No eran las mismas miradas que ambos se regalaban los
primeros días de noviazgo. Nostalgia, tristezas y despechos se mezclaban con el
resentimiento, errores y rabias que en esos años habían hecho nido en los
pensamientos de Leonor. Luego de tantos veranos se volvían a encontrar cara a
cara, sin saber lo que podía suceder; nunca sintió tan extraño a su esposo como
ese día. Las hojas del árbol de mango como un remolino comenzaron a moverse por
todo el lugar, trayendo consigo polvo y tierra que luego de unos segundo
volvían a su estado original. No ocurriría lo mismo con la situación existente
entre los dos.
-¿A qué viniste?- Preguntó Leonor, soltando de su boca
palabras tan frías como el hielo acumulado por las gases de la nevera de su
hogar.
-Solo pasaba a saludar-Contestó incómodo Agustín, que no
esperaba ninguna sorpresa en las expresiones de su mujer.
-¿A saludar? Supongo que aquella vez que aceleraste al verme
cuando te iba a pedir dinero para tus hijos no importó, no vengas con ese
cuento Agustín.
-Todos tenemos derecho a equivocarnos.
-Ya es muy tarde para enmendar tu error.
-No sabes lo que se siente tener tanto dinero…
-¡Cómo lo voy a saber! Si no fuiste capaz de darme por lo
menos lo necesario para vivir- interrumpió Leonor.
-Mujer, no te quejes la vida no te ha tratado tan mal.
-Lo más triste de todo es saber que el hombre con quien me
casé no es ni la cuarta parte de lo que aparenta ser hoy en día. Mírate todo un
“Don” lleno de dinero y amigos por montón. Te olvidaste de nosotros de una manera
tan extraña que a veces creo que todo fue mentira, y que estoy soñando en vida.
Y sí, la vida no me trató mal, luego de verme llorar, de sufrir, de pedirle a
Dios que me ayudara con ese dolor. Ver que el hombre que amaba se iba en los
brazos de otra, por suerte tengo unos hijos que valen más que todo el oro de la
tierra.
-Nunca te amé Leonor- En silencio se apoderó del lugar, hasta
las gallinas quedaron paralizadas al escuchar las palabras de Agustín.
-¿Y a tus hijos los amaste?
-Mi amor por ellos es inquebrantable.
-“El hombre de las promesas cumplidas”- Leonor hizo con sus
manos un gesto de comillas- Amas tanto a tus hijos que ni un bolívar les diste
para por lo menos ir al cine.
-Les daba pan. Además tener tanto dinero es malo, convierte a
las personas en seres irreconocibles.
-¡Qué cínico eres! No cabe la menor duda de que se vuelven
irreconocibles.
-Traje un pan para todos.
-Métetelo por el culo, de seguro el debe saber más de favores
que de olores.
-Está en la mesa.
-Retírate y no vuelvas más.
-Eso no te lo prometo, solo mis hijos tienen esa potestad de
decidir.
-La única manera de que pises esta puerta de nuevo es al
entierro de uno de nosotros, si es que no te mueres tú primero-Dijo una voz a
lo lejos muy conocida. Era uno de los hijos del medio. Agustín agachó la cabeza
y se marchó.
Al escuchar el sonido de la puerta Leonor se desinfló,
comenzó a llorar como una Magdalena. Las humillaciones, insultos y desprecios
salieron por sus conductos lagrimales con un desespero como pocos. Su hijo
reconoció tiempo después no haber visto a su madre llorar tanto como ese día.
El dolor de ella era concebible, el hombre que siempre amó, y
del que ella creyó que recibía amor era una careta de cartón. No renegaba de
sus hijos, agradeció a Dios por traerlos al mundo, pero como mujer se sentía la
más fea, la más insultada, la pordiosera del lugar. Su hijo intentó levantarle
el ánimo usando cualquier truco que estuviera en sus manos, pero todo fue en
vano. Pasado un tiempo limpió sus hijos y dijo “No lloro más” marchó a la
cocina como si nada hubiera pasado por ese lugar y decidió preparar el café de
la tarde. Una costumbre que fue inculcada de generación en generación y que
ella transmitía a sus hijos como una verdadera Viloria. Los santos estaban de
su lado, uno de ellos comenzó a llorar, quiso gritarlo a los cuatro vientos
pero prefirió guardar silencio y dejar ese secreto entre los iluminados por la
aureola y ella que actuaba como silente mortal.
