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Boleto de Lotería (III)



No eran las mismas miradas que ambos se regalaban los primeros días de noviazgo. Nostalgia, tristezas y despechos se mezclaban con el resentimiento, errores y rabias que en esos años habían hecho nido en los pensamientos de Leonor. Luego de tantos veranos se volvían a encontrar cara a cara, sin saber lo que podía suceder; nunca sintió tan extraño a su esposo como ese día. Las hojas del árbol de mango como un remolino comenzaron a moverse por todo el lugar, trayendo consigo polvo y tierra que luego de unos segundo volvían a su estado original. No ocurriría lo mismo con la situación existente entre los dos.


-¿A qué viniste?- Preguntó Leonor, soltando de su boca palabras tan frías como el hielo acumulado por las gases de la nevera de su hogar.
-Solo pasaba a saludar-Contestó incómodo Agustín, que no esperaba ninguna sorpresa en las expresiones de su mujer.
-¿A saludar? Supongo que aquella vez que aceleraste al verme cuando te iba a pedir dinero para tus hijos no importó, no vengas con ese cuento Agustín.
-Todos tenemos derecho a equivocarnos.
-Ya es muy tarde para enmendar tu error.
-No sabes lo que se siente tener tanto dinero…
-¡Cómo lo voy a saber! Si no fuiste capaz de darme por lo menos lo necesario para vivir- interrumpió Leonor.
-Mujer, no te quejes la vida no te ha tratado tan mal.
-Lo más triste de todo es saber que el hombre con quien me casé no es ni la cuarta parte de lo que aparenta ser hoy en día. Mírate todo un “Don” lleno de dinero y amigos por montón. Te olvidaste de nosotros de una manera tan extraña que a veces creo que todo fue mentira, y que estoy soñando en vida. Y sí, la vida no me trató mal, luego de verme llorar, de sufrir, de pedirle a Dios que me ayudara con ese dolor. Ver que el hombre que amaba se iba en los brazos de otra, por suerte tengo unos hijos que valen más que todo el oro de la tierra.
-Nunca te amé Leonor- En silencio se apoderó del lugar, hasta las gallinas quedaron paralizadas al escuchar las palabras de Agustín.
-¿Y a tus hijos los amaste?
-Mi amor por ellos es inquebrantable.
-“El hombre de las promesas cumplidas”- Leonor hizo con sus manos un gesto de comillas- Amas tanto a tus hijos que ni un bolívar les diste para por lo menos ir al cine.
-Les daba pan. Además tener tanto dinero es malo, convierte a las personas en seres irreconocibles.
-¡Qué cínico eres! No cabe la menor duda de que se vuelven irreconocibles.
-Traje un pan para todos.
-Métetelo por el culo, de seguro el debe saber más de favores que de olores.
-Está en la mesa.
-Retírate y no vuelvas más.
-Eso no te lo prometo, solo mis hijos tienen esa potestad de decidir.
-La única manera de que pises esta puerta de nuevo es al entierro de uno de nosotros, si es que no te mueres tú primero-Dijo una voz a lo lejos muy conocida. Era uno de los hijos del medio. Agustín agachó la cabeza y se marchó.

Al escuchar el sonido de la puerta Leonor se desinfló, comenzó a llorar como una Magdalena. Las humillaciones, insultos y desprecios salieron por sus conductos lagrimales con un desespero como pocos. Su hijo reconoció tiempo después no haber visto a su madre llorar tanto como ese día.

El dolor de ella era concebible, el hombre que siempre amó, y del que ella creyó que recibía amor era una careta de cartón. No renegaba de sus hijos, agradeció a Dios por traerlos al mundo, pero como mujer se sentía la más fea, la más insultada, la pordiosera del lugar. Su hijo intentó levantarle el ánimo usando cualquier truco que estuviera en sus manos, pero todo fue en vano. Pasado un tiempo limpió sus hijos y dijo “No lloro más” marchó a la cocina como si nada hubiera pasado por ese lugar y decidió preparar el café de la tarde. Una costumbre que fue inculcada de generación en generación y que ella transmitía a sus hijos como una verdadera Viloria. Los santos estaban de su lado, uno de ellos comenzó a llorar, quiso gritarlo a los cuatro vientos pero prefirió guardar silencio y dejar ese secreto entre los iluminados por la aureola y ella que actuaba como silente mortal.

