Ese viernes Diego Pérez abrió sus ojos antes que sonara el
despertador, una costumbre heredada por su madre que lo incentivaba a creer en
el “poder de la mente”, antes de acostarse él le hablaba a su cerebro y siempre parecía funcionarle. Tomó
un baño y marchó de inmediato al trabajo, olvidó tomar café, sabía por
experiencia propia que no tener cafeína en su cabeza era sinónimo de dolor de
cabeza. Pensó por el camino cómo contrarrestar eso. Se persigno, dio las
gracias al creador y encomendando su día a él comenzó la dificultosa jornada
laboral que se le había asignado.
Javier González se levantó más tarde de lo acostumbrado. Su
madre que marchaba a su jornada laboral justo antes de que saliera el sol, le
dejó una nota y la comida aún caliente escondida en un trapo que servía de
escudo para aquellas moscas que no eran invitadas al banquete del adolescente.
Comió sin haberse cepillado, tomó su café, se dio un baño y se preparó para ir
a trabajar. Guardó su equipo, se puso la gorra y los lentes de sol y antes de
marchar pidió a Dios que ese día todo saliera bien. “Ayúdame a conseguir el
dinero completo para comprarle el televisor a mi mamá” dijo, tocando la imagen
bendita y persignándose para recibir la protección en un nuevo día.
A Diego le tocó cubrir la noticia que estaba sacudiendo la
Capital. Los habitantes de un barrio cansados por tantos atropellos y
asesinatos, decidieron salir a las calles para hacer sentir su voz ante la
grave situación que les ocurría. Junto al fotógrafo asignado tomaron el metro
de la ciudad y se embarcaron a su destino. El dolor de cabeza llegó,
tocándosela le dio el recibimiento. Cuando llegaron al lugar los manifestantes
parecían esperarlo, se abalanzaron hacia él como si fuera un salvador al ver su
carnet de identificación. Todos contaban su lado de la historia, mientras él
con grabadora en mano, papel y lápiz tomaba notas de la situación. Parecía que
sería otro día normal.
Javier frenó su marcha a pocas cuadras de su casa cuando vio
a su novia por la ventana. Intentó enamorarla de nuevo, pero ella se quejaba de
mantener al niño sola sin la ayuda de él. Luego de un rato de lucha la chica
cedió, una sonrisa pícara y movimientos de cabeza de un lado a otro le daban el
triunfo al “Galán del barrio”. Quedaron en verse esa noche, si “Dios así lo
quiere” le dijo él. Siguió su andar y por el camino unos amigos le explicaron
que trabajar hoy sería difícil. “La gente del barrio tiene trancada la calle,
saldremos mañana, ¡qué más nos queda!” fueron las palabras que escuchó del compañero.
Le restó importancia al asunto, al llegar a la manifestación se sintió
identificado con la gente, pero iba en contra de sus principios.
Una señora que daba indicios de sentirse más joven llegó con
tazas llenas de café. Con los ojos hacía señas que primero debían tomar el
periodista y el fotógrafo, todos entendieron. Diego agradeció el gesto y siguió
escuchando las quejas de los vecinos. Cuando terminó su nota pidió a su
compañero tomar unas fotografías. Fueron despedidos con bombos y platillos, los
manifestantes esperarían a las autoridades de Gobierno para esperar respuestas
concretas.
El fotógrafo bromeaba por la actitud que tomó la señora con
ellos, en especial con Diego, sentía que la mujer gustaba de su amigo.
-Vamos Diego, no puedes estar ciego. Esa mujer te desnudó con
la mirada.
-Sólo fue amable con nosotros. Eso para ustedes los
capitalinos es algo extraño. Para mí que
vengo de los Andes es un gesto muy común. Si te fueras unos días para allá
dirías que todas las mujeres gustarían de ti.
-No dudo de mis atributos (risas) pero si tú lo
dices…prefiero no tocar más el tema. ¿Qué tienes pensado hacer hoy?
-Invítame unos tragos, tengo meses sin salir a un lugar
decente.
-Dale yo te invito y llevo unas amigas que te dejarán con la
boca abierta.
-Eso espero…eso espero.
Luego de terminar la nota que sería publicada al otro día en
los medios ambos jóvenes marcharon a sus apartamentos para alistarse. La noche
prometía, había un descuento y no podían perderlo. La Capital es una de las
ciudades más caras del mundo y un periodista joven no puede darse muchos lujos,
todo lo que sea oferta iba de la mano con Diego. A las once de la noche el fotógrafo
llegó a buscarlo. Las damas eran hermosas, la que le correspondía estar con él
era también del interior del país; de inmediato se obsequiaron retazos de
confianza. No dejaron de hablar hasta que llegaron al club nocturno.
