Andrea Bracamonte rodeada por efectivos de la Policía Bolivariana |
La última vez
que el presidente Chávez fue visto con vida por los venezolanos, fue a
principios de diciembre en una cadena nacional. En ese momento designaba a
Nicolás Maduro como su heredero político. Desde ese día hasta el cinco de marzo
todo era confuso en la nación. Hasta que el anuncio llegó. “El Presidente ha
muerto”.
El pueblo
andino olvidado no ofrecía a sus moradores lugares para el descanso y sano
entretenimiento, eso ella lo sabía. Decidió pasar vacaciones en la “tierra del
sol” luego de haber culminado un truncado año como estudiante de periodismo en
una de las Universidades más prestigiosas del país, que por cosas del destino
estaba muy cerca del lugar de los sueños rotos.
Así, Andrea
emprendía un viaje de cuatro horas a la casa de su tía buscando descanso y
celebrar entre amigos y familiares el pase al siguiente año de su carrera. Por
el camino de montañas a desiertos esperaba con ansias ver a aquel joven que le
robaba algunos besos. El Romeo que en sus sueños llegaba a buscarla y protegía
de malvados dragones y brujas con hechizos poderosos. Aunque nadie lo sabía,
marchaba a Maracaibo esperando compartir retazos de pasión con Andrés. Un joven
capaz de hacerla pensar distinto si era su objetivo.
Al llegar,
llevaba consigo una lista de reglas tácitas que debía cumplir para evitar “malos
ratos” con su querida tía. El primero era no habla de política, lo cual era
algo sorprendente en un país embalsamado con ideas de derecha e izquierda. Su
tía era adepta a las ideas del gobierno. Mientras que Andrea era conocida en su
tierra por ser una luchadora juvenil y crítica acérrima a los lineamientos
presidenciales. Ella deseaba en esta vida salud para su familia, lograr
graduarse y establecer una familia y que el presidente Chávez marchara del
poder para dejar a un lado lo que ella denominaba una “dictadura vestida de
democracia”. Fue por eso que dejó a un lado su bandera tricolor y las franelas
con consignas políticas que avisaban a cualquiera que ella no transitaba “la
calle del medio”.
Luego de
tomar un descanso que se prolongó por algunas horas, decidió llamar al joven
que entraba sin permisos en sueño. Él no contestó. Eso empezaba a frustrar Andrea
quien molesta quería tomar de la bocina de su teléfono aquella voz que con
decencia le decía a cada momento “el número que usted marcó, no puede ser
localizado”. Razonó, y entendió que dos cosas pudieron pasar para que Andrés no
le contestara. O el móvil se averió, o fue víctima de un robo a mano armada. De
esos que ocurren en Venezuela a diario bajo la mirada silenciosa de los
uniformados.
Se sentía
desilusionada, cansada y molesta consigo misma. Esperaba ver la cara de
sorpresa cuando Andrés supiera que ella estaba ahí, por él. No le dijo con
anticipación que ella iría a su tierra. Esa que es conocida por sus celebraciones
a la virgen de la “Chinita”, que al compás de una gaita recibe a su feligresía escuchando
así su clamor popular. Desde ese momento se hizo enemiga de las sorpresas.
Andrés
cumplía el 18 de febrero. Pero no tenían comunicación. Andrea no sabía cómo
llegar a su hogar. Él por su parte, no sabía que ella le iba a visitar. El
destino les hizo una mala jugada, saliendo victoriosa la desilusión. Pero un
dicho del pueblo andino olvidado retumbaba en sus oídos “Las cosas pasan porque
tienen que pasar”. No había terminado de decir esa frase la voz que habitaba en
su mente cuando el teléfono sonó. Fue tan grande el impacto que de inmediato
Andrea le dijo a su tía que marchaba al otro día a Caracas. A la siguiente
mañana comenzaba en largo camino a la capital de la nación. Dejando atrás una
familia y un amor que con el tiempo sabría no era para ella.
Salió al mediodía,
siendo recibida a la tres de la madrugada del otro día. No llevaba dinero en
los bolsillos, así que un grupo de compañeros la espero en un lugar decidido
por todos para pagar el taxi y llevarla al lugar escogido como “Centro”.
