Corrió de su casa a un lugar donde no llegarían a buscarla.
La humillación que le había hecho su madrastra no tenía justificación alguna.
Sabía que encontrar un refugio donde no conocieran a su padre era casi imposible. Luego de tanto
caminar consiguió lo que buscaba. La casa embrujada del pueblo andino olvidado
era lo que necesitaba.
El miedo no convivía con ella. Su alma herida la volvió fría,
con pocos sentimientos y un resentimiento hacia lo “normal” que hacia que no se
preocupara por las historias y leyendas que se tejían sobre esa casa abandonada
de más de un Siglo de existencia. Entró, y entre la oscuridad caminó, el
silencio del hogar le permitía estar en paz. Sacó un encendedor que tenía en
sus bolsillos y prendió un cigarrillo. Mientras iluminaba con la pequeña llama
su camino por el hogar, notó que el polvo parecía tener vida, y las telarañas
se mostraban como cortinas para darle la bienvenida. Subió la siguiente planta,
el sonido de la madera podrida no le ponía la piel de gallina, mucho menos el
retumbar que producía los gritos del silencio en sus oídos. Jaló una tela y se
encontró con un espejo, fue entonces que lo vio. Se dio la vuelta y le sonrió.
Los Rondón eran una familia muy conocida, respetada y
adinerada del pueblo andino olvidado. Existía cierto misterio en sus
antepasados. Lo cierto era que cada año les quedaba menos tiempo de vida, pero
sus arcas bancarias aumentaban de manera considerable. Catalina, era la “piedra
en el zapato” de la familia, una chica alocada, despreocupada y que no seguía
los patrones que imponía la alta sociedad de la región. Esto no siempre fue
así, y don Roberto intentaba saber dónde había quedado la dulce niña que su
difunta esposa le regaló. Era un misterio sin resolver.
-Buuuuuuu- Con tono
fantasmagórico gritó él.
-No creas que me asustas- dijo Catalina mientras le sonrió.
El fantasma intentó usar las cartas que tenía bajo la
manga y que por más de medio Siglo no había utilizado. Encendió todas las velas
de la casa. La edificación de 1898, abrió por sí sola sus anchos y largos
ventanales. A Catalina no pareció afectarle eso, apagó el encendedor algo
caliente y lo guardó en su bolsillo de atrás.
-¿No respetas a los seres del más allá?-dijo el fantasma con
tono de molestia.
-Ven y siéntate conmigo, vamos a conversar- Le contestó
Catalina mientras tomaba una silla y ponía una a lado de ella.
Extrañado, confundido e impactado, el fantasma se sentó a su
lado. Notó que debajo de tanto maquillaje oscuro se escondía una hermosa mujer.
Catalina descubrió que ese extraño ser, que una vez vivió en esa casa sufría por
dentro también. La química traspasó las fronteras de la vida y el más allá.
Cuando el reloj marcó las doce llegaba un nuevo año, los fuegos artificiales
adornaban el cielo, el fantasma posó su mano sobre la de ella. Cuando observó
sus ojos cayó preso por las flechas de Cupido. Volvía a descubrir 75 años después lo que era el
amor.
Todos los días se encontraban en el mismo lugar, a ella no
parecía importarle ser la que fuera a visitar a su amado. Él no podía salir de
la antigua edificación, estaba condenado a vagar por los rincones de la centenaria casa sin
motivo alguno. Se llamaba Manuel, y según los cuentos del pueblo tuvo la mala
dicha de morir un día en que los cuartos de la muerte estaban ocupados, no
tenía más remedio que sufrir eternamente en el lugar. El fantasma murió
trágicamente un 2 de Noviembre, cuando cayó del segundo piso del hogar mientras
acomodaba algunos desperfectos en los ventanales. Fue un caso muy sonado en el pueblo andino
olvidado. Todo estuvo lleno de misterio. La casa se cerró, y los que por
curiosidad entraban salían corriendo, privados o traumados de lo que ocurría en
ese hogar.
