El día que recibiría su título como bachiller de la república,
Esperanza recordó ese día cuando su imaginación por vez primera hacía estragos
con la cruda realidad que la acompañaba. Fue ese golpe que la llevó a repensar
sobre sus planes de vida y creer en sí misma. Daría un salto casi imposible,
extraño y sorprendente para sus vecinas del pueblo andino olvidado que no entendían
que “bicho raro” le había picado para tomar una decisión como esa.
Entre esas montañas que la vieron nacer existía una regla
tácita que debía ser cumplida a cabalidad. Las comidas debían repetirse una vez
por semana. Era casi imposible que una persona que no le agradara el plato del
día consiguiera saciar su hambre en otro lugar. El único día salvo para esa
regla eran los sábados. Era viernes y Esperanza preparaba una pasta con carne
molida y queso parmesano, de tomar un jugo de mango gracias a que su nieta Ana
se subió al frondoso árbol para conseguir el fruto más común en esos lares.
Luego de comer Ana se acercó a los pies rocosos de su abuela.
Cada tarde apoyaba su cabeza en las rodillas de su cuidadora para que sus
cabellos lisos fueran acariciados por las manos de trabajo de Esperanza.
Historias fantásticas, de miedo, de amor, de amistad, de ilusión; todas eran
contadas hasta que la niña quedaba dormida. Esa tarde, los papeles cambiarían.
La niña pidió con ilusión escuchar de la voz sabia de su abuela la historia de “Don
Quijote de La Mancha”
-¿Y por qué quieres saber esa historia mija?- preguntó
intrigada Esperanza.
-Porque escuché hablar de él en la biblioteca. ¿Acaso no
sabes abuela?
-¡Claro! Anita. Ven te voy contar esa historia que me sé de
memoria.
Esperanza contó la historia a su nieta. Le dijo que “Don
Quijote” fue un hombre que tenía una mancha en su ojo derecho y todos hacían
burla de su marca de nacimiento. Que viajó por todo el país y en ningún lugar
era recibido con agrado. “…Montó un
circo y al final ganó tanto dinero que todos llegaron a sus pies a pedirle
disculpas”.
-¿y él las aceptó abuela?
-Claro mija. Don Quijote era un viejito que tenía muy buen
corazón.
Al terminar la fantástica historia de ese hombre con mancha Esperanza dispuso a preparar el café. El
aroma llegaba a la casa de Don Miguel quien de inmediato corría a la cocina de
su amiga. Cada tarde (si una enfermedad no llegaba) los viejos amigos se
sentaban en la mesa bajo la compañía del rubro que más abundaba en esos lugares
casi mágicos. Ella le contó lo que había ocurrido con nieta, él soltó una
carcajada y luego la guardó al ver el gesto de compañera. “Son cosas de niños,
no creo que tenga complicaciones mayores” dijo. “Eso espero… eso espero”
contestó Esperanza mientras humedecía su lengua luego de haberse quemado con la
bebida.
El lunes Esperanza guardaba el almuerzo de su nieta protegido
con algunos trapos que evitaban que las moscas de la casa hicieran parte del
banquete. La niña llegó empapada en llanto y se encerró en su cuarto. Su abuela
preocupada no entendía qué ocurría, sospechaba que había pasado algo en la
escuela. Luego de regaños, súplicas y ruegos la niña accedió a que su abuela
entrara.
-Me Mentiste abuela, Don Quijote no tenía ninguna mancha ni
vivía en este país. ¿Por qué lo hiciste?-dijo la niña sin dejar de jipiar.
-¿Pero qué pasó?- preguntó
indignada la abuela.
-Hice el ridículo en plena clase, delante de mis compañeros.
La profesora preguntó si habíamos leído un libro y cuando hablé de Don Quijote
todos reían en mi cara, porque todo era mentira.-El llanto continuaba en la
niña. La abuela la tomó de sus brazos.
-Anita, mija. Yo tengo algo que decirte…yo…no sé leer.
Esperanza explicó a su nieta entre lágrimas y vergüenza que
tampoco sabía escribir. Que nunca pudo ir a una escuela por lo costoso que era
para su humilde familia. “Las historias que te contaban eran de mi imaginación.
Jamás pensé que tú serías burlada por una mentira mía” le dijo a Ana. La niña
con madurez entendió la situación e intentó calmarla como pudo. “No te
preocupes abuela, que no sepas leer o escribir no quitará este amor tan grande
que siento por ti.
-Esperanza Domínguez- dijo el director. Los aplausos
inundaron el recinto donde se celebra el acto para los graduandos. Con vestido
largo y siendo la segunda vez que su cara estaba envuelta en maquillaje se
dispuso a recibir el título que la acreditaba como bachiller de Venezuela.