Michoacán se llamaba la quinta, en ella jóvenes de distintos lugares del país
preparaban acciones para según ellos “desenmascarar al gobierno”. Andrea al
igual que otros jóvenes afirmaba tener conocimientos de que Chávez ya había
muerto. Y que la supuesta fotografía del presidente con sus hijas era “un
montaje”. Llegaron a un acuerdo, al día siguiente se encadenarían todos frente
a la embajada de Cuba, el país aliado de la nación bolivariana. Andrea no
esperaba eso, pero se sentía guerrera, quería luchar por el país. Fue esa la circunstancia que
obligaba a su amiga Ligia o no decir el plan por teléfono. Sabían por
experiencia propia que sus móviles podían estar intervenidos.
En grupo de
cinco los jóvenes se fueron encadenando. En total 40 estudiantes que se
encontraban en la quinta tenían todo preparado. Primero en grupo de cinco estudiantes
se acercaría a la embajada. Esa actitud haría que los efectivos de la Guardia
Nacional se acercaran a ellos para detenerlos. Mientras los otros 35 correrían
una tras de otro y se instalarían en el lugar. Esta acción tomaría por sorpresa
a los efectivos del orden público y no les quedaría otro remedio que dejar la
protesta pacífica de los estudiantes universitarios. Si todo salía como
esperaban, el encadenamiento estudiantil tendría una repercusión nacional e
internacional que pondría en boca de todos a los que pedían “La llegada de
Chávez a Venezuela”. En momentos de
tensión y debate sobre si era legal el tercer mandato del enfermo Presidente.
Dos cosas
pasaban por la cabeza de Andrea. Primero lograr su objetivo. Ella era la líder
del segundo bloque de encadenados, donde sólo dos chicas representaban a las
estudiantes de medio país convulsionado. Sabía que una caída o un movimiento en
falso daría un efecto dominó a los compañeros que encadenados seguían tras de
ella. Lo otro era su madre. Aquella mujer que en el pueblo andino olvidado
pensaba que el viaje repentino de su hija a Caracas era para una “reunión
estudiantil con Leopoldo López” el líder opositor preso en “Ramo Verde”. No
tuvo el valor de decir a su madre la verdad. Sentía que una noticia como esa la
haría sufrir. Y en su corta vida como dirigente política ponía a su madre a
rezar todas las noches porque ella estuviera bien.
Al llegar
todo marchó como lo esperaban. Algunos tropiezos hicieron que llegaran a media
cuadra de la embajada cubana. De inmediato la sociedad civil se apostó en el
espacio. Los efectivos de la Guardia Nacional intentaron a la fuerza sacarlos
del lugar pero no pudieron. La misma suerte no corrieron los primeros cinco
estudiantes que terminaron tras las rejas y gran parte de la sociedad civil que
avocados en las cercanías del diplomado fueron reprimidos con golpes y gases. Andrea, sentía que los nervios corrían a
millón por sus venas. Gran parte de compañeros de lucha terminaron por algún
tiempo retenidos. Las historias que contaban no eran muy agradables. Sobre todo
la de compañeras que con lágrimas en los ojos relataban las torturas que
vivieron por sólo pensar diferente.
Más de
cincuenta medios de comunicación tanto nacional como internacional estaban en
el lugar. Cubrían lo que estaba ocurriendo, un hecho que tendría tanta
repercusión como no imaginaría aquella chica que buscando a su amor en el
extremo oeste del país llegó a la capital. Ya de noche sentía que la vejiga
urinaria le iba a explotar. Estaba encadenada y no sería “ético” dejar las
cadenas por una simple necesidad, cuando había compañeros que estaban en
situaciones más difíciles que las de ella. Contó a algunos miembros de la
logística lo que le sucedía, le trajeron un balde. Nunca había orinado en un
sitio abierto, ni en aquellas ocasiones que bebiendo con sus amigos no existía
un baño público cerca. Cuando intentó bajarse los pantalones notó algo que la
puso a llorar. Le había llegado la menstruación, sin permiso. “Faltaban quince
días” decía llorando la pobre joven. Los nervios y la ansiedad hicieron
estragos en su cuerpo. ¡Y no era para menos! Lo que estaban haciendo era un
enfrentamiento al estilo de David contra Goliat.