Mientras fueron pasando los años, Leonor descubrió que la vida le daba pista para no ser parte de la vida de Agustín. La historia de su tatarabuelo que perdió la batalla con el descendiente de su esposo. La lucha de su padre por no dejar que se casara con él, y las veces que dedujo que su marido estaba loco al comprar todos los domingos un boleto de lotería. Descubrió que ella nunca estuvo en los planes de él sí “hipotéticamente” llegaba a tener en sus manos el boleto bendito por lo santos. “Siempre me dijo las palabras que yo querías escuchar” le dijo a sus hijas cuando en un tema dominical salió Agustín a revolotear. Un año después Leonor falleció, consciente de haber dejado a unos hijos servibles, capaces de luchar contra las adversidades y aprender a confiar solo en sí mismo cualquiera fuera la circunstancia. En ese pueblo de santos ella se convirtió en uno de ellos (aunque no lo fue de carácter oficial) las madres solteras que vivieron distintas adversidades como las de ella iban y le prendían una vela en su tumba asegurando a todos que ella hacía  “los milagritos” En sus testamento oral (que en un pueblo vale más que cualquier escrito sellado por un notario) pidió ser enterrada en el cementerio municipal “para oler todos los días el sabroso olor de los naranjales del lugar” que los siete santos de su casa custodiaran su tumba como lo hicieron siempre fieles en vida. Todos los domingos sus hijos llevaban flores a la tumba de la única heroína que conocieron en vida.

Los menores se graduaron, obtuvieron sus respectivos títulos universitarios y lograron alcanzar sus objetivos. Como recompensa llenaron de regalos a sus hermanas mayores que sacrificaron sus vidas para brindarle una calidad de vida mejor que las recibidas por ellas. Los del medio hicieron su vida en distintos lugares, solo uno de ellos se quedó en la casa, que al final fue divida en seis, para que las que no tuvieron suerte en la vida tuvieron la dicha de tener un hogar propio. Cada vez que había fiesta nacional, en navidad, carnaval o semana santa, los Viloria (No querían llevar el apellido de su padre) se reunían en familia, todos llevaban flores al cementerio y contaban a sus hijos las hazañas y travesuras que ocurrían en ese lugar. Con lástima recordaban a su padre, a quienes todos perdonaron, pero no olvidaron lo que hizo en contra de ellos. “Dios lo haya perdonado” dijo la mayor, mientras movía la sopa de costillas que decidieron hacer ese domingo.
Agustín por su parte fue lentamente quedando en la ruina, decidió mantener a los hijos de sus mujeres, quienes fueron desfilando por su cara una tras otra. Las panaderías cerraron en plena crisis económica que vivió el país años atrás. Ya al quedar sin nada paso por la que fue su casa, pero la vergüenza y la moral no le permitieron entrar, siguió de largo. Terminó durmiendo en el cuarto de huéspedes de lo que una vez fue su mansión.

Al morir, su hijastra decidió conversar con los que fueron sus hijos, pidiéndoles dinero para el entierro y los gastos funerarios “Él no tenía seguro, y quedó sin dinero, ustedes como sus hijos deben ser responsables y ayudarnos con dinero” Todos la miraron y le explicaron lo que ocurría “Él dejó de ser nuestro padre cuando aún éramos niños, tú ni habías nacido. Cubran ustedes todo, al final fueron quienes disfrutaron toda su fortuna” la mujer se alteró y comenzó a gritarles, dando consejos de “buenos samaritanos” pero terminó con la puerta en su frente.



Agustín en precariedad vivió sin darse cuenta los mejores momentos de su vida, tenía una familia llena de salud, una esposa que lo amaba, un hogar donde pasar las tormentas y las borrascas. Cuando la providencia divina decidió darle el premio “al mérito”  por ser ejemplo para los demás, él lo festejó y compartió con otros. La vida le enseñaría que todo se debía pagar, que nada era de gratis. Solo, en el cuarto de invitados de lo que una vez fue su mansión recibió a la muerte, quien venía acompañada por aquellos que pedían justicias: La que una vez fue su esposa, y los siete santos que en la sala de su hogar sonrieron cuando éste pegó todos los números de su boleto de lotería. La justicia divina había llegado.

Comentarios

  1. Muchas veces pasa eso, el dinero envilece, claro hay excepciones

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    1. Obviamente. En este caso es lamentable lo ocurrido. Un abrazo para ti.

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