Rodrigo agachó la cabeza cuando lo vio. No era la primera vez
que esto ocurría, pero igual sentía la misma tensión que la primera vez. Quedaba
un puesto vacío en el bus y debía compartirlo con Andrés, el chico que fue su “peor
pesadilla” en el bachillerato. No tenía otra alternativa, compartió asiento con
su enemigo.
Sólo quince minutos debía soportar, luego haría el transbordo
en el terminal de pasajeros para llegar al lugar indicado. Rodrigo con orgullo
portaba algunos documentos que aseguraban a cualquier que lo viera que iba
camino a inscribirse en la universidad. De reojos observaba a su verdugo, éste
parecía fuera de este mundo.
El camino se hizo algo largo. La cola tenía aspecto de ser
infinita, el perfume que llevaba Andrés era el mismo que usó en bachillerato. Fue
entonces que recordó todas las burlas que éste le hizo pasar mientras
transcurría su estancia en el lugar que menos le agradó en su vida.
Rodrigo fue obeso durante gran parte de su vida. De niño no
le gustaba hacer ejercicios, ni jugar con sus compañeros al fútbol o las
carreras en bicicleta. Se sentía cómodo siendo el árbitro, el comentarista o el
juez. Tenía la capacidad de envolver lentamente a sus amigos y ser “superior” a
ellos, eso pensaba. Cuando entró al liceo, fue catalogado como el “cerebrito”
del salón, esto no le molestaba, había trabajado mucho para llegar a serlo.
Andrés por su parte era el joven despreocupado, estudiaba por
decreto de sus padres. Era un “chico popular” tenía respeto entre sus pares y
las jóvenes llegaban a sus brazos como la comida a las personas. En perspectiva
tenía todo lo que Rodrigo soñaba ser. A lo lejos lo admiraba, quería recibir
consejos de su parte, pero luego ocurrió algo que lo hizo cambiar de opinión
por completo.
Era evidente que a sus espaldas sus compañeros se burlaban de
él. Con todo tipos de bromas. Las punzantes risas que escuchaba tras de sí era
un recuerdo inminente de lo lejos que tenía que llegar. “Que se burlen de mí,
al final yo seré más exitoso que ellos” decía. Era esa frase lo que le permitía
aguantar con fuerzas las humillaciones psicológicas que día a día debía vivir
en el colegio. Por ahora, no tenía escapatoria.
Al bajar en la parada correspondiente, notó que Andrés también
lo hacía. Pero esto no le incomodó, sería mucha casualidad que los dos fueran
al mismo lugar “Él no tiene cerebro” pensó. Y corrió para agarrar el bus que lo
llevaría a una de las máximas casas de estudio de la región.
Tenía razón, Andrés no tomó el bus. Se sentó a lado de la
ventanilla y observó el paisaje que a velocidad pasaba por sus ojos. Él no quería
estudiar en esa universidad, pero su madre quería que éste obtuviera un título
de ingeniero. “Serás el orgullo de la familia” le puntualizaba su madre cada
vez que podía. Al final tomó la iniciativa para “agradarle”. Su verdadera pasión
era la música, la guitarra era su compañera en las noches de tristeza y el instrumento
para dar alegría a todo aquel que lo necesitara. Aunque para su familia sólo
debía tomar eso como un pasatiempo. “Si sigues por ese camino terminarás
cantando en los parques esperando a cambio algunas monedas” aseguraba su tío
como todo un erudito. Rodrigo no era una persona con ideas propias, así que
aceptó las palabras de sus familiares cercanos, estudiaría ingeniería.
Cuando llegó observó una larga cola. La cara de muchos era de
inexperiencia, así que no fue necesario
preguntar para saber que era la fila de los nuevos ingresos. Todos aguardaban
con esperanzas. Sus reflejos le daban indicios que de que alguien estaba detrás
de él, “otro joven con ganas de ingresar” supuso. Su hombro fue tocado y en
sintonía con una voz decidió voltear.
-Hermano disculpa, ¿Esta es la cola para los nuevos ingresos?
Cuando volteó era el ogro verde que en silencio lo hacía sufrir. Los gestos
de ambos fueron variados, sorpresa y vergüenza.
-Sí, estás en lo correcto- dijo Rodrigo.
-Que coincidencia ¿Vas a estudiar aquí?
-Eso creo.
-¿Qué carrera?
-Ingeniería civil.
-Yo también.