Ya a las
once de la noche su madre con insistencia le pedía saber de su vida. “¿Qué ha pasado?
¿Dónde te estás quedando? Dime la verdad Andrea ¿Qué locura está haciendo?”
Eran las preguntas que no eran respondidas. Hasta que sin ánimos de ocultar más
la verdad le dijo “Mamá ¡Prende el televisor!” Las lágrimas de una madre, su
desesperación y el no poder hacer nada eran evidentes en los oídos de Andrea.
Intentó calmar a la mujer que la trajo al mundo sin efecto alguno. En el pueblo
andino olvidado se corrió la noticia, todos oraban y suplicaban por la
protección de la joven que se convertía en una de las figuras más famosas de
ese pedacito de tierra que no aparecía en mapas ni GPS.
Líderes
políticos de oposición como María Corina Machado, Leopoldo López, el alcalde de
Caracas Antonio Ledezma, su esposa y el ex embajador de Venezuela Diego Arria
llegaron a solidarizarse con los estudiantes. Ante los medios hablaban de lo
ocurrido y el apoyo incondicional que brindarían a los “luchadores
estudiantiles”. El gobierno por su parte de la boca del que sería presidente
Nicolás Maduro, criticaron al grupo de estudiantes, diciendo que “fueron
preparados en Serbia” que eran “Lacayos del Imperio” (refriéndose al gobierno
de los Estados Unidos) que buscaban “Desestabilizar al país” entre otra frases
que ya eran algo repetidas y conocidas por los venezolanos cuando los
dirigentes de gobierno se referían a la oposición. A la joven Andrea le causó
mucha risa que el que ese entonces fuera vicepresidente dijera que ellos “fueron preparados en Serbia” cuando ella lo
más lejos que había llegado era a la Gran Sabana a conocer las maravillas
naturales del país. Maduro olvidó que ella era alérgica al frío. Era casi
imposible que se paseara por Belgrado.
Era 18 de
Febrero. Y la melancolía invadió a Andrea. Era el cumpleaños de Andrés, su
amor. Quería estar cerca de él, contemplar su mirada, escuchar su voz,
susurrarle cosas bonitas al odio. Y allí estaba ella, descuidada, humillada,
ignorada. Defiendo una causa que parecía perdida y que no preocupaba a gran
parte de la población venezolana. Muchos quizás, cansados de tanto navegar se
acostumbraron a esperar. Así es el venezolano común. Conformista, tranquilo sin
esperar más que lo que tiene. Una lección daban aquellos jóvenes a muchos en el
país. Su cara cambió cuando se anunció que Chávez llegaba a la nación. Los jóvenes
cumplieron su promesa y cortaron sus cadenas. Marcharon a la quinta Michoacán,
el lugar donde se hospedó al llegar. Notaron que algunos compañeros celebran y
tenían una fiesta. Esto molesto a los encadenados quienes no toleraron un acto
como ese. De inmediato se fueron a otro lugar.
Esperando un
taxi, Andrea dejó su teléfono en la parada de autobuses. Lo notó después. Lloró
incansablemente. Lloraba por Andrés, por no desearle un feliz cumpleaños, lloró
por el cansancio, lloró por todo lo que había pasado. Quería ir a su casa, más
nunca encadenarse y que aquellas vacaciones terminaran antes de lo esperado.
Por cosas de la vida volvieron a la calle, de nuevo encadenados. ¿La razón? El Presidente
no apareció, y la sospecha de que había muerto tiempo atrás empezaba a cobijar
a los venezolanos. Ahora aumentarían de nivel. Se encadenarían a las afuera del
Tribunal Supremo de Justicia, el máximo órgano judicial del país. Sabían que no
la tenían fácil.