A Javier no le agradaba que su madre le encontrara en la casa
al momento de ella llegar. Pidió la bendición, y de inmediato partió. La mujer
que lo trajo al mundo se hincó ante los santos que cuidaban su hogar. “Dios mío,
que mi hijo no cometa hoy una locura” fue lo que dijo. Se persignó y empezó las
faenas del hogar. Su cara de angustia cambió cuando su hijo menor llegó, la
alegría la invadió. No dejaría que éste también le fuera arrebatado.
Lleno de ira salió del hogar de su novia, el padre de la
chica lo sacó al verlo manoseándola en
su sala. Javier se sentó en la cancha donde algunos niños soñaban con ser
futbolistas. Algunos “amigos” lo invitaron a “Laborar” esa noche. Era viernes y
el dinero podía llegar rápido y fácil, no estaría fatigado y si conseguía el
dinero suficiente compraría el televisor que había dañado cuando tuvo una
discusión con su madre. Cuatro chicos marcharon en motocicleta a la zona Este de
la ciudad. “En el nombre de Dios” dijo mientras acomodaba sus utensilios debajo
de su franela.
Los siguientes tragos hacían que Diego hiciera gestos de
desaprobación sin darse cuenta. Su amigo y las chicas hacían burlas por lo
ocurrido. “Ya no aguanta más, si eres maricón Diego…tómate uno más”. De uno en
uno fueron varios y su cabeza empezaba a dar vueltas. Observó el reloj de su
teléfono, era hora de marchar de la discoteca. Su amigo renuente que parecía no
emborracharse nunca terminó aceptando. Pagaron lo que debían y se fueron del
lugar. El trato era terminar la noche en un hotel, Diego no le cumpliría a la
dama que terminó resignándose al verlo en el estado en que se encontraba.
Un semáforo en rojo los hizo frenar. Desde el retrovisor el
fotógrafo notó que dos motocicletas se separaban y cada una custodiaba el
automóvil donde transitaban, todos estaban armados. Insultos y nervios se
fusionaron en esa escena de terror, las chicas gritaban, el fotógrafo no sabía
qué hacer y Diego al reaccionar notó lo que ocurría. La luz verde llegó y los
nervios hicieron que el chico apretara el acelerador. Los bandidos lanzaron
ráfagas de balas, pero esto no impidió que pudieran huir. Ya a salvó los gritos
seguían vivo, el efecto del alcohol se había diluido al igual que la alegría
que todos traían consigo. La chica que estaba alado de Diego notó que este
sangraba y no reaccionaba, pero aún respiraba. Corrieron de inmediato al
hospital más cercano para que fuera atendido.
Al llegar una horrible noticia los aguardaba “No hay camas
disponibles”. Algunas enfermeras como pudieron armaron una. Faltaban algunos
medicamentos, la ira del fotógrafo fue evidente. Corrió en su carro junto a una
de las chicas a las farmacias más cercanas, pero ninguna tenía lo que buscaban.
Cada vez que escuchaba la frase “No hay” sentía que Diego moría, por culpa de
un asesino, por culpa de un gobierno, por culpa de otros. Luego de hora y media
consiguió lo que buscaba a tres veces su precio original, pero no le importó,
estaba primero la vida su amigo.
Al llegar recibieron la noticia que no querían recibir pero
sentían podía ocurrir. “El joven ha fallecido”. Con lágrimas lanzó la bolsa de
medicinas a la pared. Gritaba, lloraba, sentía que era su culpa. Desde ese
momento moría su amigo, moría el amor por su país. Se encargó de todo, y como
buen amigo llamó al hogar de Diego en el pueblo andino olvidado para dar la
noticia a su madre. La mujer rompió en llanto, era de esperar.
Al otro día junto a compañeros de trabajo leyeron y
recordaron la última nota que publicó Diego antes de morir. El fotógrafo notó
que aparecía uno de los hombres que lanzaron las ráfagas de disparos. Estaba
seguro que era él, era Javier en compañía de los manifestantes de aquel barrio.
Notificó eso a las autoridades, pero sabía que todo quedaría en papeles. En un
país donde mueren más de 25 mil personas al año y el índice de impunidad se
ubica en 95% era casi imposible que dieran con él. Marcharon al pueblo andino a
dar el último adiós a su amigo. Ese que marchó del mundo cuando el destino unió
dos seres en una misma escena. Dios fue testigo de dos vidas encontradas.
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