando fue a hablar con la gerente de un banco muy reconocido
de la ciudad más cercana a su pueblo pudo reconocerla. El carnet eliminaba una
duda que lo persiguió por años. Se llamaba Clara Jerez. Luego de terminar la
diligencia siguió su camino. Aunque en la despedida un beso por cordialidad
quedó estampado en su mejilla izquierda. Sería el último que guardaría su
corazón. La profesional marchó a la Capital del país y fue sustituida por un
decente señor.
Del Carlitos niño, al Carlos adolescente sólo algo no ha
cambiado. El primer amor que lo protegió de regaños, y le permitió amar en dos
días y sanar en años. El sueño donde marchaban por el pueblo andino olvidado en
corcel es un recuerdo hermoso que guarda de pequeño, remembranza que jamás se
volverá a repetir. Ya mayor de edad reconoció que era homosexual, aunque jamás
ningún hombre ha podido borrar ese hermoso episodio de amor que ocurrió en el
portón de su hogar de ese extraño lugar llamado pueblo andino olvidado.
Buen relato David.
ResponderEliminarFelicitaciones.
Gracias por leer Ricardo, un abrazo.
EliminarSiempre ése final inesperado,felicidades amigo,muy buen relato,un gusto llegar a tus suburbios
ResponderEliminarjajajaja un final sorpresa jajajaja. Saludos querida, gracias por leer.
EliminarMagnífico! Un final perfecto. ¡Bravo David!
ResponderEliminarGracias Miguel Ángel, saludos.
EliminarLa mujer era para el niño un ideal, el anhelo de algo sublime, no ella como ser humano real. Por lo tanto, no era necesario que hubiera otro tipo de relación entre ellos, que no habría sido productiva para ninguno. ¿Semi-autobiográfico? ;-)
ResponderEliminarEn efecto el hecho de sólo verla pasar y recibir su beso diario era para Carlitos algo celestial, lo terrenal no tenía a su edad sentido. Y siguió siendo un ideal Luis, porque luego de su "cambio" la siguió recordando con respeto y admiración. ¿Semi-autobiográfico? ¡Guao! es algo complicado de decir. Creo que perdería sentido dar respuesta a eso jajajaja. En lo que me conoces por este medio y atando cabos podrás dar con la respuesta que esperas jajajaja. Saludos y gracias por pasarte por mis Suburbios.
EliminarAbrazos.
Me encanto!!!, me retrotrajo a mi niñez, creo que todos pasamos por situaciones parecidas. Gracias por publicarlo, un abrazo.
ResponderEliminarGracias a ti por leerlo compañera. Me alegra que te guste, un fuerte abrazo.
EliminarMuy buen relato, amigo David.
ResponderEliminarEl final refuerza aún más este amor platónico en todo su esplendor.
Un cuento ideal para leer antes de destinarse a los designios de Morfeo.
Un abrazo
Gracias por pasarte Federico. Saludos.
EliminarPor un momento crei, que esta dama solo existia en su imaginación,. Pero no, era real y me sorprendio.
ResponderEliminarMe alegra que el relato haya Causado eso en ti. Un abrazo Estela,saludos.
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