Los planes
no salieron como esperaban. Un compañero que iba delante de ella tropezó con
una motocicleta mal estacionada, provocando una caída en cadena que alarmó a
los efectivos de la Policía Bolivariana que custodiaban el lugar. Todo tenían
la llave de sus respectivos candados, ante una emergencia era vital zafarse de
las cadenas y correr si su vida estaba en peligro. Andrea guardó las llaves en
sus senos, el lugar que sentía protegería mejor su garantía de libertad. Era
una costumbre familiar y siempre daba resultados.
El joven que
estaba delante de ella fue brutalmente golpeado, los policías lanzaban
humillaciones y groserías al aire mientras algunos cachazos pararon en la
cabeza del estudiante. Los nervios y la rabia hundieron a Andrea en un estado
no conocido por ella. Gritaba que los soltaran mientras pedía auxilio a los
peatones, que corrían para no ser parte de lo ocurrido “Yo no vi” era una frase
venezolana en tiempos de convulsión, eso hacían todos los que caminaban por el
lugar. Al final el joven pudo conseguir la llave y huir. Llegaba el turno de
Andrea. Creía que sería un error de los uniformados llegar a golpearla cuando
decenas de medios del país y el mundo ya estaban en el lugar. Estaba equivocada.
-Quítate las
cadenas perra”-Gritaba furioso uno de los policías.
-Yo no tengo
llaves- Decía ella nerviosa.
-T e quitas
las cadenas o vas presa.
-No le tengo
miedo a la cárcel.
No había
terminado la frase cuando ya era golpeada por los tres policías. La jalaron del
cabello, la golpearon, le dieron puntapiés y con el rolo de cada uno de ellos
hicieron heridas en sus piernas. Andrea en estos momentos no tiene nervios en
parte de su pierna derecha. Uno de los “hombres” que vestía el uniforme
policial le dio una bofetada y sacando gas pimienta lo roció en la cara de la
joven. Quien desesperada buscaba las llaves pero no las conseguía, se habían perdido.
Mientras sus ojos lloraban y desesperada por los dolores no sabía qué hacer.
Pidió a Dios y como pudo las cadenas fueron bajando por sus caderas hasta
quedar en el suelo. Corrió sin mirar a los lados. Corrió en una ciudad
desconocida que parecía venírsele encima con tantos edificios inertes ante lo
ocurrido. Cuando no pudo más, cayó, siendo recogida por un grupo de amigos que
lo reconocieron.
Su maltrato
fue fotografiado y retratado por medios de comunicación de gran prestigio. The
New York Times, CNN, un canal chino y un periódico francés. Los medios
nacionales reseñaron lo ocurrido poniendo a su madre en estado crítico. Andrea
nunca imaginó que eso podía ocurrirle, aunque sabía que podía enfrentarse a una
situación como esa.
Su lucha
terminó el cinco de marzo. Luego de amenazas de asesinato. Francotiradores que
eran observados desde azoteas de edificios y adeptos al gobierno que la escupían
y gritaban cualquier vulgaridad que pasara por sus mentes. Ese día se dio a
conocer al mundo que el presidente Hugo Chávez había muerto. El país entero se
paralizó y hubo consternación en ambas partes. Aunque los jóvenes sólo
guardaron sus cosas y cada quien marchó a sus lugares de origen. Según ellos,
Chávez había muerto “El 30 de diciembre en La Habana” y no sabían cómo
anunciarlo hasta que su lucha dio frutos quitando “el parapeto” que el gobierno
tenía montado.
Llegó a su
casa en silencio, recibida como una heroína por su madre y hermana. Su historia
dio pie a muchas otras, de las cuales esta es una de ellas. Andrea, esa joven
del pueblo andino olvidado que fue buscando amor y terminó con algunas cadenas rotas que le
dieron fuerzas para seguir una lucha. Una lucha perdida para algunos, quizás no
para ella.
Que historia de vida impactante, asi pasan estas cosas en nuestra America.
ResponderEliminarAsí es mi querida Estela.y lo más triste es saber que no es producto de mi imaginación. Sino la historia de una amiga que mostró la brutalidades que pueden ocurrir en contra de una dama.
ResponderEliminarSaludos.