Luego de las fotografías de rigor, fue a parar a los brazos de Ana y Don Miguel
su amigo de toda la vida. Ese día rompieron una tradición del pueblo y
prepararon un delicioso almuerzo a la agasajada.
Una lágrima cayó en la mesa, y Esperanza recordó el largo
proceso que tuvo que transitar para lograr la meta que se propuso en nombre de
su nieta.
Don Miguel le aconsejó inscribirse en un nuevo programa que
el gobierno nacional estaba implementando en todo el país. “Quieren eliminar el
analfabetismo” le dijo. Todo era gratis, y de noche para que todos pudieran
cumplir con sus obligaciones personales. La esperanza de aprender parecía ganar
territorio en sus pensamientos. Todo fue muy rápido, en sólo días ya estaba
inscrita para cursar estudios básicos. Le prometieron que aprendería a leer,
escribir, sumar, restar, multiplicar, cultura general y muchas cosas más. La
idea era tentadora, aunque sus vecinas al saberla en ese proceso se
escandalizaron desde el primer instante.
-Esperanza tú tan opositora a este gobierno ¿Y metida en eso?
–le dijo una mientras tendían la ropa.
-Es una obligación de cada gobernante el bienestar de su
pueblo. Yo soy muy justa… y no se puede negar que ese plan es a beneficio de
nosotros los pobres, los que no tuvimos oportunidad de estudiar cuando
muchachos.
-Yo no sé pero eso a mí no me huele a bueno. Salte de eso
chica. Ya estamos viejas, debemos esperar la muerte. ¿O acaso te pegó tarde la
menopausia?
-No es eso Pilar. Nunca se es viejo para aprender. Mientras
pueda respirar trazaré una meta que fue sepultada tiempo atrás. Desde que mi
hija murió mi nieta no tiene en quien más apoyarse. Y yo trataré de ser lo más
culta posible para orgullo de mi Anita.
-Si tú lo dices…
En un principio se sintió humillada cuando una joven que ni
siquiera duplicaba su edad le explicaba sobre las vocales, consonantes. Le
enseñaba a leer y le explicaba matemáticas. Fueron semanas difíciles. Tiempo después
comenzaba a rendir frutos el proceso. En seis meses ya leía junto a su nieta
historias hechas por escritores verdaderos. En un año ya enseñaba a su nieta a
multiplicar y al graduarse del nivel básico ya le contaba a Ana las maravillas
que el mundo tenía en sus pies. Decidió seguir y luego de cinco años terminó
por graduarse de Bachiller. Su nieta ya una adolescente celebraba la proeza de
la que por tiempo se transformó en su madre.
La esperanza de aprender comenzó cuando en plena confusión,
lágrimas y vergüenza, una mujer de 63 años decidió emprender uno de los viajes
más importantes de su vida. Comenzaba a escribir una historia de retos y
luchas. Ahora se encontraba almorzando con las dos personas que creyeron en
ella. Mientras a sus alrededores algunas vecinas reconocían que su amiga Esperanza
lo había logrado. Y gracias a ese hombre llamado “Don Quijote” que tenía una
mancha en su ojo izquierdo y había montado un circo cuando era viejo.
Te nomine para el premio Blogger Award.
ResponderEliminarGracias Estela Saludos. Un abrazo.
EliminarYa se le veía a la abuela que tenía una inteligencia natural. Seguro que muchos que saben leer y escribir no habían sido capaces de improvisar una historia tan bien y tan graciosa de un libro que no han leído. He pasado un buen relato leyendo tu relato, David.
ResponderEliminarMe alegra que te haya gustados. Gracias por venir Luis, abrazos.
EliminarQué bueno! Nunca es tarde para aprender! Muy lindo relato, amigo, está lleno de moralejas! Un saludo muy grande!
ResponderEliminarMil gracias por leer querida. Un abrazo fuerte y muchos saludos. Siéntete en casa.
EliminarQué buena historia, maravillosa y relajante
ResponderEliminarGracias Cecé un abrazo.
EliminarPrecioso este relato, que aun cuando sea de ficción, no resulta ficticio, porque pocos de nuestros mayores llegaron a tener los estudios más básicos, sobre todo si hablamos de las clases más modestas. Hermoso también el afán de superación de esa abuela que con el fin de lograr lo mejor para su nieta huérfana, decide aprender para después poder ayudarla en sus estudios.
ResponderEliminarMe ha gustado también tu prosa, ágil y amena. Mis felicitaciones por tan buen relato, que comparto en mi G+ muy gustosa.
Más besos, y de nuevo, feliz domingo.
Mil gracias Mayte por compartir. Y gracias también por pasarte y tener el gesto de comentar. un abrazo y saludos.
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