Con su mirada fija al ventanal de su consultorio el doctor tenía en sus manos el resultado de la prueba. La madre tomaba de su mano a la niña, apretaba sus labios moviéndolos de un lado a otro, su preocupación era necesaria. El galeno tomó asiento y de inmediato soltó una frase que cambiaría por completo el rumbo de la familia. “Lo siento, su hija está infestada de Peste”. El pueblo tenía fama de ser un sitio inspirador, de altas montañas que jugaban con ese cielo rojizo tan particular en ese lugar no tan común. Sus calles soportaban a diario el peso de problemas innecesarios y sueños sin cumplir, el tiempo nunca visitó esas tierras de frescura. Sus pobladores eran conocidos en toda la región como gente culta, de buenas costumbres, y trato cordial al visitante. Esa imagen sólo podía verse en retratos y cuadros de artistas ambulantes. La peste tumbó al pueblo de ese sitial de honor que ocupara por mucho tiempo. El profesional tenía dudas sobre las causas que permitieron la en...