Rodrigo se volteó, tantas cosas pasaron por su cabeza. Terror
de ser perseguido de nuevo, rabia porque el destino lo juntaba con alguien que
no era ni en años luz su mejor amigo. Y ofensa al ver la manera tan fresca como
Andrés le hablaba. No quiso dirigirle ni una palabra. Espero con calma en la
larga fila. En ocasiones el compañero que tenía atrás decía palabras, como
esperando que éste respondiera. Pero todo era en vano, sólo movía la cabeza
para afirmar o negar. Ya no quería cumplir los deseos de su madre.
La mujer que era la encargada de recibir los recaudos avisó
que los estudiantes serían acomodados en filas según su lugar de residencia. “Las
personas del pueblo andino olvidado, acomódense por aquí” dijo con voz gruñona.
Rodrigo era el primero en la fila, eso lo emocionaba porque así saldría
temprano del lugar. Lo que empezaba a irritarle era que tras él se encontraba
Andrés. Eran los únicos residentes del lugar ya mencionado.
Supo que necesitaba un bolígrafo para llenar algunos
recaudos, para su vergüenza debió pedírselo a Andrés, quien con una sonrisa
intrigante se ofreció. Ahora se sentía obligado a entablar conversación con él,
era lo más lógico cuando éste estuvo cuando lo necesitaba; pero recordaba su
pasado y la barriga le daba vueltas. Algunas horas después conversaban como si
fueran mejores amigos. “Una estocada del destino” pensó en voz alta, Andrés no
conseguía descifrar esas palabras y pasó a otro tema.
Lograron inscribirse y tocando en la misma sección. Los
horarios fueron asignados. Eran los únicos del pueblo olvidado estudiando ingeniería
civil. Decidieron compartir teléfonos y marchar del lugar. Andrés insistió que
debían pasear por la ciudad. “Vamos a ver que vemos. Quien quita y nos
consigamos dos chicas hermosas” le dijo. Pero esto no convencía del todo a
Rodrigo.
Al final decidió ir junto a su enemigo por la ciudad. Sintió que
la pasaba bien, no lo podía negar. Conversaron de muchos temas, sin tocar lo
ocurrido en el liceo, no era el mejor momento. Al ver dos chicas guapas Rodrigo
decidió cambiar la ruta establecida. Nadie sabía lo que sentía en ese momento y
no quería compartirlo con dos extrañas para él. Aunque Andrés mostraba cierto
interés por hacer contacto con ellas.
Trató de disimular como pudo, no quería ser evidente. Si
Andrés descubría que Rodrigo era gay todo se saldría de control. Sería capaz de
anunciarlo a viva voz y dejarlo al descubierto. Si su madre se enteraba lo
echaría a la calle. Era mejor no ser tan abierto a eso y guardar en silencio
sus gustos. Fue entonces que sintió en lo más profundo que empezaba a sentí gusto
por Andrés cuando éste reía y mostraba sus gruesos brazos que hacían juego son
sus ojos azules. Sería un secreto que llevaría a la tumba. Por lo pronto
decidió disfrutar y guardar cada escena juntos en su cabeza. Y que fuera el
perfume de éste, el motor que permitiera luchar para que fuera su mejor amigo, por
lo menos logrando el cometido lo tendría cerca cada vez que pudiera. Sólo pedía
a Dios que las cosas no se salieran de control.
Cuando llegó a casa contó a su madre como estuvo el día en la
universidad. Ella le había preparado una rica paella, su comida favorita. Su
teléfono vibró lo tomó y leyó el mensaje. Una sonrisa se escapó de sus labios
sin permiso. Andrés le había escrito “Fue un día genial. Nos vemos mañana
temprano para ir a clases” le dijo. Guardó ese mensaje y cada vez que podía lo
leía como si se tratara de los versos de amor más hermosos que el planeta
tierra pudo alguna vez escuchar.
Muy buena tu historia pero por favor no la termines en tragedia como casi todas las historias homo, un saludo
ResponderEliminarHola compañero qué lamentable que casi todas las historias gay terminen en tragedia ¿Verdad?
EliminarNo te diré nada lee el final para no entorpecer la historia.
Saludos a lo lejos y gracias por leerme.
Muy buena, quisiera saber que pasa después
ResponderEliminarHola Samuel muchas gracias.
EliminarLas historias ya están publicadas en el blog.
Puedes con gusto revisar.
Saludos.