Manuel era mayor que ella, en años terrenales cumplía 95
años. Aunque no se le notaba, parecía un joven de 20, la misma edad de
Catalina. Ambos hacían burla de sus vestimentas. Y mientras contaban historias
de sus tiempos las horas pasaban rápidas entre ellos, sin permiso. Los dos
conocieron una manera distinta de amarse. Sin besos, sin sexo, sin caricias ni
pasión. Sólo con psicofonías que Manuel cantaba a su enamorada, haciendo que
ésta descubriera su sexto sentido. Ella se sentía amada, las heridas del pasado
comenzaban a cicatrizar por las manos de un ser distinto, un alguien que no
existía.
Los chismes en el pueblo tenían una nueva protagonista. Catalina
Rondón extrañamente visitaba a diario la casa embrujada, tejiéndose sobre ella
historias extrañas pero nunca las adecuadas. “Esa se droga a escondidas” dijo
Lucero, una vieja graduada en saber la vida de los demás. “Esa Rondón tiene
pacto con el mismo Satanás” decía una señora que miraba a los lados antes de
hablar. Cuando los comentarios llegaron a oídos de don Roberto la ira se hizo
aliada de él. Su hija le aseguraba que estaba en clases, ahora parecía que no
era cierto. Su mujer envenenó al padre asegurando que era mejor internarla en
un colegio de monjas, ante ella él defendía a su hija, pero reconocía que no
veía otra salida que internar a Catalina. Esa noche ella le dijo que dormiría
donde una amiga, así que esperaría al otro día para enfrentarla cara a cara.
Al cerrar la puerta, las luces se encendieron, Catalina
sonrió como pocas veces lo hacía. Era Manuel y su casa embrujada la que le
regalaban sonrisas diarias, algo que no conocía desde la desgracia. Su amado la
recibió, ella acomodó el comedor, sacó algunas frutas mientras él la observaba.
Era la primera vez que alguien dormiría en la casa embrujada, la primera cita
de los dos, la primera vez que un fantasma y una chica eran novios en el pueblo
andino olvidado.
-Imagino que ha de ser incómodo decírmelo, pero nunca me has
dicho cómo falleciste-Preguntó Catalina mientras mordía una manzana verde.
-Siempre me he preguntado… ¿Qué historias se tejen sobre mi
muerte?
-¡Muchas! desde niña he escuchado todo tipo de historias. La
más creíble es que tú caíste del segundo piso mientras arreglabas un ventanal
dañado.
Manuel el fantasma quedó en silencio, hizo un gesto de
desaprobación al escuchar las palabras de Catalina.
-¿Pasa algo Manuel?- preguntó ella intrigada.
-No fue un accidente Catalina… a mí me asesinaron.
-¿Cómo va ser eso posible, quién te asesinó?
-Quizás no lo conozcas, sus planes eran irse de este pueblo…
Se llama, o se llamaba Emilio Rondón.
Horrorizada quedó Catalina al escuchar el asesino de su
novio. No podía entrar en razón, como pudo dijo unas palabras que cambiarían la
velada por completo.
-Emilio Rondón fue…mi abuelo...él mismo que me desgració la
vida.
La confusión reinó en el ambiente que ambos compartían. Sus
historias tenían el mismo antagonista. Él le explicó cómo ocurrió todo. Emilio
Rondón perdió su fortuna en una apuesta. Recurrió a Manuel que era su amigo, y
como éste no quiso prestarle dinero empezaron a discutir, la situación se tornó
peligrosa y el abuelo de Catalina cegado por la rabia lo empujó por el ventanal que desde su cuarto le
regalaba la mejor vista del pueblo. Fue el mismo hombre que intentó violar a
Catalina diez años atrás, el que la manoseaba, la obligaba a darle placer, el
que destruía su niñez. Le contó a su madrastra lo ocurrido, pero ésta la tildó
de loca. Desde ese día guardó rencor por su abuelo, y cuando éste murió celebró
en silencio lo ocurrido. Dos víctimas de Emilio encontradas en el lugar de la
desgracia. Toda la noche conversaron sobre eso, ambos se dieron fuerzas y
comprensión. Al amanecer quedaron en verse a las diez de la noche. En la
oscuridad y silencio del pueblo andino olvidado se casarían. Sellarían su amor
hasta la eternidad.
Cuando Catalina llegó a su hogar, todo estaba tranquilo. Fue
a su cuarto y buscó el vestido de matrimonio que su madre usó el día de su
boda. El mismo traje que debía usar ella según las costumbres del pueblo andino
olvidado. Su padre llegó a su habitación
y al ver lo que ocurría comenzó a discutir con ella. Creía que su hija se iba a
escapar con un borracho o drogadicto de otro lugar y eso no lo iba a permitir.
