A un lado de la cama ella hacía muy bien el papel de
enfermera, con mucha atención alimentaba a su bebé, quien no tenía la fuerzas
necesarias para hacerlo. Limpió su boca con un trapo viejo y comenzó a contarle
como estuvo su día pidiendo dinero a las fueras de un conocido centro
comercial.
El inocente niño no decía una sola palabra, sus ojos se
perdían en el horizonte, como buscando preguntas entre los gruesos palos de
madera que sostenían el techo de su hogar, un humilde rancho con paredes de
bahareque que era adornado con una foto familiar en blanco y negro y un afiche
de la virgen maría tomando de la mano al Señor del universo.
Ella marchó muy temprano de su casa, era un día muy especial para los dos, el frío no le permitió
dormir sin sábanas como desde niña le gustaba, la vieja manta la protegía de
las bajas temperaturas que de manera extraña llegaron esa noche que solo era
iluminada por una luna menguante. Sin permiso entró en su casa y pasaba como
anfitrión seguro por cada parte del lugar. Una vergüenza moral hizo que
agachara la cabeza cuando descubrió que no había arropado a su bebé, le pidió
disculpas y dándole un beso marchó rápido a la ciudad con un vaso plástico, que
era el aliado en sus momentos difíciles.
A las afuera del centro comercial muchas personas pasaban sin
mirar a los lados, el apuro de los citadinos era percibido por ella que no
decía palabra alguna. Todo aquel que pasara observaría a una mujer con
cabellera de invierno, largas y marcadas arrugas en su cara que la cortaban en
pedazos como si se tratara de un mapa político en un libro de geografía
nacional. Una joroba tan grande como la piedra donde afilaba sus cuchillos
oxidados la hacía poner cabizbaja, cada vez que intentaba levantar su cabeza
era para dar las gracias a todo aquel se dignara a poner algunas monedas en el
vaso de plástico.
Parada en la acera, afincada en la ventana de vidrio de una
tienda se encontraba ella, llevando sol o lluvia y sin moverse del lugar, solo pensaba en su niño
que la esperaba en silencio, sin decir una palabra al igual que ella cuando se
iba a trabajar todos los días. Estaba destinada a cuidarlo como él lo hizo
muchas veces, siempre se tuvieron el uno al otro. 55 años después de haberlo
conocido el amor era fuerte y se daba por sentado, como el rancho humilde donde
vivían que aguantaba las inclemencias de un clima que no hace diferencias entre
ricos y pobres.
No le sorprendía tener en el vaso cien bolívares, antes podía
ser mucho dinero, pero con una inflación por los cielos eso no era nada, y
siempre estaba acostumbrada a recibir las sobras de los demás, pero eso no le
preocupaba, nació sin orgullo, y así mismo moriría. Se acercó a una panadería,
compró pan y un jugo para los dos, solo para eso le alcanzaba, pero era
suficiente para no dormir sin nada en sus debilitados estómagos. La dueña de
una farmacia que sabía de su situación la llamó y le regaló algunos
medicamentos para su niño, le dio las gracias y bendijo a Dios levantando las
manos como el sacerdote de su pueblo cuando bendecía las escrituras.
Ella tenía más tiempo viviendo con él de lo que su vida
intentaba recordar. Muy jóvenes se casaron y comenzaron a trabajar en la
hacienda de un amable jefe que los trataba como personas, en ese ambiente de
trabajo las condiciones eran óptimas, y aunque no eran los más asalariados del
lugar siempre quedaba dinero para comprar algunos caprichos que surgieran en
los dos.
Al morir el dueño su hijo tomó las riendas y empezó a eliminar
trabajadores, nuevas máquinas traídas de lejanos países que ellos conocían solo
por libros los sucedieron sin compasión, debieron marchar de inmediato y
refugiarse en el rancho donde vivían, buscando la manera qué hacer para
sobrevivir en un país que comenzaba a avanzar a pasos agigantados.
Él marchó a buscar trabajo al otro día, ella por su parte
quedó sola en casa tratando de acomodar el humilde e infrahumano hogar donde
vivía. “La pobreza no es sinónimo de suciedad” decía ella, palabras que fueran
pasadas de su madre y que un día esperaba decirlas a sus hijos; Dios no le dio
la dicha de tenerlos y como buena cristiana respetó los designios de su Señor
crucificado.
Ya de noche su compañero llegó triste, no pudo conseguir
trabajo, ambos decidieron ir a la ciudad a tocar puertas “algún alma buena nos
va ayudar, yo confío en mi Dios” dijo ella mientras le quitaba los zapatos a su
esposo, ambos se miraron y el tocó su liso rostro “Tu y yo nos cuidaremos como
una madre cuida a su niño de pecho”. A 50 años después de esas palabras el
juramento seguía vivo.
Llegó con el pan al hogar, su amante de toda la vida la
esperaba con los ojos abiertos, ello notó que se había orinado y defecado y de
inmediato comenzó a limpiarlo. Con un trapo húmedo limpiaba su cuerpo, luego lo
vistió y con un cepillo peinó lo que quedaba de cabello, lo dejó tan guapo como
la primera vez que lo conoció.
Prendió la radio y unas canciones muy extrañas y modernas para
ella la hacían cambiar de emisora, hasta que al final escuchó un bolero de sus
tiempos de moza, comenzó a bailar de un lado a otro, cantaba y reía. Cerró los
ojos y recordó las caricias y pasiones que vivió junto a su esposo. La edad no era impedimento para que le subiera la temperatura al recordar esos momentos en que fue suya, y
los cuerpos se hicieron uno, sólo bajo las incontables gotas de sudor que
mojaban sus pieles.
Le dio un beso, y al oído le susurró “Feliz aniversario mi
amor” sintió que el anciano quería moverse pero
al final no prestó mucha atención. Lo que si la sorprendió fue ver caer
algunas lágrimas de sus ojos, lo que le confirmó la idea de que él siempre la escuchaba a pesar de lo
que dijo el doctor, que él estaba en estado vegetal y no sentiría nada por el
resto de su vida. “Más sabe el diablo por viejo que por diablo, podrá ser muy
doctor, pero en cosas del amor manda Dios” expresó a su esposo lo que sentía,
al momento se le ocurrió una brillante idea. A paso lento pero seguro cortó
algunas ramas de la maleza, buscó la
sábana que la arropaba en las noche de frío y la usó como velo “Hoy nos
casaremos antes que la muerte llegue y se vaya con uno de los dos” el hombre no
decía nada, ella no esperaba respuesta de él, siempre fue así desde hace seis
años. Con las ramas hizo dos anillos y recordando las bodas a las que fue tiempo
atrás dijo algunas palabras, bendijo el anillo alado de la imagen de la virgen
y se lo puso a su nuevo esposo. “Dios nos declara marido y mujer, nos podemos
besar” le dio un beso corto pero lleno de mucho amor y se dispuso a celebrar,
siendo los aperitivos de tan importante evento pan sin relleno y el jugo
caliente que había comprado en la ciudad. Luego se acostaron juntos a dormir a
esperar la muerte, si llegaba ese día se le agradecía, de lo contrario ella
debía levantarse temprano para ir a la ciudad, con su vaso plástico a seguir
pidiendo dinero para llevarle de comer a su niño que la esperaría con los ojos
abiertos acostado en la cama.
Hermoso y emocionante relato.
ResponderEliminarMuchas gracias compañera, un abrazo a lo lejos.
ResponderEliminarEs muy triste el final pero me ha gustado. Saludos
ResponderEliminarGracias Larrú. Un abrazo.
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