Mientras fueron pasando los años, Leonor descubrió que la
vida le daba pista para no ser parte de la vida de Agustín. La historia de su
tatarabuelo que perdió la batalla con el descendiente de su esposo. La lucha de
su padre por no dejar que se casara con él, y las veces que dedujo que su
marido estaba loco al comprar todos los domingos un boleto de lotería. Descubrió
que ella nunca estuvo en los planes de él sí “hipotéticamente” llegaba a tener
en sus manos el boleto bendito por lo santos. “Siempre me dijo las palabras que
yo querías escuchar” le dijo a sus hijas cuando en un tema dominical salió Agustín
a revolotear. Un año después Leonor falleció, consciente de haber dejado a unos
hijos servibles, capaces de luchar contra las adversidades y aprender a confiar
solo en sí mismo cualquiera fuera la circunstancia. En ese pueblo de santos
ella se convirtió en uno de ellos (aunque no lo fue de carácter oficial) las
madres solteras que vivieron distintas adversidades como las de ella iban y le
prendían una vela en su tumba asegurando a todos que ella hacía “los milagritos” En sus testamento oral (que
en un pueblo vale más que cualquier escrito sellado por un notario) pidió ser
enterrada en el cementerio municipal “para oler todos los días el sabroso olor
de los naranjales del lugar” que los siete santos de su casa custodiaran su
tumba como lo hicieron siempre fieles en vida. Todos los domingos sus hijos
llevaban flores a la tumba de la única heroína que conocieron en vida.
Los menores se graduaron, obtuvieron sus respectivos títulos
universitarios y lograron alcanzar sus objetivos. Como recompensa llenaron de
regalos a sus hermanas mayores que sacrificaron sus vidas para brindarle una
calidad de vida mejor que las recibidas por ellas. Los del medio hicieron su
vida en distintos lugares, solo uno de ellos se quedó en la casa, que al final
fue divida en seis, para que las que no tuvieron suerte en la vida tuvieron la
dicha de tener un hogar propio. Cada vez que había fiesta nacional, en navidad,
carnaval o semana santa, los Viloria (No querían llevar el apellido de su
padre) se reunían en familia, todos llevaban flores al cementerio y contaban a
sus hijos las hazañas y travesuras que ocurrían en ese lugar. Con lástima
recordaban a su padre, a quienes todos perdonaron, pero no olvidaron lo que
hizo en contra de ellos. “Dios lo haya perdonado” dijo la mayor, mientras movía
la sopa de costillas que decidieron hacer ese domingo.
Agustín por su parte fue lentamente quedando en la ruina,
decidió mantener a los hijos de sus mujeres, quienes fueron desfilando por su
cara una tras otra. Las panaderías cerraron en plena crisis económica que vivió
el país años atrás. Ya al quedar sin nada paso por la que fue su casa, pero la
vergüenza y la moral no le permitieron entrar, siguió de largo. Terminó durmiendo
en el cuarto de huéspedes de lo que una vez fue su mansión.
Al morir, su hijastra decidió conversar con los que fueron
sus hijos, pidiéndoles dinero para el entierro y los gastos funerarios “Él no
tenía seguro, y quedó sin dinero, ustedes como sus hijos deben ser responsables
y ayudarnos con dinero” Todos la miraron y le explicaron lo que ocurría “Él
dejó de ser nuestro padre cuando aún éramos niños, tú ni habías nacido. Cubran
ustedes todo, al final fueron quienes disfrutaron toda su fortuna” la mujer se
alteró y comenzó a gritarles, dando consejos de “buenos samaritanos” pero
terminó con la puerta en su frente.
Agustín en precariedad vivió sin darse cuenta los mejores
momentos de su vida, tenía una familia llena de salud, una esposa que lo amaba,
un hogar donde pasar las tormentas y las borrascas. Cuando la providencia
divina decidió darle el premio “al mérito” por ser ejemplo para los demás, él lo festejó
y compartió con otros. La vida le enseñaría que todo se debía pagar, que nada
era de gratis. Solo, en el cuarto de invitados de lo que una vez fue su mansión
recibió a la muerte, quien venía acompañada por aquellos que pedían justicias:
La que una vez fue su esposa, y los siete santos que en la sala de su hogar
sonrieron cuando éste pegó todos los números de su boleto de lotería. La justicia
divina había llegado.
Muchas veces pasa eso, el dinero envilece, claro hay excepciones
ResponderEliminarObviamente. En este caso es lamentable lo ocurrido. Un abrazo para ti.
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