Quedó frío y paralizado al escuchar la verdad. “Me caso con Manuel, el fantasma
de la casa embrujada”. Don Roberto cayó al piso no sabía qué pensar.
En la tarde llegó una ambulancia al hogar de los Rondón, la
gente se percató de que algo no andaba bien. Cuando notaron que a la fuerza
sacaban a Catalina sabían que tenían un chisme para la semana.
Manuel notó que su amada no llegaba y eso le preocupaba. No
era común que Catalina lo dejara plantado. La impotencia que sentía al no poder
salir de la casa se notaba. Los días pasaron, y él entró en ira. Las ventanas
en la noche golpeaban fuertemente. Se escuchaban sus gritos, los árboles se
movían de un lugar a otro. La gente empezó a sentir un miedo como pocas veces
pudieron llegar a tenerlo. Sabían que eso ocurría por la reclusión de Catalina en un
manicomio. “El diablo mismo la está buscando” decía una señora mientras
encendía una vela a todos sus santos.
Catalina encerrada en una celda blanca gritaba, y cuando no
lo hacía bailaba al compás de las psicofonías de amor que su amado le cantaba.
Sus lágrimas la hacían levitar en un lago de dolor. El sufrimiento la
acompañaba y con amor recordaba a su padre, sabía que él no era el culpable, la
sociedad tenía el peso por no aprobar nuevas maneras de amar que superaran los
lineamientos de la sociedad. Al final murió de dolor. El informe médico rezaba
las causas y la fecha de su defunción. 1 de Noviembre, día de todos los santos.
Tuvo lo suerte de no entrar al purgatorio porque los santos
que daban la bienvenida tenían su día libre. Esto le permitió caminar por las
calles del pueblo andino olvidado y con vestido de novia llegar a la casa
embrujada. Cuando entró su amado Manuel estaba llorando, era la primera vez que
lo veía de esa manera. Ella dijo su nombre éste sorprendido se levantó y se fue
a sus brazos. Supo que estaba muerta y eso lo puso mal; pero con cariño ella le
dijo que sería la única manera de unirse para siempre en un mismo amor. Desde
ese día hasta que se apague la última imaginación del mundo ellos vivirán.
Desde esa noche la loca y el fantasma hacen travesuras a los
que quieren entrar a la casa embrujada. Ella grita y se ríe, él enciende las
velas del lugar. Disfrutan mucho de este juego. En cuanto al padre de Catalina
fue una vez al lugar, ella intentó comunicarse con él, pero fue en vano. Su
padre no creía en nada paranormal, el mensaje fue desechado de inmediato.
“Los muertos nos hablan…algunos
nos aman”
Psicofonía ,Gloria Trevi
Me ha encantado el día libre de los santos, ya lo decía su señor: "y al séptimo día descansó". Me ha gustado la historia.
ResponderEliminarSaludos
Claro Nel, ellos también necesitan descansar. Me alegra que te gustó. Mil gracias por el gesto de comentar. Abrazos.
Eliminar¡¡Gran relato Amigo!! ¡¡Abrazo!!
ResponderEliminarGracias por la visita compañero, saludos.
Eliminar!!! Wouuuuuuu¡¡¡¡¡ !!!! Wouuuu ¡¡¡¡¡ Encantador Esta Genial, Porque demuestra que en el amor No existen fronteras, En Verdad Me Conmovió!!!!
ResponderEliminarAsí es querida, el amor es libre. Saludos.
Eliminar¡Gran historia! Bastante conmovedora y buena frase para terminarla. Saludos y que tengas un buen fin de semana.
ResponderEliminarGracias por pasarte por mis Suburbios Nahuel. Un abrazo.
ResponderEliminarBelloooo me encanto!!!!!
ResponderEliminarMe alegra que te guste Anónimo, saludos.
ResponderEliminar¡Hermosa Historia y con final feliz para los fantasmas!
ResponderEliminarGracias por leer querida Estela. Saludos.
EliminarMuy buena historia. Tiene para todos los gustos.
ResponderEliminarAbrazo grade!
Gracias Federico, un abrazo fuerte.
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